Mariana me contó esta semana que no quiere ir a su viaje de graduación. Un poco juega a favor de obra, ya que hace semanas el propio colegio había castigado a Mariana sin ir, por conducta inapropiada reiterada. Es cierto que esa decisión parecía reversible y lo más probable es que, finalmente, le levantaran el castigo.
Pero ahora es ella la que dice que pasa del viaje. Esto es normal en una adolescente. Está tan segura de esa decisión hoy, como desesperada estaba la semana pasada porque no iba a poder compartir con sus amigos el último trago de secundaria que le queda y porque el lápiz de ojos que se había comprado no era waterproof.
Eso sí, las razones para no querer ir son de peso. Papá, no permiten llevar el móvil, no dejan vestir shorts ni camisetas que enseñan el ombligo y además es a Galicia que, ya ves, vamos todos los años.
Me parece lógico que no quiera ir si no puede llevar el teléfono, es lo que hemos conseguido como sociedad, no se puede salir de casa si no tenemos el teléfono encima. Lo del outfit y lo de Galicia me parecen motivos más cuestionables, pero me quedé pensando en qué estamos haciendo mal para que, con 15 años, renuncies a un viaje de fin de curso con tus amigos.
Y por lo que sea, me salió enviarle a Mariana el texto que escribí la semana pasada, para que me diera su opinión. Tardó días, pero finalmente lo hizo.
Yo también tengo una pesadilla recurrente, me dijo, ya te lo contaré. Y me lanzó una pregunta, una duda. ¿De qué va lo que escribes?. A ver, en plan… papá, si tu fueras un influencer, qué encontraría yo al seguirte.
Esta fue mi respuesta a Mariana.
Mira, tenemos la psicología muy integrada en nuestras vidas, pero solo de discurso. Y el discurso y las narrativas están muy bien, porque nos ayudan a entender realidades para ser miembros de nuestra especie, pero nos están jodiendo la vida mucho. En los últimos 100 años se nos han ido de las manos, hay demasiadas y su existencia provoca una avalancha de estímulos, empujados por una única motivación; vendernos algo.
Y no critico la venta, lo que pasa es que esa inundación de narrativas nos ha desconectado de aspectos esenciales. Y el más esencial de todos es saber lo que uno es.
El desarrollo de la producción en cadena de bienes y servicios, la aparición de los medios de comunicación de masas, incluido el de internet móvil de alta velocidad que vivimos hoy, más la mutación del mundo financiero desde el “tanto vendes, tanto vales”, al “apuesto a que vas a valer mucho, aunque ahora no vendas nada”, han provocado que vivamos en un pedo líquido, anhelando cosas que no necesitamos.
Todo el que quiere crecer, piensa que la mejor manera de hacerlo es a través de la promoción non stop de sus mierdas en los medios disponibles. El resultado es que no podemos levantar los ojos del teléfono.
No entro en el debate de si el crecimiento como religión universal es bueno o no. Mi opinión es que no, pero eso da lo mismo. Me quedo con que esa necesidad de crecer en lo material, ha matado nuestra capacidad de escucha interna.
Y no sería un problema si todos estuviéramos sanos, pero no es así. Accedemos en occidente a un aluvión de inaceptables estadísticas sobre trastornos mentales, cáncer, obesidad, enfermedades autoinmunes y suicidios, en una sociedad que posee el conocimiento y los recursos para haber podido solucionar esas realidades hace mucho.
El tema está en lo que la ciencia no explica el funcionamiento de la mente. Mente y cerebro son cosas diferentes. El Sapiens medio no sabe nada de su propia psicología, ni de la compenetración de esta con el ser exterior, ese pedazo de carne en movimiento que nos representa allá donde vamos y que ahora no puede ir a ningún lado sin su teléfono.
Lo que cada uno somos se divide en dos; por un lado ese conjunto de materia organizada que ha ido cambiando con los años (cada siete renovamos todas las células del cuerpo) y que movemos de un punto a otro del espacio. Y luego está eso otro que es invisible para el resto y que es lo que siento, lo que pienso, lo que anhelo, lo que sufro y lo que rumio.
Y eso lo sé yo sobre mí y lo sabes tú sobre ti misma. Lo maravilloso de la psicología es que no necesitamos de un tercero muy sabio que nos alumbre sobre lo que nos pasa.Todos sentimos, pensamos, nos emocionamos y soñamos. Así que si prestamos atención (esa que nos ha quitado la civilización moderna) y si conocemos su estructura básica, podremos sacar nuestras propias conclusiones.
Y lo que es mejor, podremos, en base a eso, decidir qué hacer con nuestra vida momento a momento.
Lo que pasa es que nadie nos dijo que si se conoce lo que pasa en la pantalla interior, se entienden más cosas, se pueden corregir algunas y se consigue transitar por el mundo con más ligereza.
Este blog tiene el único objetivo de mostrar la estructura básica del ser humano interior, basado en mi cotidianidad. Y como resultado, dejar de hacer burpees en el salón de casa, dejar de poner gilipolleces en redes sociales y dejar de escuchar milongas de autoayuda de miles de coaches.Y hasta te diría que escribo para que menos gente vaya a terapia, ya que las terapias existen por el despelote que nos hemos montado en las sociedades modernas.
La ligereza puede suceder tras hacer el amor con tu pareja, tras una conversación con el portero de casa, en la cola del supermercado, con una buena reunión de trabajo, mirando al cielo, leyendo una novela, sacando a tu perro, jugando al baloncesto o abrazando a un árbol.
Todo esto sin el móvil, claro.
E Igual esto genera polémica, pero me da lo mismo, tú que eres mi hija lo vas a entender. La ligereza aparece cuando lo divino se pone a los mandos. Divino y humano es lo mismo, no nos hagamos líos. Lo que pasa es que los Sapiens, producto de algo que seguro que Yuval Noah Harari habrá analizado y contado en alguno de sus libros, nos hemos convertido en seres ultra individualistas. Al menos esa es la narrativa ganadora. Y no hemos aprendido otra cosa que a ir con el “yo” por delante. Y el “yo” está bien para un correcto desarrollo cuando tenemos entre 0 y 6 años, pero a medida que uno crece, te vas separando del yo y convirtiéndote en el «sí mismo», que es algo muy parecido al «nosotros» y muy muy cerquita de eso que llamamos Dios.
Y ya por último, una mayor ligereza no es una promesa de ausencia de sufrimiento. Lamento decirte que vas a seguir sufriendo porque tu lápiz de ojos no sea waterproof, aunque conozcas bien el funcionamiento del ser humano en su conjunto, con lo de dentro y lo de fuera. Eso sí, vas a sufrir menos, vas a dar la importancia correcta a los momentos y situaciones de malestar y vas a poder mirar a la cara al bien y al mal, orgullosa de no dejarte llevar demasiado por ninguno de los dos.
Mariana me ha contestado esto por whatsapp: «osea, que leerte es como ir al psicólogo, pero sin ir».
A la consulta de un psicólogo hay mucha gente que nunca llega, al menos los de un perfil como el mío; Sapiens machos o hembras de +40, con estudios y trabajo como empleado de más o menos nivel, profesional independiente o emprendedor, casados, solteros o divorciados, con hijas o sin ellas, con amigos, relaciones, familia. Vaya, cualquiera con una vida, en apariencia, normal.
Y eso sucede porque ir al psicólogo es ir a terapia y eso se asocia con estar mal. Y no se puede estar mal en esta sociedad. A ver, se puede, pero lo normal de mal. Más, no. Porque estar mal como para ir a terapia es estar bordeando temas como la locura (que no es otra cosa que salirse del carril establecido), o peor, estar bordeando la vulnerabilidad, eso de no poder con la vida que te has montado. Y uno debe ser cuerdo y fuerte. O, al menos, parecerlo.
El resumen es que escribo porque me lo paso bien y, cuando lo hago, me olvido del móvil. Divino.
Feliz día de San Isidro si son de Madrid. Si no lo son, pasen un maravilloso día de primavera y siento que mañana no tengan puente.
Deja una respuesta