La deriva

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El número de peluquerías se ha multiplicado. No tengo datos, hablo por lo que veo en nuestro barrio sosaina. Tampoco tengo idea de si son necesarias, que igual sí y están llenas todo el día y es un gran negocio, pero claramente hay muchas más de las que había antes. Y cuando digo antes no me refiero a hace veinticinco años, o treinta, sino a hace tres. Todas las nuevas son peluquerías para hombres donde te cortan el pelo y te arreglan la barba, para quedar como un geyperman. Si aún no tienes barba, sólo te cortan el pelo a imagen y semejanza de Gavi o Pedri. Incluso los niños que van aún de la mano de sus madres, quieran o no, salen con ese corte mullet que tanto gusta.

Ayer fue mi turno para ver a Jaime, al que dudo si denominar como mi peluquero, ya que en el mundial de Qatar todas las selecciones se llevaban un profesional de este gremio a las concentraciones, o simplemente, como el joven que me corta el pelo. Había reservado cita a las 11 a través de la aplicación, en la que Jaime tiene asignadas franjas de veinte minutos. Llegué con casi diez de margen y en lugar de parar a tomar un café en el Fass, me acerqué hasta el escaparate del local. Jaime, muy amable, me saludó mientras lavaba una cabeza y me ofreció asiento, desde donde fui testigo del corte y la conversación entre un joven de 26 y un chaval de 16, de nombre Rubén.

Tardaron más de lo que supone la app, así que estuve unos veinte minutos escuchando y viendo como las sienes y la nuca de Rubén eran trasquiladas hasta quedar al aire. Hablaban de fútbol, de ir al Wanda, del Madrid, de que Valverde en la banda no es incisivo, que mucho mejor de interior, de que Modric es muy mayor para aguantar el tirón. Cambiaron del fútbol real al virtual, comentaron que a ver qué pasa con el EAFC el año que viene, que si no tiene las licencias de la FIFA, ellos no lo van a jugar. Que aquello de cambiar los nombres de los equipos y los jugadores ya lo hizo el PES de Konami y fue un rotundo fracaso. Coincidieron en que ellos descubren jugadores a través del videojuego y que los más pequeños, mucho más. Como Pablo, de unos siete años, que sentado a su izquierda, se le veía con ganas de participar en esa conversación «de mayores», mientras su madre le insistía a la peluquera en que por favor le cortará sobre todo por detrás y por los lados (es decir, mullet), pero que le dejara el flequillo tal cual, que le quedaba muy mono.

Mientras el pobre Pablo salía mirándose en el espejo y tocándose la nuca con gesto de echar de menos lo que, por recomendación de su madre, le acababan de quitar por detrás y por los lados, Rubén y Jaime habían pasado del FIFA al Call of Duty y de ahí a la IA (inteligencia artificial) de los juegos. Y de la IA al ChatGPT, obvio. Rubén decía que ya nunca más iba a hacer un trabajo de primera mano en el colegio y que en la «uni», mucho menos. Que era un chollo, que le decías al chat que te escribiera 300 palabras sobre la revolución francesa, o sobre la bomba de fósforo y potasio de la célula y te lo hacia al toque. Jaime el peluquero estaba de acuerdo, pero decía que a él la IA por ahora no le va a poder ayudar, que su profesión hasta la fecha es dependiente 100% del talento humano. Pero que vaya, que le daba tres o cuatro años al tema, que estaba seguro que dentro de nada habrá máquinas de cortar el pelo que te recomendarán el mejor estilo para tu cara y que lo ejecutarán a la perfección, sin necesidad de que intervenga nadie más que el programador del software. Que entrarás al local, pagarás por adelantado, te sentarás en una cabina, buscarás estilos a través de una pantalla, como lo haces ahora en los videojuegos, verás el resultado en pantalla con tu propia cara, a través de un escaneo de tu cabeza que hará la propia tecnología, y si te gusta, le darás a «ok» y saldrás de allí encantado de la vida.

Ya con los dos de pie sobre el mostrador, Rubén pagando y Jaime cobrando, yo me levantaba para sentarme en la silla frente al espejo, imaginándome como sería realizar el proceso que acababa de escuchar: habría buscado imágenes de Brad Pitt, claro, o de Keanu Reeves, habría seleccionado la edad que tengo, para encontrar tendencias de corte en esa franja. De entre los millones de datos que la IA habría recabado en todo el mundo, habría comprobado el resultado de ese corte en mi cara y me habría puesto el pantallazo con todo el abanico de opciones posibles; al despertar, después de la ducha, si no te lo lavas, cómo se aplasta por llevar gorra… y le habría dado al «ok».

Casi que me estaba animando a emprender de nuevo con ese concepto, «CutGPT, la IA aplicada a tu corte de pelo». A punto estaba de escribir a Oski para que se pusiera a diseñar el logo, Lo tenía claro; cabinas sostenibles, que ahora todo es muy sostenible, con huella de carbono cero, porque con el pelo que se corta y cae al suelo se producen luego pelucas para pacientes con pocos recursos en procesos de quimio, Pelucas gratuitas, con lo que el negocio también es altruista, solidario, tiene compromiso y propósito, que ahora sin propósito no eres nadie. Empujado, claro está, por energía eléctrica, con baterías fabricadas de cobalto con denominación de origen de la República del Congo, que garantiza que en las minas de aquella región del mundo, operadas el 90% por empresas chinas, se respetan los derechos humanos y laborales de sus trabajadores y que no viven en régimen de semiesclavitud, como cuenta que pasa en la realidad el activista y autor Siddharth Kara. Lo tenía clarísimo, lo iba a petar.

Y cuando en mi mente estaba a punto de lanzar la IPO, se acerca Jaime y me pregunta que cómo quiero que me corte. Como siempre, le digo, un poco por los lados que me tapa las orejas y no me mola. Le miro en el espejo y me da tranquilidad que todo sea más sencillo de lo que parece.

Pasen un buen domingo y piensen si de verdad es necesario el corte «mullet», sobre todo en sus niños, Yo creo que no, pero mi inteligencia es sólo humana.

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