Nivel 2 del cosmos, los vegetales. Y qué tiene que ver esto con el talento, me pregunta Mariana. Pues todo, le digo, porque, ¿no somos los Sapiens parte de la naturaleza?. Si, me responde, moviendo la cabeza de arriba a abajo y arqueando las cejas.

Pocas veces en nuestra azarosa e insignificante existencia sentimos de veras que somos otra especie más del planeta, que somos parte de un todo, junto con las moscas, las coníferas y las focas monje. Que lo de ir en coche con Google Maps, vestir ropa de algodón y mirar mucho Instagram no son más que artificios recientes y vacíos, además de, por qué no decirlo, símbolos de la inercia creada por esa narrativa de superioridad divina que, equivocadamente, arrastramos los Sapiens desde que somos tal cosa. Sentimiento de superioridad que no es nuevo y que nada tiene que ver con las pirámides, ni con la Ilustración, ni con el romanticismo, ni con el Guernika, ni con la supuesta llegada de Armstrong a la luna, ni con Dylan, ni con el gol de Maradona a los ingleses, ni con internet, ni con la IA, ni con ninguna de las magníficas mierdas varias de los humanos de los últimos milenios.

Mi hija Mariana estaba al otro lado del teléfono y también del océano, y teníamos esta animada charla porque acababa de estar en una clase de orientación profesional durante su año escolar en USA, en la que le habían hablado del talento natural, de los dones que nos da la naturaleza y de nuestra responsabilidad de desarrollarlos.

Hablando de esto me acordé del documental La Tierra, producido por la BBC, que vi la semana pasada de chiripa y en el que descubrí que hace 252 millones de años, justo cuando se emitió la primera temporada de Cifras y Letras, con un Jordi Hurtado recién salido de la facultad, desaparecieron el 90% de las especies del planeta. Se extinguió casi todo, así, de una, en unos cientos de miles de años en los que todo lo que pudo ir mal para la vida, fue mal. Y suerte que nosotros, tan divinos que somos, aún no estábamos. 

Los que lo han estudiado lo cuentan fenomenal en el docu y con un inglés buenísimo, pero yo voy a hacer un sencillo resumen de todo a 100 .

En aquella época la tierra se componía de un único gran continente (Pangea) y el resto era mar. Pangea era muy rico en vegetación y el mar flipas de todo el pescado que tenía. Los animales y las plantas no eran como los de ahora, ni como los de Jurassic Park, que aún ni habían aparecido. Había, eso sí, caras conocidas de sospechosos habituales como los tiburones y también insectos con alas de 30 cm, que no debía molar nada encontrártelos en el porche de casa. Había animales terrestres grandes y pequeños, herbívoros y carnívoros y los ecosistemas de la época eran muy ricos y funcionaban a full speed.

Y por lo que sea, un buen día, que ya sabemos que los caminos del señor son inescrutables, en la zona que coincide con donde hoy está Siberia, comenzaron unas erupciones volcánicas tope de gama. Una cosa muy seria, tanto como que, con sus ups and downs, estuvieran activas durante 2 millones de años. Si sí, 2 millones de años erupcionando, a lo loco Maricarmen. Emergió materia caliente suficiente para cubrir los Estados Unidos con una capa de lava de 275 m de alto. Mucho de lo que había en aquella zona al norte de Pangea se quemó, claro, pero el continente era grande y hubo muchas zonas a las que no llego el magma. Una cosa loca de vegetales y animales desaparecieron en la hoguera, pero fueron los gases los que mataron al resto y convirtieron al planeta en un lugar más insalubre que los baños del foso del patio del Ramiro de Maeztu en los 80. Vapor de agua, metales pesados, dióxido de azufre y dióxido de carbono hicieron púm para arriba y a la atmósfera, como cuando se ducha mi hija Berta que pone el agua a 100º.

El dióxido de azufre en suspensión enfría la tierra porque no deja pasar al sol, pero cuando llueve se va, así que no fue ese el problema. El dióxido de carbono en suspensión no deja escapar el calor, sube la temperatura y se produce el efecto invernadero tan de moda estos días. Y ese dióxido de carbono es más puñetero porque no se va tan fácilmente, sobre todo si el volcán está en erupción durante dos putos millones de años. Así que los océanos se empezaron a recalentar y acidificar y los ecosistemas marinos colapsaron. Con las altas temperaturas se evapora más agua, ergo llueve más y los nutrientes de la tierra son arrastrados de nuevo al mar, motivo por el que las algas crecen como la barba de James Harden en la pandemia, dejando sin oxigeno al mar, que aloja otras muchas especies que lo necesitan igual que las algas. Y sin oxigeno no hay vida, punto.

El agua de los océanos subió 6º o 7º y la media de temperatura de la tierra incluso más. Con esos cambios, que desde nuestra perspectiva de hombre del tiempo del telediario no nos parecen tan dramáticos, pero lo son, se empezó a ir todo al carajo. No sólo por lo que pasó con el mega volcán siberiano al final del periodo Pérmico, sino que resulta que la tierra por dentro siguió al baño María otro tiempito largo y la lava, en lugar de salir, comenzó a expandirse bajo la corteza terrestre. Como la tierra tiene 4.500 millones de años y esto pasó hace solo (já) solo 252 millones, había habido ya mucho jari geológico previo en el terreno y debajo de la superficie había capas y capas de otros minerales acumulados con anterioridad. Entre esas cosas que encontró la lava en su viaje en metro por el subsuelo terrestre estaban el carbón y la sal. Con el fuego y el carbón mezclados todos sabemos lo que sucede, pero si a esto le sumas un puñadito de sal, en algunas zonas puñados de hasta 200m de grosor, las consecuencias son devastadoras. La sal cocida por el magma liberó gases que sumados al carbón ardiendo, crearon una bomba bajo la capa más superficial de la tierra que, con la presión, hicieron estallar buena parte del planeta.

Y fue tan masiva la explosión, con tanta cantidad de minerales y en tantos puntos del globo, que la liberación de gases halógenos agujereó la capa de ozono de manera irremediable, dejando entrar la radiación ultravioleta a la superficie, que a su vez mató y esterilizó la vegetación. Es lo que tiene la radiación de alta gama.

Sin vegetación, por tanto sin especies que dependen de ella, con exceso de dióxido de carbono, aumento de la temperatura marina, crecimiento bacteriano y de la acidez del agua y cada vez con menos oxigeno, se produjo la tormenta cósmica perfecta para la desaparición, casi por completo, de la vida en la tierra.

Al final de las erupciones la temperatura había subido unos 12º en la superficie y aquella combinación de catástrofes se convirtió en lo peor que le ha pasado a la vida en la tierra en toda su historia. Pero no todos los seres vivos cayeron en la batalla, algunos sobrevivieron y consiguieron adaptarse a tan adversa situación. Hay esperanza.

Al colgar le he dicho a Mariana que hay dos colectivos que estamos salvados si algo así vuelve a suceder. Uno el de los amigos de Elon Musk, que ya se está preocupando el señor de poner los medios para colonizar otros planetas, o la luna, por si la cosa se pone tan fea como hace 252 millones de años. Y luego los residentes en la Comunidad de Madrid, que con la maceta que Ayuso nos ha recomendado poner en los balcones no habrá problema ninguno para resistir.

Así que pasen un buen fin de semana, sientanse naturaleza, pequeños, insignificantes, no se den importancia, vivan y mueran con alegría y no crean que llegan pronto ni tarde a nada, que el tiempo es mucho más relativo de lo que dijo Einstein. Tan relativo como que no existe.

252 millones de años, ¡vamos no me jodas!.

2 respuestas a “La irrelevancia (humana)”

  1. Jjjjjaaaa. Me meo contigo.
    Me encantas

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    1. Regi, tenemos que vernos, que ya toca

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