Llevamos Joaquín, Joaquín (Kiko) y un servidor, una semana ingresados en el hospital HLA Moncloa. El enfermo es Joaquín senior, que tiene un cuadro curioso de dolencias, con los riñones y su creatinina como foco principal.

Una semana no es nada, solo siete días, un número bonito con el que decidimos, en su momento, dividir ciclos más largos de la naturaleza como las estaciones y agrupar otros más cortos, como los días y sus correspondientes noches. Pero la realidad es que las semanas, en la naturaleza, no existen.

Las semanas son una más de esas narrativas que tanto nos gustan, que en época de los Caldeos se centraban en los fenómenos naturales, motivo por el que llamaron Sunday (nosotros lo llamamos domingo por la influencia cristiana) al día del sol, Lunes al día de la luna, Martes al de marte y así sucesivamente, utilizando como inspiración lo que veían en el cielo. Y son siete los días de la semana por ser múltiplo de 28, tiempo que tarda la luna en volver a ser nueva, vista desde la tierra. Nada que ver con lo de los seis días en los que Dios montó el circo y ese séptimo en el que descansó. Aunque no seré yo quien niegue que fuera algo parecido, que por algo la Biblia es la narrativa de más éxito de nuestra era.

Pero vaya, que mi padre se cabrea por el tiempo que lleva(mos) en el hospital y yo trato de convencerle, con poco éxito, diciéndole que una semana, puesta en contexto, es poquísimo tiempo y que, además, es un concepto que nos achica el enfoque correcto, la mirada larga, como aquella «pierna larga» que reclamaba Luis Aragonés a los jugadores de la selección en la Eurocopa de 2008 y que disfrutamos tanto con el documental sobre el Sabio de Hortaleza años después.

Y para convencerle me he puesto científico y cursi, porque hoy que era sábado y no tenía llamadas y reuniones por Teams.

El eje de la tierra, he empezado a contarle, alineado con respecto a la estrella polar y apretado por las fuerzas gravitatorias del sol y la luna, se desplaza como lo hace el eje de una peonza en su vaivén y describe una esfera que tarda 2,575 años en dar la vuelta y volver al punto de partida, y 72 en avanzar solo 1°. En la primavera del año 2.100 (más o menos) acabará la vuelta en la que estamos desde la época de Parménides (mi filósofo favorito), así que algunos de vosotros y seguro que nuestros hijos y nietos, estarán presentes en el momento que comience la era de Acuario (ahora estamos en la de Piscis), dentro de poco más de 75 años.

Ese movimiento del eje de la tierra se llama precesión (de los equinocios) y aunque es menos famoso que las conocidas rotación y traslación, que nos proporcionan los días con sus noches y las estaciones del año respectivamente, también tiene su influencia y una directa relación con la naturaleza, que es lo que de verdad somos, por más de moda que esté la IA y otras mierdas tecnológicas.

En estos ciclos naturales son en los que tenemos que confiar, padre y no en esas ficciones humanas que son las semanas. Como respuesta él se ha quitado el respirador y se ha sonado los mocos. También la naturaleza actuando.

Algunas lecturas dicen que cada era tiene un representante de Dios en la tierra y, en el caso de la era actual, la de Piscis, fue Cristo, al menos para nuestra cultura occidental. Lo que técnicamente deja abierta la posibilidad de que, en pocos años, nazca el siguiente representante, el de Acuario y nos ayude a transitar mejor lo que viene.

Pero mientras llega y nos alumbra, mirada larga, para poder valorar el hoy y aguantar otra semana con la sonda puesta.

Pasen un bonito sábado.

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