Hay semanas en las que no pasa nada en la vida de un Homo Conectado. A ver, bueno, sí que pasan cosas, pero son cosas que nadie considera. Mi semana ha sido de esas. Ha habido cosas, pero no ha pasado nada. A quién le importa que las gotas para dilatar las pupilas me den alergia, o que no me pueda poner en cuclillas porque tengo displasia femoropatelar Dejour tipo C en ambas rodillas. Lo cierto es que el informe del TAC axial de rótulas me parece molón, mucho más que lo que me dijo mi fisio, que me despachó con un: «eso es condromalacia». Displasia femoropatelar Dejour tipo C, es mucho más vestido y le da mucho significado a mi imposibilidad de montar muebles de Ikea de rodillas en el suelo, actividad necesaria cuando te has mudado recientemente a un pueblo del extrarradio. Suerte la mía que Iris, además de colocar libros en las estanterías recién salida de la ducha, también es Macgyver y monta las propias estanterías.

La mía ha sido una semana de mierda, sobre todo comparada con esa sucesión de semanas importantes que han tenido las jugadoras de la selección de fútbol, o los periodistas que cubren sus actividades, o los políticos españoles que hacen investiduras y no investiduras. Que sí, que he tenido reuniones presenciales y virtuales, he visto el tercer episodio de la docuserie de Bosé, he hecho una videollamada con Mariana en la que me ha contado que su mejor amiga es una chica mejicana, he leído dos páginas de un libro y centenas de ellas de mi teléfono y he tenido agujetas en los isquios por hacer peso muerto rumano. Peso muerto rumano no es un buen nombre para un ejercicio de isquios, pero entiendo que no fue Iñigo, mi entrenador, quien lo acuñó. El peso muerto rumano siempre da agujetas, no importa el tiempo que lleves sin hacerlo, o que lo hagas día sí, día también. Además es escucharlo y automáticamente mi mente se va al día de Navidad de 1989 cuando ejecutaron al dictador Ceausescu y su señora, en los baños de un edificio de Bucarest tras ser capturados. Peso, muerto, rumano, Ceausescu, Nicolae, Elena, baños, frío, Bucarest, esa es la secuencia en mi mente y claro, es normal lo de las agujetas en los isquios. Es lo mínimo, vaya.

Y en la mitad de todo este montón de nada, el jueves hablé con un amigo por teléfono. Mi amigo no se si es, de verdad, alguien a quien puedes llamar amigo. Sé que tú me vas a decir que alguien que trabajó contigo hace milenia y al que no has vuelto a ver ni llamar en diez años, no se puede considerar amigo. Pues ok, si para ti esa tipología de amigo no es un amigo amigo, entonces no es mi amigo ese al que llamé el jueves. Lo que es seguro y no tiene debate posible, es que se llama Alberto y que, por un motivo que nada tenía que ver con el que yo creía, le llamé el jueves. Quedé en llamarle a las 6 de la tarde, pero como me enrollé hablando con Briatore, que anda con su preoperatorio y con sus líos de trabajo, no lo hice hasta una hora más tarde.

Muy simpático descolgó y nos hicimos un resumen de lo que habían sido estos diez años. Hablamos de Sevilla, de videojuegos, de Alicante, de divorcios, de personas (AKA recursos humanos), del largo del pelo, de adolescencia, de pandemias, de las vueltas que da la vida, de David, de Juancho, de juicios, de problemas familiares, de perros, de Patito Feo, de adolescentes… Todo esto sentado en una terraza en una tarde bastante fría y sin el equipamiento de abrigo necesario. Un poco porque me pilló por sorpresa este clima y otro poco por ir a la contra de lo que veo en este pueblo de la periferia, en el que hay demasiada ropa técnica Quechua.

Después hablamos unos tres minutos del motivo de mi llamada y quedamos en que me diría algo más adelante con lo que averiguara. Y cuando íbamos a colgar, Alberto me dijo que a veces leía este blog y que… le resonaba mucho. A ver, que no por cómo escribes, que está bien y tal, sino por el tema sobre el que escribes; el espíritu. De pronto mi ego se hinchó y empecé a mirar a los convecinos por encima del hombro. Ellos no me lo notaban, o quizá sí, pero en aquel momento yo era Patagonia y ellos seguían siendo Quechua.

El espíritu, la Conciencia, eso que es pero que nadie ve, ni toca, ni huele, ni oye, ni prueba. El espíritu, eso que no es materia y que la ciencia desechó por supersticioso, por irreal, por oscuro, por irracional, por ilógico, por no empírico. El espíritu, eso que se convirtió en narrativa, en arte, en ficción, en entretenimiento, en charlatanería. El espíritu, eso que desapareció de la academia y se relegó a los templos y que de los templos se fue a los libros y de ahí a la basura. El espíritu, eso que no es puntero, ni tecnológico, ni está en las redes, ni sabemos cómo enseñar a nuestros hijos a reconocerlo. El espíritu, que en el mejor de sus usos, se ha quedado como sinónimo de tener ganas, de superación, de resiliencia, de confianza en uno mismo.

El espíritu, me dijo Alberto, eso es lo que me resuena de lo que escribes.

La conversación duró otra hora, en la que compartimos una visión del mundo que tiene en cuenta lo que no se ve, ni se mide, ni se pesa, pero que está, que es y que tiene un impacto notable en nuestra azarosas e insignificantes biografías pero, sobre todo, en la vida del colectivo, de la comunidad, del Todo. Y cómo el Homo Conectado, conectado solo a lo de fuera, precisamente por un exceso de esa conexión, está regresando hacia la conexión con lo de dentro, con el espíritu. Primero porque es, segundo porque es obligatoria y tercero porque si la pierdes, te pierdes y si somos muchos los que nos perdemos, la cosa se complica.

En cambio, si estás conectado con el espíritu, todo es menos grave, menos mío, menos pesado, menos oscuro, menos doloroso, menos injusto.

Lo que transitamos cada día es materia y es no materia y ambas tienen reglas. Todos llevamos dentro el manual de instrucciones de cómo movernos en el mundo no material, pero para poderlo seguir hay que apagar lo de fuera un rato, limitar el ruido y ser paciente, valiente, constante y humilde. Y no vestir tanta ropa Quechua.

Tengan una semana insignificante, vacía, invisible, anodina. Desconecten y llamen a su Alberto a ver qué les trae.

Deja un comentario

Tendencias