Recuerdo un sueño recurrente de cuando tenía 10 o 12 años. Era uno de esos que asusta, una pesadilla supongo. Mi cama y yo nos precipitábamos por el hueco de la escalera del edificio de casa de mis padres. Se trata de un hueco de buen tamaño, flanqueado por dos ascensores con las puertas pintadas de azul y la secuencia era que caía sin motivo a gran velocidad, desde unos pisos más arriba del nuestro (que era un tercero). Nadie me empujaba, no había escena previa, solo caer por el hueco y al hacerlo tener los huevos literalmente de corbata. Como esa sensación de las montañas rusas en los parques de atracciones.
Nunca me estrellé, pero me despertaba sobresaltado justo antes de que la cama y yo tocáramos el suelo. Al hacerlo mantenía los ojos cerrados mientras palpaba el colchón con ambas manos, para asegurarme de que estaba todo en orden. Una vez chequeado los abría y me reconfortaba ver que estaba donde siempre y que no había pasado nada. La sensación de desasosiego de esa mañana duraba horas, igual todo el día.
Años después me pasé una larga temporada sin dormir. Estaba estudiando la carrera y se acercaba el final de la misma. Por lo que sea, me costaba horrores conciliar el sueño porque no podía respirar profundo, hasta el punto que tenía que incorporarme porque pensaba que me ahogaba. Eso pasó una noche y luego otra y después la tercera, hasta que me entró miedo a irme a la cama. Me mantenía despierto escuchando la radio hasta que, muy avanzada la noche, finalmente caía.
Cuando estás en la facultad no pasa nada por tener sueño durante el día. Te tomas un café, o dos y el resto lo hacen los escasos 20 años que tienes.
Las pesadillas recurrentes son jodidas y dormir sin respirar es difícil, en eso estaremos de acuerdo. Pero nunca se me ocurrió comentar, en tiempo real, aquellos dos episodios a nadie. Sucedieron, pasaron y vino lo siguiente, que en la vida siempre hay un nuevo episodio, una nueva temporada, sobre todo cuando eres un niño, o un joven.
Años más tarde, habiendo pasado quizá tres desde que habíamos terminado de estudiar, comenté con una amiga lo de mi época sin dormir y le describí mis sensaciones de dificultad respiratoria. Eso es ansiedad, yo también la tuve, me dijo muy asertiva. Ok, pensé, así que aquello era algo y tenía un nombre. No quise investigar más, típico mío. Cuando algún tema de salud que me preocupa ya no me afecta, prefiero no saber más. Asumo que si me ha pasado una vez, ya no me va a volver a pasar. Como si la salud fuera azar, una lotería que reparte Dios y que a todos nos toca en alguna medida antes o después, pero que no hay manera de controlar.
Y lo que es peor y esto también es típico mío, a partir de ese momento, tras haberle puesto nombre a algo que me hizo mal y que no conocía que existía, comencé a hablar de ello como si yo hubiera inventado la ansiedad. Soy un maestro en la explotación de un solo concepto para que parezca que sé de lo que hablo. Capaz de unir cuatro informaciones alrededor de él y armar un discurso que suene convincente. Siempre he sido bastante idiota con eso, aunque es verdad que también me ha servido para salir airoso de no pocas situaciones.
Meses después de aquella larga etapa sin dormir y con ansiedad, debuté en la diabetes. Sincronías.
Pero escribía esto y lo de mi sueño recurrente de cuando era niño, para criticar la mierda de visión del mundo que tenemos los modernos occidentales materialistas. Y porque quiero que mis hijas, y las tuyas, en la medida de lo posible, estén informadas de que existen más ámbitos que el mundo exterior, este en el que nos movemos y que tanto nos mola. Y que esas realidades invisibles tienen, como lo exterior, una estructura y un funcionamiento, aunque no se puedan ver ni al microscopio, ni con el mayor telescopio del mundo.
Y que eso que es invisible y a cuyo estudio, tradicionalmente, se dedican los filósofos, los psicólogos, e incluso los teólogos, existe igual que a lo que se dedica ese otro ámbito del saber; los físicos, los neurólogos, o los biólogos. Y que si no integramos ambas mitades de la realidad y las empezamos a tratar como una sóla, única, completa y además lo hacemos de manera honesta, de frente y con normalidad, cuando nuestra hija tenga pesadillas o ansiedad, no vamos a saber qué hacer, nos vamos a asustar o directamente lo vamos a obviar, porque es «normal, ya verás que mañana estás mejor». O bueno, le vamos a dar un ansiolítico, si ya está en edad para ello.
Mi sueño de la escalera tiene una interpretación. Todos los sueños tienen una función y por tanto una interpretación. No te voy a contar la de este, para no dejar que tu visión materialista del mundo te empuje a dudar y te saque de lo mucho que te está gustando (😜😜) mi escrito. Pero si voy a hacer hincapié en el tipo de sueño, que lo relevante aquí es que era recurrente. Porque si ese juego random de tus neuronas por las noches, te trae una imagen una y otra vez, llámame loco, pero igual te está queriendo decir algo la vida. Algo que tu conciencia despierta, con su yo actuando a full speed (a todo filispín. que dicen en Ferrol), no es capaz de identificar e integrar.
Y que si no lo ídentificas tú, ella (la vida, lo divinos que somos todos, tu arquetipo) trata de ayudarte a hacerlo, en este caso a través de los sueños, otras a través de la intuición, de las sensaciones. Y si no vas por el camino correcto, pues a través de señales más llamativas como la ansiedad, la diabetes o un accidente. En definitiva, que pasan cosas que van a hacer que si o sí, te enteres de que por ahí no es.
Nosotros, modernos Sapiens, tan materialistas, tan cientificistas, sólo estamos formados para utilizar y confiar en lo racional y demostrable bajo el método empírico. Y este método, que es fenomenal y sin duda válido para muchas áreas de la existencia, no da para según qué cosas, como la interpretación de los sueños. Se queda en el estudio de las partes del cerebro que se encienden mientras soñamos y no entra en el significado en la mente del soñante.
Tenemos una concepción del mundo de mierda, que obvia todo lo que no es materia y todo lo que no cabe en el método empírico. Lo bueno es que no siempre fue así, ni por supuesto todo el mundo es así. Lo malo es que el mundo en el que nos ha tocado vivir está inundado de informaciones, de ruido, que no nos deja escuchar, ni escucharnos, que eliminan nuestras intuiciones, que coartan nuestras inclinaciones, que tapan nuestras sensaciones, que se burla de nuestros sueños.
Hagan como mi amigo Juan Diego, que ha vuelto a releer a Bernardo Kastrup y verán que les vuela la cabeza lo que dice, utilizando el método científico moderno.
O mejor, no lean, que leer es otra de esas armas de doble filo del Sapiens moderno, que hace que obviemos lo que sentimos, soñamos, intuimos o percibimos.
La dieta paleo asume que si comemos lo mismo que comían los de nuestra especie, cuando ésta se configuró, estaremos más sanos. Pues del mismo modo, si la Naturaleza hubiera diseñado al Sapiens para acceder a la sabiduría a través de la lectura de lo que otros escriben, aprenderíamos a leer como aprendemos a hablar. Sin esfuerzo y sin método. Pero no.
A la parte invisible de la realidad no se llega por la razón, ni por la intelectualidad, tan vinculada a la escritura. Se llega mejor con el silencio y con la palabra hablada, escuchada. Así que escuchen a los sabios, a los viejos, a los niños, que son los menos contaminados por el ruido moderno. Y a ver qué pasa.
Mientras tanto, me cago sobre el paradigma materialista, porque nos jode la vida.
Pasen un buen fin de semana.
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