En 4º de EGB, o quizá fue antes o un pelín después, estudiamos ciencias naturales a través de anillos; primero los del libro aquel de Santillana de color verde, con anillos concéntricos de colores dibujados en la portada y luego, a través de un anillo de buen tamaño que la profesora portaba en su mano derecha. Lo primero servía para el reconocimiento de la teoría, para aprender que en el cosmos hay minerales, vegetales, animales y humanos y que los humanos somos una especie que incorpora lo de las anteriores y cuya diferencia básica con el nivel animal es que somos metaconscientes, es decir conscientes de que somos conscientes. El otro anillo, el de Mª Rosa, que así se llamaba la profesora, era para que mis compañeritos y yo aspiráramos correctamente en el proceso de aprender, para que prestáramos la atención debida, mientras ella impartía clase.

En concreto servía para golpearnos en la cabeza. El golpe llegaba casi siempre por sorpresa, sobre todo si te habías dado la vuelta para hablar con el de la fila de atrás. La Mª Rosa avistaba su presa, que inocente daba la espalda a la realidad, mientras el resto nos hacíamos inequívocamente conscientes de que había una víctima en proceso, porque ella de pronto callaba y comenzaba a caminar sigilosa y velozmente por el pasillo hasta la ubicación deseada. El incauto alumno, volcado hacia atrás y en animada conversación, nunca intuía el viaje de la profesora hacia su sitio hasta que, en un momento dado, su interlocutor, con una perspectiva mejor, se congelaba al ver llegar el águila en vuelo rasante, con los ojos clavados sobre el pobre conejo. Allí sentados, los demás veíamos la escena como si de un capìtulo de «El Hombre y la Tierra» se tratara. Si te abstraías mucho, hasta podías escuchar la voz de Félix Rodríguez de la Fuente narrando la escena. El ángulo de golpeo era perfecto, el gesto seco y furioso y el dolor, agudo.

El resto disfrutaba del momento, aunque sólo fuera por tener un poco de entretenimiento en mitad de una clase y un motivo para parar la lección. Hoy igual seria maltrato, apertura de expediente a la profesora y probablemente sanción y una etiqueta difícil de gestionar durante el resto de su carrera. Pero en los primeros 80 todos lo entendíamos como una buena herramienta coercitiva, para que una clase con cuarenta individuos no se te fuera de madre.

El círculo es símbolo de lo divino y nada más divino que las tres funciones del Sapiens. Los anillos del libro para el reconocimiento de la teoría, el anillo de la profesora para la correcta aspiración y, para la actuación, la tercera de las funciones, hemos tenido el círculo de nuestras azarosas vidas, en las que se supone que si aprendimos bien aquello, habremos utilizado diligentemente esta capacidad humana de ser consciente de nuestra consciencia, hasta que demos la vuelta completa al anillo y seamos polvo de nuevo.

Pero no hemos aprendido, cada vez somos menos conscientes de que los otros, sean quienes sean, humanos, animales o plantas, también son seres conscientes y además parte de nuestro mismo círculo. Cada vez nos miramos más el ombligo, que está justamente detrás de tu móvil (haz la prueba) y alejamos nuestra mirada y conciencia de la realidad.

Ser metaconsciente es saber que formamos parte de un sistema complejo, que tus acciones no sólo tienen consecuencias en el objeto directo de las mismas, sino que afectan más allá. Ser metaconsciente es provocar un cambio radical del sistema productivo, del mundo corporativo y de la educación. Ser metaconsciente es dejar de enfocar al individuo y sus supuestas libertades y enfocar al colectivo y su urgente supervivencia. Ser metaconsciente es dejar de producir para crecer y empezar a redistribuir para fluir. Ser metaconsciente es dejar de hacer, para empezar a ser. Ser metaconsciente es pisar el campo con los pies descalzos, es respirar el aire sin contaminación y escuchar los pájaros y no el ruido del motor del 174. Ser metaconsciente es atender a los mayores y no simplemente darles una pensión y una esquinita donde no nos estorben a los demás, que estamos ocupadisimos produciendo para generar beneficios.

Y cuando digo atender, no hablo de la famosa dependencia y de ayudarles, que eso es obvio, me refiero a prestar atención a lo que nos tienen que decir, porque ellos tienen muchas claves, o deberían tenerlas, si nuestras sociedades fueran sanas.

Ser metaconsciente es buscar lo bello, lo sano, lo sencillo, lo verdadero.

Ser metaconsciente es amar.

Amen, pasen una buena semana y sean conscientes de que la vida es un anillo que, cuando llega a su fin, vuelve a empezar con o sin nosotros. Y si no lo hacen, ya verán como viene Mª Rosa con su anillo, justo cuando estén despistados, a dales en la cabeza.

2 respuestas a “Los anillos”

  1. Eres un Crack

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