En efecto, no estoy de buen humor. Bueno, hoy sí, pero llevo unos días que no. Todo empezó el fin de semana pasado, cuando, sin mucha explicación, decidí no escribir esta columna. Eso me enfadó, me puso en contacto con mis miedos, con mis fracasos, con opiniones equivocadas y con mi falta de integridad, cosas que he venido tratando de pulir durante los últimos seis años.
Una opinión es la asociación de una imagen a un pensamiento y tanto las correctas, como las equivocadas, quedan en nuestra conciencia como verdades absolutas, cosa que no es nada buena, a no ser que nos tomemos el trabajo de revisarlas. Esa revisión debe de ser diaria, lo mismo que lo es el café de la mañana, o el beso de buenas noches a tus seres queridos.
La Integridad tiene que ver con ser de una sola pieza, con lo bueno y lo malo, que de todo tenemos, sin dar una versión diferente de la que es, en función de la audiencia. Sin torcer tu realidad, aunque parezca que lo que se demanda requiera torsión. Integridad es ser de verdad, y ser de verdad requiere coraje, humildad e inteligencia. Trato de ser íntegro, pero, aún así, me sigo descubriendo haciendo escorzos imposibles en muchos momentos. Y me miro y digo pobre, que complicado lo haces para (supuestamente) quedar bien.
En la semana no he ido al gimnasio, he comido peor, he caminado menos de lo habitual, no he meditado ni un día y he interactuado con muchos otros sapiens, obligado por un guión no escrito por mi. La consecuencia es que he vuelto a reconocer la estupidez humana de cerca, de demasiado cerca. Hacía mucho que no me pasaba, casi había perdido la costumbre. Cuando sales menos, o eliges con cuidado las contrapartes, las opciones de topar con idiotas decrecen considerablemente. Ojalá fuera lo suficientemente sabio para, como dice el Dalai Lama, tener compasión, porque todos tenemos nuestra mochila y nunca sabes si la de esa persona explica un comportamiento así de idiota. Soy consciente de que no es personal, de que esa estupidez no es contra mi, trato además de no hacer suposiciones de por qué somos así de estúpidos, y luego doy siempre lo mejor de mí mismo y soy impecable con la palabra. Todo muy tolteca, pero aún así, he estado de un humor de mierda.
Afortunadamente hoy ya es sábado, va a hacer sol (o no), quince grados en Madrid y estoy escribiendo. Luego comeré con mi familia, caminaré por el campo y abrazaré algún árbol, continuaré leyendo la novela de Sacheri que me ha regalado Pepa y que me está encantado, y ejerceré de padre y pareja, que este finde están aquí las chicas y además Iris está pachucha y le he dado una semana fina. Mañana tocan Reposados en el camping de la Alameda de Osuna y eso siempre es garantía de buena música y buen rollo, y luego está la Copa del Rey de basket, y el All Star de la NBA. Suena como un buen plan.
Pero perdón que vuelva a lo del mal humor, porque aún me resuena la duda de si lo que he vivido es estupidez, o maldad. Porque si es maldad, hay que ser muy malo, un reverendo hijo de mil putas. Y de verdad siento que nadie es así de malo, que lo habitual es no querer hacer el mal, que a uno le sale por una falta de desarrollo personal, o por una visión incorrecta del mundo, o por una incapacidad de poner a la tradición y a la opinión pública en el lugar que les corresponde, o por dificultad para hacer las conexiones correctas. Y esa incapacidad para hacer las conexiones correctas, es equivalente a la escasa inteligencia y esto es sinónimo de estupidez. Así que es más probable que sea estupidez y no maldad, con lo que me quedo mucho más tranquilo.
La inteligencia es es uno de los cuatro potenciales del ser humano. Los otros tres son las inclinaciones, los dones y los talentos. Las inclinaciones tienen que ver con las fuerzas gravitatorias, con la atracción de los cuerpos, con el magnetismo. Nos inclinamos hacia cosas que tienen que ver con nosotros y lo hacemos de manera inconsciente. Cuando empezamos a reconocer y, sobre todo, a aceptar, hacia dónde «te tira el cuerpo», tendemos a fluir más y mejor. Luego están los dones, que son aquellos regalos que nos da la naturaleza, como la belleza, la fuerza, el buen oído, o la destreza para jugar bien al balón. Pero los dones, por sí sólos, no son suficientes para alcanzar la excelencia, hacen falta los talentos, que no son otra cosa que poner esos dones en movimiento. Si no entrenas un don, si no lo practicas, es poco probable que se desarrolle, o se mantenga. Como contaba Picasso (y Fernando Romay, otro genio), que la inspiración te llegue transpirando. Y por último está la inteligencia, que es la capacidad de hacer las conexiones correctas, en el caso de la mayoría y la de crear nuevas conexiones, en el de los poquitos que son muy genios.
Y me ha venido esto de los potenciales por lo de la estupidez humana y en concreto porque vivimos en una sociedad que no promueve el autoconocimiento y, por tanto, ubica a las personas en los lugares que no se adecuan a sus potenciales, lo que provoca cortocircuitos y un mal funcionamiento del sistema y en mi caso, un mal humor insoportable proyectado hacia los que me rodean.
Así que pido perdón a los más afines y prometo investigar lo que me está queriendo decir la vida, porque si en estos días he vivido tan de cerca la estupidez, la falta de inteligencia, la nula capacidad de hacer las conexiones correctas y he llegado a pensar seriamente en que no eran idiotas, sino que eran malos, tiene que ser por algo.
Suerte que hoy me he sentado a escribir y ya no lo siento tan así.
Pasen un buen fin de semana, eviten a los idiotas y tengan compasión, porque todos lo somos, en uno o varios momentos del día. Yo el primero.
Deja una respuesta