Esta semana un amigo me preguntó con qué temas me sentiría cómodo hablando en su podcast. Me costó centrarme, pero un par de días más tarde le contesté y le dije que puedo hablar con cierta soltura sobre mi mismo, sobre el talento, sobre entretenimiento digital sin profundizar, sobre psicología aplicada a la cotidianidad, sobre baloncesto anterior a 1998, sobre zapatillas de deporte y sobre mis ex parejas.
Yo le veté dos temas; la paternidad y el emprendimiento. Ambos me los había sugerido él como ejemplos, porque forman parte de mi personaje público. Pero de la paternidad no puedo hablar porque sólo he tenido dos hijas y no es suficiente para hacer teoría sobre ello. Honestamente creo que de ser padre sólo puede hablar Dios y sin demasiadas florituras. Y lo de emprendedor, es una de esas grandes mentiras de la conciencia colectiva contemporánea que, bajo la promesa de no aguantar más a jefes idiotas en organizaciones enfermas, se ha creado un término molón para animar a miles de giles como un servidor, a endeudarse con terceros y estresarse cada mes para pagar las nóminas.
Mi amigo rápidamente desestimó hablar sobre mi persona, pero me animó a escribir un libro sobre ello. Le agradecí los ánimos, porque en el fondo es lo que hago cada fin de semana en este blog. Acabo además de elegir el título del libro en el párrafo de arriba, se llamará «Miles de giles: los personajes de mi vida», un reflejo perfecto de lo que han sido estos primeros cincuenta años de mi biografía. Al final de mi vida, cuando acaben los segundos cincuenta, escribiré la secuela, «Gil del candil». Y bueno, si sigue en ese momento la moda del multiverso, las precuelas, los spinoffs y demás, habrá ocasión para publicar historias con nuevos personajes y narrativas alternativas, como «Gil y pollas».
Descartado yo como tema del podcast, traté de empujar el asunto hacia mis ex parejas, porque siempre he fantaseado con hacer una versión de Alta Fidelidad, aquella película de Stephen Frears, con John Cusack narrando su top 5 de ex novias. Y no tanto por ellas, sino porque yo encarno muy bien ese papel de ex arquetípico. Tampoco coló, argumentó que en el podcast se tratan temas generales y que mi caso es mi caso, que seguro que es interesante, pero que probablemente no se pudiera extrapolar al todo. No lo peleé, pero hacia dentro pensaba que mi amigo se estaba perdiendo una oportunidad única de serie ganadora de uno o varios Ondas, con un episodio para cada una de mi Top 5 de ex parejas. Lo sigo viendo.
El baloncesto no le interesó nada y mucho menos el del siglo pasado. No hice objeción alguna, no está ese deporte para apretar mucho, la verdad.
Lo de las zapatillas le moló, pero no para que lo contara yo. Me dijo que no soy realmente un especialista, que no soy diseñador, que no he trabajado en Nike, que no soy un joven que está en lo último y que la verdad, no lo veía. Pero me dio las gracias porque iba a hablar con su gente de producción para encontrar a alguien de cubra ese perfil. Me dieron ganas de hacer las cuentas de lo que me he gastado en zapatillas desde aquel primer par de Nike Wimbledon, blancas con el swoosh en celeste, cuando con 10 años, lloré tanto, tanto y, tan desconsoladamente, que mis padres, desesperados, me llevaron a la única tienda de deportes del barrio, «Phylos», en Rodriguez Marín casi esquina con Serrano, para comprarlas. Según el Outliers de Malcolm Gladwell, con 10.000 horas de práctica con algo, se te puede considerar especialista en dicho tema. Garantizo que me puedo tratar a mi mismo como un oráculo en el mundo de las zapatillas. Pero no, ese tampoco pasó.
Nos quedaban los videojuegos, la psicología aplicada y el talento. Descartamos los primeros porque a su audiencia no cree que le guste el tema y me propuso fusionar los segundos y encontrar un título vendedor para el resultado. Yo le ofrecí que lo llamáramos directamente «El talento», un concepto anhelado por todos, bien por falta de él para según qué cosas, bien por no haber aún encontrado el suyo, bien por no poder monetizarlo en este mundo de mierda materialista, productivista y resultadista que manejamos, o bien por envidiarlo en otros que si lo consiguen. Todos deseamos conocer qué talentos tenemos, cuál es el mejor ámbito para desarrollarlos, somos conscientes de lo importante que es cuidarlos y de lo mucho que deseamos que nuestros hijos sean talentosos, como paso previo a ganarse la vida y ser felices.
El talento es, en origen, un término contable, una unidad de medida equivalente a 25,8 kg de peso de un metal, más o menos precioso, que servía para el intercambio comercial en la Grecia antigua. De ahí, paradójicamente, se ha ido transformado el término hasta lo que hoy entendemos por talento, algo absolutamente inmaterial, resultado del mundo interior de cada Sapiens y por tanto, dificilísimo de encontrar y todavía más difícil de medir. Y el reto actual es que ese talento es la llave para el correcto desarrollo del individuo y por tanto para su felicidad. En la medida que seamos capaces de identificarlo y ponerlo en el lugar más adecuado, será mejor para cada uno de nosotros y para el colectivo.
En Psicología Profunda aprendí la aproximación que más me ha gustado al respecto del talento (los Potenciales) del ser humano. En ella se describen cuatro ámbitos comunes a todos. Primero están las Inclinaciones, que son aquellos «lugares» hacia dónde nos «tira el cuerpo», hacia donde se inclina el plano y caemos, cada vez que se nos ponen a tiro, como a mi me pasa con las zapatillas de deporte. Segundo los Dones, que son esos que la naturaleza nos ha dado; un buen oído, una buena voz, altura, belleza, elocuencia, capacidad de cálculo, etc…. Luego los Talentos, que no es otra cosa que poner los dones a trabajar, porque sólo con el don, ni Messi, ni Jordan, habrían sido lo que son, o fueron. Necesitaron trabajar mucho eso que traían de serie. Y por último la Inteligencia, que es la capacidad de hacer las conexiones correctas y en el caso de los genios, nuevas conexiones que nadie ha hecho antes.
A mi amigo le ha gustado este tema y quiere que hable de ello en el podcast. Le he dicho que ok y además, estoy diseñando un taller para invitar a cualquiera que le apetezca, a trabajar en el descubrimiento de sus Potenciales, con estos cuatro ámbitos como guía. Porque en la sociedad que vivimos, se nos forma y se nos ubica en el mundo profesional de una manera absolutamente equivocada y cuando hablas de un tema inmaterial como este, el incentivo económico no es condición suficiente para encontrar la felicidad. Y creo que un poco de luz a los talentos de cada uno, nos puede venir muy bien individual, pero sobre todo, colectivamente.
No descarto hacer ese podcast de ex parejas y ya he empezado a escribir «Miles de Giles». Mientras, voy a disfrutar del día del Padre, sin saber muy bien qué significa serlo, cómo ser bueno en dicha tarea arquetípica y con un jurado ciertamente exigente: Mariana, de 15 y Berta, de 14, armadas ambas con mi competencia; sus smartphones.
Felicidades a los Pepes, las Pepas y los Papás y buen fin de semana a todos.
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