No sé quién descubrió el agua, pero es seguro que los peces no fueron.
Fue Marshall McLuhan el que decía que el medio es el mensaje y el que también explicaba, con esa frase de arriba, las limitaciones del Sapiens. Porque si bien nos manejamos como si tuviéramos todas las respuestas, o como si estuvieran a punto de aparecer debido al progreso y la ciencia, estamos más perdidos que nunca y enfocando la búsqueda en el lugar equivocado.
¿La búsqueda de qué?. Pues esa es la gran pregunta, the big question mark. Que cada uno se la haga. Pero la respuesta, me temo, es como lo de los peces y el agua: no lo vamos a descubrir. Al menos no de la manera en la que nos hemos construido y habiendo olvidado lo que hemos olvidado.
Hemos aceptado que vivir era esto, montarnos en la rueda del hamster acumulando bienes (y males) materiales, tratar de llegar a viejos con los menores dolores posibles, la piel estirada y el pelo oscuro y disimular nuestra angustia cuando cada noche nos enfrentamos a la oscuridad.
Los humanos de ahora no alcanzamos a reconocer la realidad completa y aunque lo sufrimos día tras día, hemos elegido agachar la cabeza (sumisión), apretar los dientes (estoicismo) y confiar todo al progreso (cientificismo). Imagino que hay numerosas razones para que sigamos así: las facturas que pagar, lo bien que funciona el Efferalgan de 1gr, la esperanza de que nos toque el Euromillón, la comida del próximo sábado, el vigésimo segundo Grand Slam de Nadal, la cantidad de likes de nuestro último tuit, el cierre de ese deal para nuestras empresas, el bono del trimestre, la victoria en el juicio del mes de marzo, la jubilación, el próximo viaje a postear en Instagram…
Pero yo me agarro a otras dos: la primera que vamos siempre con nuestro Yo (el individual y el de la especie) por delante y la segunda, que no concebimos un mundo que no sea material.
Lo del Yo es grave porque nos ha convertido en una especie arrogante, ignorante y diletante, que no se da cuenta de que la eternidad no se alcanza con la muerte. Que si uno se muere como estamos viviendo, el otro lado no es tan placentero como anticipamos. Y de esto todos podemos hacer la prueba en casa, es fácil.
Elige una noche, la de hoy por ejemplo. Porque dormir es lo más cerca que podemos estar de la muerte. Antes de cerrar los ojos, chequea cómo estás y hazlo de manera honesta: mira si has actuado bien durante el día, si has cenado mucho, caminado algo, contestado bien a tus afines. No tomes el Orfidal, no pienses en la reunión de mañana, no quieras caer rendido por el cansancio, no temas al lunes. Chequea esto y entrégate a Morfeo a ver qué pasa. Y piensa que el día que mueras va a ser parecido, pero con una gran salvedad: Dios (o llámalo como quieras, es que no se me ocurre una manera mejor) no te va a dejar ir tranquilo, si no has conseguido culminar tu misión aquí abajo. Y tu misión es la respuesta a la gran pregunta de arriba, the big question mark.
Dormir es entrenar para poder morir bien y tenemos toda la vida para practicarlo. Cada día tiene su noche y es una nueva oportunidad. Y las noches son plácidas, sólo si vas cumpliendo con tu misión. O al menos si eres honesto en reconocer que no lo estás haciendo. Porque si reconocer que nos mienten es un signo de inteligencia, reconocer que nos mentimos a nosotros mismos, es un signo de de sabiduría.
La segunda razón para estar así de mal es la exclusividad material de la realidad: el materialismo. Estamos convencidos de que todas nuestras emociones, nuestros pensamientos y cualquiera de nuestros sueños, descansan en última instancia en las conexiones sinápticas de nuestro cerebro. Hemos cambiado al chamán por el neurocientífico y hemos delegado en él toda responsabilidad. Y lo peor, hemos olvidado que hemos olvidado al chamán y lo que representaba.
El psicólogo es el chamán de nuestros tiempos y yo al mio le digo que lo que hay que analizar de verdad no son los sueños, sino las canciones con las que nos despertamos cada día. Porque la canción llega después de la noche, después de morir un poquito y además es muy fácil de recordar. Vuelve solita a tu conciencia mientras haces el café y se pasa contigo todo el día: en el coche al llevar a las niñas, en la daily con el equipo, en la reunión de forecast, en la comida con tu padre, mientras lees en el Mundo Deportivo las noticias del traspaso de Ricky Rubio.
Y yo me he levantado hoy canturreando ese verso que dice: «you can check-out anytime you want, but you can never leave», de la canción Hotel California de los Eagles. Y la canción habla de una carretera vacía en el desierto, de la noche, de las puertas del cielo y del infierno, de la luz que se ve al final, de la mujer que te recibe, de lo bien que lo pasas allí y de que puedes hacer el check-out cuando quieras, pero que nunca podrás irte. Para mi es la analogía perfecta de la rueda del hamster vital en la que nos hayamos.
Y es que,¿cómo vamos a averiguar nuestro propósito si estamos todos anestesiados, ocupadisimos tratando de tener todas las respuestas mirando afuera, sin tan siquiera saber cuál es la pregunta?.
Al menos me consuela que la canción es mucho mejor que tararear alguna de C Tangana.
A ver qué pasa hoy. Pasen un buen día de domingo y sobre todo, practiquen la muerte esta noche, que como Nadal, tenemos que ganar otro Grand Slam.
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