Hace poco menos de un año, escribí un post que se publicó, como casi siempre, un domingo. El martes siguiente me llamó la persona de recursos humanos de la empresa para la que trabajaba. Y lo hizo para afearme que en mi escrito nombrara a Xxxxxxx, uno de los clientes importantes (más por nombre y cercanía geográfica, que por facturación) de dicha empresa. Gonzalo, me dijo, cómo se te ocurre nombrar a Xxxxxxx en un post así, encima tú, que tienes una amiga con un buen puesto allí. A ver si lo van a leer y va a haber problemas.

Era la hora de comer y yo escuchaba perplejo las palabras de aquella mujer, con la sensación de que no se había leído el post y lo que es peor, que no se creía lo que me estaba contando. Ese tipo de discurso que tienes que hacer porque alguien de jerarquía superior te ha dicho que lo hagas, pero con el que te cuesta mantenerte firme y, al tiempo, no parecer idiota. Habría sido más sencillo decirme, Gonzalo, el jefe se ha cabreado como un mono por esto que has escrito. Sé que se trata de una reacción infantil, o paranoide, pero ya sabes cómo son aquí las cosas, lo pendiente que está él de las redes sociales y mucho más con este cliente. Eso lo habría integrado yo, de una manera mucho más deportiva.

Y tengo que reconocer que me sorprendió, no porque aquello sucediera al nombrar a papá Xxxxxxx, más si eres una empresa gallega que da servicios a la gran multinacional, a base de dejarse maltratar y hacer que tus empleados pierdan la dignidad ante cualquier demanda de los empleados de la otra, sino porque la llamada de atención llegaba con retraso. El domingo anterior sí había escrito una reflexión sobre lo que suponía trabajar en una empresa como aquella y ese lo escribí consciente de que podía generar una reacción. Pero debe ser que como no mencionaba a Xxxxxxx en el primer párrafo, nadie le dio importancia y como realmente la gente no lee mi blog, pues tampoco nadie se dió por aludido. Bueno, nadie no, hubo gente que sí, que siempre los hay más inteligentes en todos lados.

El escrito fatídico narraba un sueño que había tenido y no decía nada negativo de la empresa Xxxxxxx, ni de Zinkia, ni de Jorge Valdano, que también aparecían en mi sueño, que ya se sabe que el lenguaje onírico es muy random. Y ni mi amiga de Xxxxxxx, con la que este verano me eché unas risas hablando de esto y de la boina a rosca que se calzan algunos, ni mis amigos de Zinkia, ni Jorge Valdano me llamaron para decirme nada. Mi blog lo leen docenas (y no millones) de personas y no tiene impacto en la reputación de nadie. Solo espero que remueva algunas conciencias y que lo haga para bien, en el ámbito de lo privado, de lo íntimo de cada uno, cualquier domingo por la mañana, mientras te tomas un café. Y ya.

Tras colgar con la de HR edité el nombre del Xxxxxxx y puse el de Uniqlo que, para la narración, era igual de válido y seguí con lo mío. Durante ese día el blog tuvo un pico inusual de visitas y entendí que la gente de la empresa andaba curioseando, a ver qué cosa tan grave había dicho yo sobre Xxxxxxx. De las doce visitas de un martes cualquiera, ese día el contador subió hasta las ciento y pico, todas ubicadas en la provincia de A Coruña, donde están las oficinas de la compañía para la que yo trabajaba.

Por la noche desaparecieron «likes» dados al post por personas de la empresa, a los que habían invitado a quitar esos bondadosos gestos, porque fijate qué grave, Maricarmen, a ver si Xxxxxxx se va a enfadar por esto. Muy sensato todo.

Esa noche reedité el post para volver a su versión original y me olvidé del asunto.

Al día siguiente, miércoles, me convocó de nuevo la persona de recursos humanos, esta vez para una reunión por Teams, y acompañada por la persona de legal, para despedirme. Lo hizo y todo muy correcto, motivo por el que estoy muy agradecido y que les honra.

Nadie de esa empresa ha vuelto a dar un like a ningún escrito de mi blog. Algunos lo hacen por privado, con otros hablo de manera esporádica y comentamos de todo, entre otras cosas aquella simpática anécdota. Pero, públicamente, (casi) nadie se atreve a mostrar simpatía por nada que escribo.

Y me pregunto si es por miedo a decir que les gusta y que eso genere un problema con su puesto de trabajo, o si es porque no me leen, o si es porque me leen y no les gusta.

Iris, esa gurú que es mi futura esposa, escribió un día que el coraje no es la ausencia de miedo, sino el juicio de que algo es más importante que él. Y no puedo estar más de acuerdo.

Nuestro mundo corporativo está podrido y solo se puede cambiar desde la integridad. Muchos lo están haciendo y eso es bueno, pero queda un largo camino de coraje por delante.

Pasen una buena semana y tengan miedo, que es humano, pero traten de ponerlo en el lugar que corresponde, porque el miedo, como todo, también pasará. Pero si te dejas llevar por él, llega un momento que no estás tú a los mandos de la nave, sino ese cliente al que, por miedo, permites que te manosee. Y eso no mola.

Luego está Jorge, que también está en el mundo corporativo, pero que a diferencia de lo que acabo de contar, representa lo mejor del mismo y también lo mejor del ser humano. Y que hoy cumple años.

Muchas felicidades Jorge.

Una respuesta a “El miedo”

  1. Lo de que el mundo corporativo esta podrido, lo sabemos todos los que hemos pasado por ahí de alguna forma, aunque también hay corporativos de las grandes (cualquiera del ibex35) y los «mini-corporativos» de empresas de 2 o 3 mil empleados. Nada que ver.
    No creo que haga falta saber cuales son los buenos y malos corporativos.
    Pero que despidan alguien por escribir lo que sea, fuera del trabajo, siendo que además este blog no lleva «nombre y apellidos» (si es que fue por eso) es de traca.3

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