El jueves estuve con Maxi después de más de veinticinco años sin vernos. Nos encontramos en el polideportivo municipal Puerta de Hierro. El estaba allí haciendo su entrenamiento diario, yo había quedado a desayunar con un amigo. Madrid tiene estas cosas, es un pueblo, a pesar de lo que dice Isabel Díaz Ayuso. Bueno, en realidad quiero pensar que Madrid es Madrid, a pesar de que la mayoría vote a Díaz Ayuso y que unos cuantos miles, además bajen a la calle a manifestarse para defenderla, por el (manda huevos) injusto trato que se le da a la presidenta, después de que su hermano cobrara casi 300.000€ de una empresa que consiguió un contrato a dedo de nuestro gobierno regional. Eso también es muy de Madrid, del Madrid que nos toca en este momento histórico.
El caso es que el encuentro fue un poco atropellado, porque él tenía que irse y yo había quedado. Pero arreglamos para comer al día siguiente, el viernes, con más calma. Maxi se marcha mañana de vuelta a Asturias, donde se ha comprado una casa el año pasado, después de haber pasado toda su vida cambiando de lugar de residencia.
Maxi es sin duda un tipo singular. Nació en Buenos Aires el 24 de marzo de 1976, al tiempo que un helicóptero evacuaba a la presidenta Isabel Perón del Palacio de Gobierno, tras el golpe de estado militar. Maxi era (y es) alto y moreno, de ojos muy azules y piel muy blanca, odiaba el fútbol y las chicas morían por él en la época de la facultad. Cuando lo conocí estaba estudiando INEF y tenía el saludable y agotador hábito de correr cada día a las 6 de la mañana. Su rutina era hacer cuatro series de cuatrocientos, dos de ochocientos y una de mil metros en el parque de la Bombilla de Madrid. Eso los lunes, jueves y sábado. Martes, viernes y domingo hacia circuitos de fuerza y carrera continua. Los miércoles descansaba.
Maxi vino a España a estudiar la carrera, era hijo de diplomático y quizá por eso muy diferente a nosotros. De los que no bailan por miedo a pisar a alguien, que no se enfadan aunque le menten a su madre y que no parecía tener sangre corriendo por sus venas. Siempre calmado, tenía un acento muy divertido que al momento identificabas que no era de aquí, pero que no había manera de saber de dónde era. Maxi es el resultado de un padre español y una madre de origen ucraniano, de nacer en Argentina, crecer en Egipto, Siria, Bruselas y Japón y haber estudiado siempre en el Liceo Francés. Un lío.
A nosotros la parte del entrenamiento nos daba mucha pereza y por eso le llamábamos MaxiTOC. Entonces se empezaba a hablar en los medios del Trastorno Obsesivo Compulsivo y nosotros, incautos entonces y hoy además muy políticamente incorrectos, le tomábamos el pelo por esa obsesión por el deporte y sobre todo, por madrugar. La otra razón del sobrenombre era que su apellido es Torrequebrada.
Eso sí, tenía una hermana menor que era un cañón. Si Maxi era guapo, lo de su hermana era para caerse de espaldas. De Milena, que así se llama, estábamos todos enamoradísimos. Era como Maxi, pero simpática. Extrovertida, habladora y amante el fútbol – sobre todo por Fernando Redondo -, tenía la costumbre de agarrarte cuando hablaba contigo, lo que hacía imposible dejar de prestarle atención, cosa ya de por sí ciertamente difícil. Milena clavaba los ojos en ti, al ritmo del sonido de sus pulseras y collares chocando unos con otros, producto de su elocuente gesticulación. Y tú no tenías más remedio que seguirla hipnotizado. No paraba de fumar y a diferencia de su hermano, nunca hacía deporte. Estudiaba teatro en el centro de Cristina Rota y decía que tenía un novio cursando un master en New York, al que nunca llegamos a ver en persona.
Eran mediados de los 90´s y como el resto aún vivíamos con nuestros padres, pasábamos mucho tiempo en casa de los Torrequebrada. Vivían en un piso muy grande en la Av. de Valladolid, en una urbanización promovida para el personal del Ministerio de Asuntos Exteriores, que además estaba muy cerca de la paraba el autobús «I», en Ciudad Universitaria, que nos llevaba y traía cada día hasta y desde Somosaguas.
El caso es que Maxi y yo, comimos el viernes en el nuevo Cachivache (un lugar muy simpático y donde se come muy bien) que han abierto en el barrio y nos pusimos al día. Le había perdido la pista hacía muchos años. Él nunca ha tenido redes sociales y lo último que supe de él de manera directa, fue que había estudiado fisioterapia después de INEF y se había ido a vivir a Londres en 2001. Allí había empezado a trabajar en el Chelsea F.C. como preparador físico y se había hecho muy amigo del futbolista Andryi Sevchenko, del que nunca se separó en toda su carrera como jugador y ahora como entrenador. Me dijo que estaba en Madrid porque había venido a vender el piso de sus padres y porque estaba en un impasse de curro, ya que a Shevchenko le acaban de echar del Génova.
Me contó que su mujer es asturiana y que ella no había querido ir a Génova porque sus hijos comienzan primaria y no quieren que anden de país en país. Que habían elegido comprar una casa en Avilés, dónde viven los padres de ella, para tener un punto de referencia y un lugar al que volver. Le pregunté por Milena y me dijo que estaba muy bien, que era actriz, que tenía una escuela de teatro en Sydney desde hacía 15 años y que estaba felizmente casada con un australiano. Me contó que cuando se jubiló el padre, se mudó el matrimonio de vuelta a Buenos Aires y que éste había muerto antes de la dichosa pandemia, por un cáncer de pulmón. Y que su madre estaba sana y en forma, y que se había quedado ya para siempre en la Argentina. Ella es judía ucraniana, la «rusa», como la llamaban todos sus amigos.
Y como no podía ser de otra manera, hablamos largo y tendido de la «rusa», de la familia de ella, de la experiencia reciente de él, de sus amigos y de la situación actual de Ucrania. Y la verdad, no hay nada que pueda rescatar de la conversación que sea llamativo, novedoso y no esté escrito y dicho en Twitter mil veces. Todo lo que me contó es lo que uno espera de un lugar en conflicto, tan alejado a nuestra experiencia como lo es un país en guerra. Me dijo que lo que él sabe y ha vivido en ese país de donde son sus abuelos es muy contradictorio, como todo lo que viene de la Rusia del siglo XIX, de la URSS del XX y de lo que tenemos ahora con Putin en el XXI. Que el análisis geopolítico le da igual, que el sentimiento de nación de unos y otros no le acaba de llegar, porque ni lo entiende, ni le importa. Pero que siente una pesadumbre grande, una oscuridad creciente y un miedo atroz por las cosas que está viendo por la televisión y las redes estos días. Que no se quita de la cabeza la imagen de esos niños en el metro, que no acaba de integrar las colas de las gasolineras y el atasco de los ucranianos para salir de sus casas, sin saber si van a volver nunca.
Pero lo que lo que sí me sorprendió, es que me dijo que llevaba años teniendo una pesadilla que se repetía una y otra vez. En ella aparecían amigos suyos, jugadores de la selección de fútbol de Ucrania, que mientras entrenaban recibían un bombardeo y los boquetes de los obuses en el suelo los engullían sin él poder hacer nada para evitarlo. Me dijo que ha tenido esta pesadilla desde el 2014 y que lo relacionaba con lo que había pasado en Crimea, pero que se daba cuenta ahora de que no era un sueño que le hablara del pasado, sino uno premonitorio. La conversación nos llevó a Carl G.Jung y a las pesadillas que el psiquiatra tuvo antes de la primera gran guerra y también comentamos que el alineamiento de los planetas del pasado día 22 de febrero era muy similar al que hubo cuando comenzó la invasión alemana de Austria y Checoslovaquia, en 1938.
Tras la conversación nos quedamos los dos en silencio durante un rato largo, no era para menos. Nos despedimos con un abrazo y hemos intercambiado mensajes en este par de días. Hoy me ha escrito y me ha contado que ha soñado con un entrenamiento de un equipo de fútbol en el que que había rusos y ucranianos jugando todos juntos y que no había bombardeos. Que al acabar se abrazaban todos y se iban sonriendo a los vestuarios.
Maxi es un personaje inventado. Isabel Díaz Ayuso es un personaje de ficción. Todo lo demás es verdad, incluida la foto de las inmediaciones del Metropolitano del pasado miércoles. Pasen un buen domingo, paren un rato a chequear lo que tienen a su lado y disfruten de esa paz, porque puede que un día no exista.
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