Ha llovido en Madrid. El miércoles dejé el coche en el parking de Fuencarral y bajé andando hasta el teatro Lara. Me arrepentí de ir en coche por no ser ecológico y por lo coñazo del tráfico de Madrid y más cuando llueve. La coartada para ahogar mi culpa fue que, un rato antes, había recogido a mis hijas en el colegio porque decían que llovía mucho y no podían volver andando. La vida fuera de Instagram tiene estas cosas que, cuando llueve, te mojas, les dije al montarse en el coche. Las dos y una amiguita de ellas me miraron y, aún no he sabido interpretar su gesto.

De camino a mi cita me llamó Pablo desde México. Pablo es ese amigo mío que murió y resucitó el año pasado. No fue al tercer día, le costó algo más de tiempo y unas cuantas intervenciones en el cerebro hasta que se absorbió la hemorragia. Pablo ya está trabajando y ahora hablamos de manera regular. Regular es una palabra engañosa, porque aunque quiero decir que hablamos mucho más que antes, podría interpretarse que lo que hacemos es hablar mal (regular). La calidad de las conversaciones no se si es mejor o peor que antes, pero la honestidad es total y ambos lo agradecemos.

La conversación fue sobre lo mal que está el mundo de la publicidad en internet y sobre cómo nosotros, que somos tremendamente inteligentes, tenemos la clave para cambiarlo. Pablo trabaja para Amazon y es definitivamente más inteligente que yo. Primero porque sí, porque lo es y segundo porque él ha estado en el más allá durante semanas, durante el tiempo que pasó entre morir y resucitar. En 2022 estuvo en coma más de un mes y eso es una experiencia que no se adquiere haciendo el doctorado en Stanford, ni tampoco en la universidad de la calle. Cuando pasas al otro lado, donde la conciencia del yo pierde sentido y el tiempo y el espacio se desvanecen, el tipo de relaciones que uno hace es diferente que cuando uno acude al South Summit, que ha sido esta semana en Madrid.

Caminé atravesando la Plaza del 2 de Mayo. Malasaña estaba tranquila, toda la gente cool del barrio debía estar en Arganda, en el Primavera Sound, poniéndose de barro hasta las trancas. Llegué a la c/ Pez, seguí hasta la Corredera baja de San Pablo y entré en Maricastaña, frente al teatro. Me senté en una mesa corrida a esperar a la persona con la que había quedado. Eran casi las 7 y allí una pareja de jóvenes europeos cenaba con esa manera que tienen los europeos de hacer poco ruido, de no alzar el tono, como sí lo hacemos los españoles. En el lado opuesto de la discreción había un grupo de mujeres de mediana edad, que primero eran tres, pero que acabaron siendo ocho y que compartían conmigo la mesa corrida. Ellas no eran del barrio, estaban ahí para ver la obra de teatro que empezaba a las 8 y aprovechaban para ponerse al día sobre cómo iban los amoríos de una, el trabajo de la otra y los hijos de todas. Mi resumen de su animada conversación fue que, si te echas una nueva pareja, por favor, que no tenga hijos. Ah y que, para vivir, el mejor barrio de Madrid es el Encinar de los Reyes. No estoy de acuerdo con ninguna de las dos pero vaya, para gustos los colores.

Llegó mi cita, que venía del South Summit y lo primero que hicimos, tras saludarnos, fue hablar de Pau Gasol, que había sido entrevistado en el escenario del evento por la mañana. Le di mi opinión de que no hay necesidad de meter a Pau en un evento de esas características, por más que es extraordinario haber sido el mejor jugador de baloncesto español de todos los tiempos y uno de los mejores de Europa, haber ganado la NBA dos veces y que los Lakers le hayan retirado el número. Y también que es fenomenal estar activo cuando a uno le llega la jubilación, sobre todo si tienes 40 años. Cosa distinta es que tenga autoridad suficiente para hablar de cosas no relacionadas con el deporte de la canasta y que, sobre todo, sea interesante escucharlo. El próximo año que se traigan al todavía jugador de los Raptors Thaddeus Young que, con 34 años y catorce temporadas en la NBA, ha invertido en más de 300 startups, entre las que están algunas como Lyft o Airbnb, es dueño del equipo de baloncesto australiano Brisbane Bullets y también tiene su propia fundación de apoyo a la juventud, denominada Young for Youth Foundation.

Cerrando el tema baloncesto nos dimos cuenta de que mi cita no había quedado conmigo o, al menos, no exactamente conmigo. No, eso no es posible, me dirás. Cuando uno queda con otro usando Linkedin, sabe con quién queda, ve su foto, su profesión, su nombre, trayectoria, contactos comunes, etc… Sí, eso es cierto pero, aún así, puede pasar. Pasó, me pasó, nos pasó.

Nos habíamos conocido hacía tiempo en una reunión por Teams. A mi en su momento me cayó muy bien y me interesó mucho lo que hace su empresa. Desde entonces nos habíamos seguido la pista pero, salvo algunos likes a chuminadas posteadas en Linkedin, ningún contacto más. Un año y pico después, mi cita había conocido a mi hermano presencialmente, en unos talleres de no sé qué, en no sé dónde. Allí hablaron de cosas, entre ellas de equipos de trabajo, de psicología aplicada a esos equipos, de emprendimiento… y de baloncesto.

El multiverso o lo que sea, había provocado que mi hermano y yo nos fusionáramos en una misma persona en la cabeza de mi cita y que fuera a mi a quien había contactado por Linkedin, para vernos el miércoles. A mi en ningun momento me había parecido extraño, que para eso está esa red social. Y a ella, pues lo mismo.

Nos reímos mucho al descubrir la confusión y mucho más me reí yo sólo cuando, al salir, vi que la obra que representaban en el Lara era La Importancia de llamarse Ernesto, que versa sobre dos muchachas enamoradas de un tal Ernesto, al que no han visto nunca y que realmente no existe.

De vuelta al parking de Fuencarral me puse fino de agua. La reunión fue muy bien.

Le damos demasiada importancia a nuestras narrativas egoicas y resulta que somos perfectamente prescindibles e intercambiables por otro Sapiens, con un resultado parecido, o incluso mejor.

Pasen una buena semana, no se den importancia y sobre todo, sean como Ernesto (y como mi amigo Pablo), honesto.

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