La verdad es cuando los hechos coinciden con las afirmaciones.

Las afirmaciones sobre el mundo exterior son compartidas por una mayoría y esto es porque sus hechos se experimentan con los sentidos, sobre todo el de la vista. Es cierto que hay terraplanistas como Kirye Irving, pero no da (aún) como para tomarlos en serio.

Las afirmaciones sobre el mundo interior son más complicadas porque solo las ve cada uno dentro de sí mismo. Al no ser visibles para el resto uno puede engañarse y tratar de engañar al de enfrente.

Si yo trato de engañar a otro, lo de menos es lo que ese otro piense como resultado de mi acción. Éticamente es feo, pero las mentiras dañinas de verdad no son las que le cuento al otro, sino las que consigo creerme yo mismo.

Porque si soy persistente en el autoengaño, a fuerza de repetirlo va a pasar a alojarse en la parte de mi conciencia que funciona con patrones de conducta automatizados, que no soy capaz de reconocer de manera voluntaria (el llamado inconsciente).

Como la mayor parte del día vamos con el piloto automático on, ya que así está montado el circo y porque si no lo hacemos tenemos la sensación de que no llegamos (otro día hablaremos de las sensaciones), lo habitual es actuar nonstop bajo esos patrones inconscientes automatizados. Los sabios de la pujante neurocracia lo explican muy bien contándote la neurología de las motivaciones bajo el funcionamiento de los circuitos de dopamina, noradrenalina y adrenalina.

Existen patrones de comportamiento que van a favor de uno y del colectivo: dar las gracias, mirar a lo ojos de la persona con la que hablas, lavarse las manos antes de comer, dejar pasar al que te cruzas en el portal. Pero también los hay absolutamente contrarios al correcto desarrollo individual: hacer scroll infinito, indignarse con los que votan al otro partido, meterse el dedo en la nariz mientras el semáforo está en rojo.

Los circuitos de la dopamina, la noradrenalina y la adrenalina no saben de valores universales y no se activan o desactivan en función de la Ética, sino de aquello para lo que los entrenamos. Es verdad que a unos nos genera dopamina scrollear Twitter para mirar los memes de Ayuso condecorando a Milei, igual que a otros les pasa lo propio al ayudar a subir las bolsas al vecino en el portal del edificio.

Ambas acciones son automáticas, inconscientes y verdaderas, pero la segunda es mucho más saludable que la primera.

Solo hay una receta para mejorar: parar.

Parar y quitar el piloto automático, al menos unos minutos cada día.

Parar al despertar, antes de que el sol caliente demasiado.

Parar y meditar.

Parar y encontrar la verdad.

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