Tenemos fijación con lo material… En serio, bro, que dicen mis hijas, que las respuestas no las vamos a encontrar ahí, en eso que se puede medir, pesar o contar. Es más, no las vamos a encontrar ahí, ni en ningún otro lugar. Porque no hay respuestas, no hay. Sólo hay preguntas y con ellas el movimiento que genera perseguir las respuestas y con el movimiento, el desarrollo de uno y del colectivo. Y la rueda sigue girando y que no pare, que eso significa que la cosa marcha.

Aún así, la sección de ciencia de El País se llama Materia y que la parte del periódico dedicada al conocimiento del cosmos se llame así, es señal inequívoca de nuestro anhelo y de nuestro desconcierto. Porque ni siquiera es un guiño a la palabra inglesa matter, que significa materia y también «lo que importa». No, la sección Materia se llama así en El País, porque llevamos cientos de años dedicando esfuerzos y presupuestos a la investigación de lo material, con ambición de encontrar allí la luz para esas preguntas últimas, las importantes; ¿dónde va la luz cuando se apaga?, ¿cómo la gente puede ser tan, tan, madridista?, ¿por qué los lunes son deprimentes?, o ¿qué mierda habrá visto mi hermana en mi cuñado?.

A ver, que es verdad que se han hecho notables avances en muchas disciplinas, pero no lo es menos que aún estamos muuuuuy lejos de cerrar el círculo. Porque lo que es seguro es lo del círculo, que toda esta movida se trata de una realidad circular, esférica, redonda. Redonda, repito. Y digo redonda por lo de la geometría y redonda porque es molona, completa, plena. Por eso, cuando parece que hemos hallado respuestas y que la rueda ha llegado al final, o al principio, según se mire y que podemos descansar un rato, de pronto zás, todo vuelve a empezar con nuevas preguntas. No me jodas, te dices para ti. No te agaches, te respondes al toque. Todo esto en tu cabeza, porque tanto las preguntas como las respuestas, tanto los bienes, como los males, casi todo pasa solo en la mente. A ver, que a veces pasan cosas en el mundo exterior, pero son las menos. En el exterior apenas da tiempo a nada. Hoy he ido al gimnasio, he tenido dos reuniones, enviado dos emails y luego he ido al dentista. Aún hay cajas de la mudanza por todos lados y todo eso junto, para mi, es ya como si fuera ministro, una mega agenda. Pero en la mente no, bro, en la mente cabe de todo, 60,000 pensamientos al día, no jodas. ¿Sabes lo que son 60,000 cosas, de lo que sea, una detrás de la otra?. No lo sabes porque es imposible salvo que te pongas en la salida del Metropilitano un día de partido y cuentes a todos los que se meten en el metro. Pues cada uno de nosotros genera 60,000 putos pensamientos al día. ¿Cómo no vamos a acabar agotados?. Por eso hay que parar, por eso hay que dejar de hacer y empezar a ser. Solo a ser, sin hacer nada.

Lo único en lo que uno puede confiar es que, si la cosa cambia, si se mueve, si ahora es bien y dentro de un rato es mal, o fatal, es que todo está funcionando, confía. Si ahora es cansancio y pereza máxima y luego es partido de basket con los chicos en su cuarto, con la pelota de calcetín reglamentaria y la canasta percha de plástico en la puerta, con mucho contacto porque cada vez hacen los cuartos más pequeños y si al acabar es compra en Alcampo todos sudados, que es lo que mola y luego cena de 7º aniversario de relación con esa persona que amas, más los niños si los hay, todos en la cocina de casa… Si eso es así, o parecido, o nada que ver pero de una manera que te resulta, al menos, estimulante. Eso, eso, es vivir y mola.

Perdón que me he pirado millas de lo que quería escribir. No sé qué mierda me pasa, es posible que sea lo de la mudanza, o lo de vivir en un pueblo de la periferia, en lugar de en el barrio sosaina de antes. Por cierto, ese barrio era Montecarmelo, qué coñazo de barrio.

Pero vaya, que de lo que quería escribir ayer domingo, que es cuando empecé el post y que tenía que ver con lo de la sección de El País llamada Materia, es que entrevistaban a un neurocientífico de Logroño que trabaja en Nueva York. Que sí madrileños, que es posible ser neurocientífico, de Logroño y trabajar en el el hospital Mount Sinai. Nosotros, tan preocupados por la libertad, la cerveza, las terrazas y la deuda de Bicimad, mientras los riojanos mandan gente al mundo a sentar cátedra. Pues bien, en la entrevista explica Ignacio Saéz, que así se llama el muchacho, que su curro es tratar de saber si se pueden curar enfermedades mentales a través de la información recolectada por electrodos implantados en el cerebro humano para, con ello, ser más precisos administrando la terapia que corresponda.

Seguro que es muy útil lo de meter cosas en la cabeza, pero como él mismo dice, también es muy caro. Y añado yo que, además, estamos apostando de más a la parte material de la mente, como si a fuerza de contar conexiones, medir lugares que se iluminan, partes que se activan o desactivan, fuéramos a encontrar las respuestas a esas preguntas importantes que decía arriba. También dice Ignacio que la capacidad de viajar en el tiempo con nuestra conciencia, es la responsable de que tendamos a las patologías mentales. Y en concreto habla de la depresión. Pues bien, Ignacio tiene mucha razón, bien sea porque lo ha visto en los resultados de los electrodos de sus pacientes del Monte Sinaí, o bien porque es un sabio logroñés iluminado, como lo era el «Tato» Abadía, aunque éste nació en Binéfar.

Pensar en el pasado para cagarse en todo y luego en el futuro para planear cómo no volver a cagarla, unas 60,000 veces al día, 365 días al año, todos los años de tu vida, es una reverenda cosa de locos. Y lo más normal es que nos desubique del presente, que es donde estamos y de lo que debemos disfrutar, o sufrir, según toque.

Yo, mientras tanto, voy a volver a sacar cajas a la entrada para llevarlas mañana a reciclar, que no hay cosa más liberadora que deshacerte de materia sobrante. Mi nuevo sitio de moda es el Punto Limpio, hoy el encargado me ha felicitado por la gran temporada que estamos haciendo y allí noto que la juego con mucho criterio y que la mente se me para magicamente.

En fin, que trataré de no perder la costumbre de escribir en domingo y de seguir la pista de Ignacio Sáiz, tanto como la del «Tato» Abadía, ese maestro calvo con bigote de Las Gaunas.

Pasen una buena semana y no piensen.

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