El sábado lo pasamos en grande en el cumpleaños de 50 de Pepa y Germán. Hacía calor y me tomé tres vinos blancos seguidos. El jardín estaba en cuesta, había mucha gente conocida y los saludos del tipo «¡cuántos años, estás igual!» se sucedían uno tras otro mientras, en mi mente, resonaba el «vamos a contar mentiras, tralará», de las excursiones escolares. A cada tanto, con alguno nos parábamos un poco más y profundizábamos (já) en la conversación, hacia temáticas críticas como «¿qué edad tienen ya los chicos?», o el sempiterno «hay que ver la pandemia…». En medio de una de esas, escuchando lo indudablemente óptimo de tener una Mercedes Vito, la cuesta del jardín se convirtió en el col del Tourmalet. El plano me empujaba hacia atrás y empecé a sentirme como Alex Honnold en Free Solo. La buena onda entre los hijos de una señora de mi edad y los de su pareja, que era lo que me estaban contando en ese momento, empezó a parecerme un demarraje insalvable de Marco Pantani y antes de caerme de espaldas y que pasara todo a fondo negro, montando una innecesaria escena dramática, conseguimos llegar a una de las dos mesas redondas que había en el jardín.

Cuando digo mesas redondas, no me refiero a esas que no son redondas y que ni siquiera son mesas, que nos deleitan en los eventos corporativos tan llenos de símbolos, como vacíos de significado. Esas en las que hoy se habla del hombre blandengue y de la mujer fuerte, de podcasts y streamers, de sostenibilidad, de industrias creativas, de economía circular y de IA generativa (la normal forma parte del pasado, que estás muy out). En este caso eran mesas redondas de verdad, «lit bro» que dirían mis hijas y en la que nos sentamos nosotros había dos mujeres y un hombre, que tendrían la edad de mi padre, que por cierto ayer cumplió 79. Muchas felicidades de nuevo, Joaquín.

Ya sentado, seguía sintiendo el peso de la gravedad dividido entre mi frente y mi pecho, lo que provocaba que mi espalda no se pudiera despegar del respaldo y que mi cabeza estuviera como cuando pasan los aviones por Castellana el día 12 de Octubre. Al menos las piernas no me flaqueaban y de a poco fui recuperando la visión, que se había estrechado por los costados tratando de prestar atención a la señora de la Vito que, minutos antes, nos ilustraba sobre lo difícil que es aparcarla en Vejer de la Frontera en Agosto pero, a cambio, lo bien que caben las bicicletas de todos.

Una de las señoras de la mesa redonda tenía nueve hijos y veinticinco nietos, la otra era la madre de Nené, que así se presentó. Mis neuronas disponibles para esa conversación eran dos y una empujaba la silla de ruedas de la otra, el resto de la tropa trataba de salir del colocón de vino blanco y calor. Hace treinta años que conozco a Nené y era la primera vez que veía a su madre. Quizá porque yo ya no tengo, pero me dieron ganas de adoptarla. Qué maravilla de señora, qué sonrisa, qué vitalidad. Mi difunta madre habría aplaudido mi elección, no tengo duda.

Llegó Iñigo al rescate y se sentó con nosotros. Iñigo es uno de los seis hermanos de Pepa y es de las tres mejores personas que conozco. Luego vino Mariano, que al fin ha acercado su aspecto físico a su edad real y me recordó mucho a Ethan Hawke. Con todo, yo seguía fascinado con la madre de Nené, que al poco se acercó ella misma a saludar y tuve la oportunidad de transmitírselo directamente.

Iris no estaba mucho mejor que yo, pero ella es siempre más elegante y sabe comportarse. Le dije que iba a levantarme para ver qué tal y fue bien. El suelo plano, ambas piernas firmes sobre la tierra del jardín y la cabeza con un peso más que razonable, parecido al de cualquier martes de cuando trabajaba con la empresa gallega que dejó de contar con mis servicios porque un día escribí que había soñado con Inditex, que es cliente y, si eres de Coruña y proveedor, con los de Amancio Ortega se aplica el segundo mandamiento.

Aprovecho para saludar a todos los de esa empresa, que justo esta noche he soñado con ellos y que esta semana andaban de jornadas estratégicas. Las jornadas estratégicas son un par de días llenos de mesas redondas como las que describía arriba, a las que estás obligado a ir y donde toda la estrategia se resume con el primer mandamiento.

De camino al baño me topé con Icíar y su marido, que es un señor francés con barba muy agradable (él, la barba no tuve la oportunidad de mesarla). Como noté que recuperaba el tono, no seguí caminando y me quedé a charlar con ellos, apoyando los codos en la mesita alta (redonda también) que ocupaban. La conversación giró alrededor de los hijos adolescentes que se van un curso al extranjero, sobre el rugby y sobre que los del Liceo Francés placan con no demasiada limpieza. Hice un gesto a Iris para que se incorporara a la charla y nos metimos de nuevo, de pleno en la fiesta.

A los 50 uno entra a las pistas sin complejos y allí estábamos nosotros, bailando lo mismo el himno del Sevilla C.F., que la Escuela de Calor de Radio Futura, según le diera el aire a Antonio, que era el DJ. Y por esos golpes del destino que nunca esperas, mientras comentábamos con Paula lo bonito que era su vestido y que a punto había estado Iris de ponérselo, porque lo tiene igual, aparecieron Rosa y su marido Daniel. Y bueno, qué alegría más grande. Y te preguntarás por qué. O igual no te lo preguntas, pero yo te cuento. Resulta que ellos son también de nuestro barrio sosaina. Bueno, no son, pero viven. Y les pasa como a nosotros, que no pertenecen. Y ese detalle, unido a que él es de la parte alemana de Miranda de Ebro y además profesor de arte, que sé que no casan muy bien así de saque, pero que si tienes paciencia acaban maridando perfectamente, generaron una comunión explosiva, esta vez regada con copas como Dios manda, que convirtió la noche en lo mejor de esta primera mitad de año. ¡Viva el tercer mandamiento!.

El domingo no pude levantarme de la horizontal, lit bro, de nuevo. La semana un coñazo de hormigueros, intermedios, Alsinas, Pedros Sánchez y Feijoos, qué cansancio de campaña. Bueno, tengo que decir que escuché a un señor de apellido Urtasun y me encantó. Lo malo es que a su jefa, que es de Ferrol, no me la acabo de creer.

Menos mal que el miércoles quedé con Montes. mi amigo ingeniero y filósofo, hablamos de las cosas importantes y criticamos como porteros lo definitivamente roto y lleno de mentiras que está el mundo corporativo y la enorme necesidad de revolución que hay en él. Lo corporativo se pudre porque se pasa por el forro el séptimo, el octavo y el décimo mandamiento. Y mientras, todos seguimos haciendo mesas redondas como gilipollas.

Por favor pasen un feliz primero de julio, felicidades a todos los del 73 ahora que estamos en el medio del año y gracias inmensas a Pepa y Germán por ser tan generosos.

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