Mañana nos vamos a Suiza. Nada, una semana, para montar en tren, respirar aire fresco y que las chicas dejen el móvil un ratito. Hoy votamos y mañana nos marchamos. Porque lo que va a pasar a partir de mañana, es todavía más insoportable que lo ocurrido hasta ahora. Y no hablo del calor, que también. Me refiero al país en el que vivimos, este donde, a pesar de todo, mi sensación es que la ciudadanía es infinitamente más sensata que lo que refleja Twitter y desde luego, de lo que resulta del binomio formado por los medios de comunicación y los políticos.

A mediados de septiembre de 2019 estuve por última vez en Suiza. Fue con mi amigo, maestro de Psicología Profunda y analista Francisco Llorente, visitando a la viuda de Walter Odermatt en Lucerna. Walter fue el maestro de Francisco y aunque no es conocido, al no haber sido publicado más que en alemán (y poco), fue un señor muy sabio, un notable pensador, filósofo y psicólogo suizo, discípulo de Carl G. Jung, autor de una obra completísima, con unas enseñanzas magníficas acerca del mundo y, sobre todo, con una visión certera acerca de nuestra especie. Y yo regreso a su lectura cada vez que siento desasosiego, como en estos dos meses de elecciones, campañas, votaciones e idioteces.

Por culpa de Walter empecé a escribir sobre lo invisible en este blog. Él tenía una visión comprensible, valiente y rigurosa del mundo, tanto del exterior, el de la materia, como del interior. el de nuestras comeduras de tarro. Y en ella caben, sin ambages, pares de conceptos habitualmente conflictivos como materia y espíritu, o ciencia y Dios. Pero no voy a contar aquí lo que aprendí en cuatro años de estudios en el Centro Anthropos en Madrid, que es donde se imparten sus enseñanzas. No, yo sólo quiero contar nuestro viaje a Lucerna para cenar con su viuda.

Walter había fallecido en mayo de 2018 y era la primera vez que Francisco visitaba a Herminie, que así se llama la mujer, en la casa en la que el matrimonio Odermatt convivió durante cuatro décadas. Volamos a Zurich con Air Europa y de ahí tomamos el tren hasta Lucerna, que hay que ver lo bien que funciona la red ferroviaria suiza. Al llegar fuimos al hostal para hacer el check in y allí departimos animosamente con el encargado y con unas turistas americanas que estaban de paso. Los hostales de centroeuropa, en concreto los suizos, son lugares muy agradables, magníficos para conocer gente de todo el mundo. Nos dieron la habitación y acompañamos a las americanas caminando hasta el museo Wagner, una casa el SXV donde el compositor alemán pasaba temporadas y que han convertido ahora en atracción turística. Allí nos despedimos de ellas y continuamos bordeando el lago, hasta llegar a una vivienda unifamiliar blanca, situada en un tranquilo barrio alejado del pintoresco centro de Lucerna.

Nos recibió Herminie, una mujer menuda, de pelo blanco, ojos azules, cara risueña y que parecía se alegraba sinceramente de tener nuestra visita. Mi papel aquel día fue más que discreto, ya que la secuencia transcurrió toda en alemán. Pero pude visitar las estancias de la casa, el despacho donde solía trabajar Odermatt y luego disfrutar de una agradable charla en la terraza mirando al lago y una cena para cuatro en el interior de la casa, en una galería preciosa mirando la puesta de sol, en el aún templado final del verano suizo.

Lo de la mesa puesta para cuatro fue una sorpresa, porque éramos tres. Pero como no entendí la explicación de la señora, asumí que alguien más estaría invitado.

El modelo de pensamiento de Walter Odermatt divide nuestra realidad en cuatro. La división en porciones no es cosa de este sabio suizo, el método científico lo practica desde hace siglos y responde a la necesidad del Sapiens de reducir para intentar digerir. Lo mismo que nuestro organismo hace con el estómago, los intestinos, el bazo y el páncreas, que descomponen y transforman los alimentos, para enviar luego cada cosa a los lugares correctos y expulsar los desechos.

De manera análoga, para integrar cualquier cosa, los Sapiens necesitamos primero identificar sus partes y conocer las funciones de cada una de ellas y luego tratar de comprender el todo. Y eso, que está muy bien para el estudio de las ciencias naturales, es menos útil para la experiencia de vivir. Imaginen que el aparato digestivo tuviera que hacer consciente cada alimento que ingerimos, como paso previo a enviarlo donde corresponde. Se produciría un gran colapso del sistema, un embotellamiento sin precedentes, sobre todo con la cantidad de alimentos ultraprocesados que nos metemos al cuerpo. Pues eso es lo que hacemos con la vida, tratar de conocer el funcionamiento de todas sus partes, cuanto más al detalle mejor, hacer después una descomposición de cada fenómeno que vivimos y luego tomar la decisión consciente, que nos encanta la idea del yo y de la libertad de cada uno para decidir, para ver si sí, o si no. Y mientras la vida pasa…. Los consultores llaman a esto «la parálisis por el análisis». En wording sí son buenos los consultores.

Herminie y Francisco charlaban animosamente sentados en la terraza el uno al lado de la otra y en frente estaba yo, con una infusión sobre la mesita auxiliar, grabando la conversación con mi teléfono. A cada tanto Francisco se esforzaba por traducirme algunos detalles, pero mi experiencia no necesitaba traducción y además era muy cansado para él.

Y aunque acabo de criticar esta tendencia de los humanos a querer saberlo todo sobre cualquier cosa, a dividir en partes cada fenómeno que experimentamos, como paso previo para actuar, voy a contradecirme y contar un poco de la visión de Odermatt, acerca de las cuatro partes de nuestra realidad.

Aprovecho para reivindicar la contradicción. Contradecirse está bien. No como lo hacen los políticos, eso es mentir. Contradecirse es pensar una cosa y, a los diez minutos, una diferente sobre un mismo fenómeno. Eso es muy humano, no se preocupen si les pasa. Lo único es que hay que elegir, porque si no, uno se enrosca en sus procesos mentales y corre el riesgo de no salir del bucle. Contradicción sí, pero luego acción. Y si te equivocas, no pasa nada, que mañana empieza el ciclo de vuelta.

Walter divide la realidad en cuatro, decía y aunque nombre antes a una y después a otras, esto no implica una jerarquía de las mismas. Lo primero es el mundo exterior, el de la materia, por el que nos movemos todo el día y experimentamos con los cinco sentidos. Luego el de la conciencia, que es el de todo aquello que pensamos, que sentimos, que intuimos cuando estamos despiertos. Después el de aquello que está más allá de la conciencia, que sucede al mismo tiempo, pero que experimentamos solo cuando perdemos la conciencia, por ejemplo al dormir. Y por último el mundo interior, que es el mundo de lo divino, básicamente un misterio.

Herminie nos invitó a sentarnos para la cena. Había cocinado ella misma estofado de carne y aunque venía avisando desde hacía un rato, sobre que se le había quemado, tengo que decir que estaba francamente bueno. La mesa era redonda, símbolo de lo que es divino, pero para que pudiéramos ver la puesta de sol, nos sentamos sólo en una mitad del círculo, mirando a la ventana y dejando la mitad de la mesa vacía. Allí seguía habiendo cuatro platos y cuando Herminie sirvió el vino, que era un «Montecastro» de la Ribera del Duero, echó vino también en la cuarta copa.

En ese momento nos miró y dijo algo que tampoco entendí, pero que claramente transmitía que Walter también se iba a sentar a la mesa a cenar. Me recorrió el cuerpo un escalofrío. Odermatt en su obra habla de todo lo que está más allá de la conciencia, es decir, aquello que sucede y que no percibimos cuando el Yo está a los mandos de la nave, pero de lo que sí tenemos recuerdos cuando dormimos y de ahí el estudio del mundo de los sueños, o el de las personas con experiencias cercanas a la muerte, o el de los que sufren trastornos de la personalidad, o problemas cognitivos. Pero una cosa es eso y otra muy diferente ponerle vino a un muerto, en una cena que se va realizar en el mundo exterior.

La velada siguió su curso, la botella cayó, la copa del ausente quedó medio vacía y no me fijé quién se la había bebido, ni tampoco importa. Hablé algo de alemán, brindamos por Walter y prometimos repetir en España en un futuro. Herminie nos contó que estaba trabajando en redondear las aristas de la obra de su marido, en todo lo que tiene que ver con el más allá y que ahora esa tarea era más fácil, porque él estaba allí. Allá, sería más correcto.

Quién soy yo para dudar de su experiencia, diga lo que diga la ciencia.

Pongan un vaso de vino adicional y llenen la copa de aquellos que no están. No traten de analizarlo, sólo comprueben si la copa baja y si la vida sigue. Y brinden por ellos.

Hoy se vota, mañana vamos a Suiza, pasaremos por Lucerna. Pasen una buena semana y vivan la contradicción, porque haberlas haylas, como las meigas.

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