No hay duda, el día se ha levantado melancólico, al menos aquí en el pueblo de la periferia. Cuando vivíamos en el barrio sosaina se veía menos niebla desde la ventana, pero aquí no, aquí la niebla pesa. Y como estoy terminando de escribir un libro sobre el talento, motivo por el que visito poco mi blog en las últimas semanas, me ha dado por pensar en el talento y la melancolía.

Formo parte de un grupo de cuatro amigos hispano argentinos que nos conocimos hace más de veinte años y que mantenemos la tradición de etiquetar a las personas con el nombre de un jugador de fútbol, para tratar de definir su personalidad. Es una clasificación muy superficial, basada en el conocimiento del comportamiento exterior de los futbolistas y sobre todo en su físico y su manera de jugar a la pelota. Una idiotez, la verdad, pero como somos mayoría de hombres en dicho grupo, nos dejamos llevar por la ligereza de las cosas tontas y a veces, por qué no decirlo, nos permite entender qué clase de persona es la que uno está tratando de describir.

En mi libro que habla sobre el talento y que voy a terminar antes de que acabe el año en curso (bien yo), también escribo sobre el ser humano interior, claro, sobre lo invisible, sobre la personalidad y sobre la sincronía de las relaciones acausales. Bueno, sobre esto último no escribo, era una gilipollez para parecer más culto y darle empaque a mi texto, que he comprobado que los que escriben de verdad sobre temas importantes, lo hacen de una manera que consiguen que nadie los pueda entender, para que pensemos que son mucho más listos de lo que son. El caso es que en mi libro hablo sobre los diferentes temperamentos que forman parte de la personalidad y que además tienen que ver con los cuatro elementos.

Tierra, agua, fuego y aire son los cuatro elementos del cosmos y se caracterizan por el diferente tipo de cohesión atómica que poseen; firme para la tierra, débil para el agua, dinámica para el fuego y libre para el aire. En este punto de la conversación mi sobrino Jorge me diría que no hable de física sin tener ni puta idea y tiene razón pero, con tu permiso querido Coqui, tengo que hablar de los cuatro elementos y sus características, porque son fundamentales para entender los temperamentos y por tanto la melancolía.

Como el humano es un microcosmos y nuestro interior posee analogías con el exterior,  podemos clasificar los temperamentos según las características de estos cuatro elementos que estudiamos en Conocimiento del Medio en Primaria y denominar como flemáticos a los que poseen las características de la tierra y los minerales, melancólicos a los que se parecen más al agua, coléricos a los que son como el fuego y sanguíneos a aquellos que son más como el elemento aire.

Amerita recordar tres cosas importantes para el entendimiento de cualquier clasificación de la psicología del Sapiens. Primero la evidencia de que los psicólogos nunca han sido buenos en marketing, sobre todo con temas de naming. La carga semántica de todos estos nombres, tergiversada por el paso del tiempo, nos condiciona para entender cualquier manual de psicología, sea este moderno o muy antiguo. La segunda es que cuando nos referimos al ser humano interior, a lo que de verdad cada uno sabe sobre sí mismo, nos jode mucho que se nos ponga una etiqueta, ya que sentimos que no alcanza para explicar la riqueza de nuestra insignificante individualidad tope de power, eso que la cultura materialista nos ha vendido siempre, que dice que lo más importante es el individuo y sus libertades, ¡já!. Bueno, no lo expresamos así, pero eso es lo que hay detrás, hagan la prueba. La tercera y última es que todos poseemos todas las características que describen las diferentes etiquetas que utiliza la psicología, pero que dependiendo de la dotación de serie de cada uno, somos más tendentes a unas que a otras. El porqué de estas diferencias es el mismo porqué que aplica para las diferencias físicas y ahí lo entendemos todos clarinete. Unos somos bajitos y otros altos, unos rubios y otros morenos, unos negros y otros blancos.  

Además esta nomenclatura de los cuatro temperamentos no es nueva. Como casi todo lo de nuestra cultura, estos sustantivos provienen de la Grecia antigua y en su primer uso conocido hacían referencia a los cuatro humores cardinales, o fluidos corporales, que en la época en la que el número 1 de la medicina occidental era Galeno, eran buenos indicadores para los diagnósticos de la salud; la bilis negra, la amarilla, la sangre y la pituita (o flema), osea el moco de toda la vida. Y de esos cuatro fluidos salen los cuatro palabros que describían a los enfermos; melancólicos (de melas, negro y kholis, bilis) a los de la bilis negra, coléricos a los de la amarilla, sanguíneos a los de la sangre y flemáticos a los del moco. El uso de los cuatro fluidos corporales en medicina fue superado con el paso de los años y el avance de la tecnología y aunque ahora en el tele llamen galenos a los médicos, ninguno de estos hace ni puto caso de las enseñanzas de aquel sabio griego, nacido en Turquía y considerado romano, que vivió y murió entre el 126 y el 216 de nuestra era. Pero en psicología y también en las conversaciones en el bar de la esquina, sobre todo en estas fechas tan señaladas (bien de topicazos todo), utilizamos estos cuatro términos para describir estados emocionales. Sobre todo la melancolía.

A mi la palabra melancolía nunca me ha gustado, me resuena como a blandengue, a lloricas que se quejaban cuando uno de esos hijos de mil putas (dicho con absoluto respeto) de octavo curso, te daba un golpe en el taco de cromos de fútbol mientras los cambiabas en el frontón del patio del Ramiro, que hacía caer todos tus cromos al suelo y que el resto de hijos de mil putas, amigos del primero, te los quitaran tirándose al suelo como perros, perdiendo uno los «últimos fichajes» (Tato Abadía incluído), que pasaban a las sucias manos de los malvados bullies. A mi y a los de mi generación nos enseñaron que los chicos no lloran, punto. Y así estamos.

Melancolía me recuerda también al paseo por los aledaños del Calderón, en esas frías tardes de invierno enfundado en la camiseta con Paulo Roberto Falcao (que jugaba en la Roma, pero que era mi favorito tras verlo jugar en la Brasil del Mundial 82), de la mano de mi padre (esto es absolutamente falso, pero me parecía que encajaba en la narración), cuando íbamos a ver jugar a su amigo Miguel Reina (esto sí es verdad, son amigos).También me recuerda al tema de Camilo Sesto, canción a la que en mi familia (y me temo que también en otras muchas), cambiamos el título por “Me la comía” y acompañamos siempre por una coreografía nada decorosa, que nos hace reír mucho en las bodas. El caso es que la palabra suena a llantos, penas, tristezas, rupturas, traumas, depresiones y ya se sabe que eso no casa nada bien con esta sociedad de la felicidad y el entretenimiento que nos hemos creído que tenemos.

Pues miren, como yo soy una persona de bien y quiero que todos estemos en armonía con lo que a cada uno le esté aconteciendo en su momento vital, que puede ser tope de gama re contra bien todo, o una reverenda mierda nube negra de los cojones, según el caso, les cuento lo que he escrito en mi libro sobre la melancolía.

La melancolía dejó de tener que ver con la bilis negra, pero no con el llanto que provoca ésta y en concreto con el agua, que es lo que uno expulsa al exterior cuando llora. Así que fijémonos en las propiedades del agua, que nos van a ayudar a entender de verdad lo que significa la melancolía.

El agua fluye, se adapta, se cuela por los lugares más insospechados, si la dejas va hacia las profundidades, pero también aflora, rebosa, de cuando en cuando y puede causar estragos si nos pasamos de cantidad. El agua puede adoptar los tres estados «físicos» conocidos; sólido en forma de hielo si está muy fría, líquido como es obvio y gaseoso en modo vapor si se calienta. El agua reblandece otras superficies, las moldea. Una gota recurrente y constante, al final acaba haciendo un gran socavón en el mineral más duro.

Y una persona tendente a la melancolía tiene estos mismos talentos. Son capaces de adaptarse a cualquier situación, fluyen con la vida, no hay envase que los contenga, tienen capacidad de filtrar y transmitir los mensajes, porque calan en la gente, a la gente. Necesitan avanzar, moverse, no quedarse estancados, porque se pudren. Tienen que tener cuidado con no reblandecer mucho a otros, ni tampoco a ellos mismos, sobre todo si el momento requiere firmeza, por eso pensar fríamente y convertirse en hielo, a veces es bueno para los melancólicos. Pero también necesitan enfurecerse, cabrearse para entrar en ebullición y así expulsar el exceso de agua en forma de vapor. Nada mejor para una depresión que un buen enfado y su llanto, cagándose uno en todo lo que se menea.

Llamé a Nelson, del grupo ese de hispano argentinos que etiquetamos a la gente con nombres de fútbol y le describí todos estos síntomas del buen melancólico, pidiéndole que me dijera un jugador que le recordara a esto. Al toque y sin dudar me dijo que Iniesta.

Así que sean melancólicos si lo requiere la situación, o si se sienten así, o si tienen esa dotación en su equipamiento de serie desde que vinieron al mundo. No huyan de ella, no se ceben con ella, abrácenla, lloren, fluyan, templen, lleguen, calen, mojen (fundamental), háganse aire, suban al cielo y vuelvan a empezar, que el agua, junto con el sol, son las claves de la vida.

Y veremos si, como Iniesta, metemos el gol que nos haga campeones el mundo.

Feliz segundo domingo de adviento.

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