González ha regresado a Madrid y ayer tomamos una cerveza en el bar de abajo. Me dice que ha dejado su trabajo en la agencia y que se va a Galicia a vivir. Le digo que es el sueño de mi vida. Acabamos y le propongo que me acompañe a caminar, que llevo dos semanas viajando y he perdido el hábito. Rodeando Madrid hay un anillo con un sendero para ciclistas, corredores y caminantes, que a la altura de nuestro barrio sosaina circula paralelo a una M-40 agazapada, escondida en una hondonada. Al otro lado está el campo y la sensación si llevas auriculares y no escuchas el zumbido de los coches, es que estás ante un gran río que delimita la ciudad. González acepta y salimos en dirección al camino, quiero que me cuente bien lo de su decisión y cómo la va a ejecutar.
La conversación empieza fuerte, profunda, porque de saque me cuenta que con 42 años se ha dado cuenta de que vivimos en un engaño constante, pero que sólo nos enfadamos cuando nos afecta directamente. ¡¡Oh, mama!!, pienso para mis adentros, si yo sólo quería dar un paseo y que me contara lo de vivir en Muxía, tener un huerto con lechugas carnosas, e ir a la lonja a comprar percebes los viernes por la mañana. Escucho, tratando de encontrar mi momento para cambiar de tercio, e ir hacia derroteros más mundanos, menos metafísicos. Pero no pasa, González está con ganas de hablar del engaño, o mejor dicho, del desengaño que emana de reconocer que todo es mentira.
Surfeamos por el documental «Un fallo en matrix«, que juega con la idea de que vivimos una realidad creada virtualmente y que dicha realidad tiene fallos, que si pones atención, se pueden identificar. Si me buscas me encuentras, me digo y no hay tema más divertido para mi que hablar sobre lo invisible, y las maravillosas teorías conspiranoicas que todo lo que no se ve puede generar. Le comento que los fallos en matrix se aprecian mucho mejor en los sitios pequeños, donde hay una menor producción de assets. Este verano en Ribadumia, por ejemplo, el mismo camión azul tenía que pasar constantemente hacia Barrantes, porque no había más camiones desarrollados en ese escenario. Lo mismo pasaba en la Ruta da Pedra e da Agua, en la que te encuentras a los mismos grupos de caminantes durante toda la mañana, incluso durante varios días, si es que repites la actividad. Bueno, es cierto que uno de los días nos encontramos a Rajoy caminando, quizá producto de uno de esos muy y muchos fallos en Matrix.
Pero en una ciudad, con tanto edificio, tanto rótulo, tanta gente, coches, patines, ruido, tanta prisa y tan poca atención, no nos damos cuenta de los fallos, que haberlos, haylos y en algún caso de bulto. Le digo que yo estoy convencido de que la realidad es una suerte de mezcla viva, en constante transformación, resultado del enfoque de cada uno de nosotros. Que si crees, creas, le digo y que lo haces eligiendo los elementos adecuados para tu historia particular, de entre el total de assets dispuestos por el gran creador, sea este Dios (en mi versión), o un gran desarrollador de videojuegos (en la del documental).
Mi posicionamiento le atrae, se acerca al suyo y como tengo unos años más que él, creo que le reconforta. Eso me permite meter baza y empujar la conversación hacia algo más cercano, al menos más cercano en el tiempo. Le cuento que mi realidad en las dos últimas semanas ha sido un poco random, que la programación de mi aventura quizá haya que ajustarla un tanto. Un viaje a Washington, otro a A Coruña, una visita al cementerio de Arlington, un concierto de Rosalía, una película de Nicholas Cage haciendo de él mismo junto a Pedro Pascal, actor con el que me han dicho en varias ocasiones que tengo un cierto parecido físico, un sobrino de 18 meses pasando una semana en casa con todo lo que supone y que yo ya había olvidado, recuperar un antiguo proyecto y seguir sintiendo cosas con él y leer un par de libros entre los aviones y los ratos muertos. Y hablando de la muerte precisamente y del concepto del engaño, del que quería hablar González, llegamos al libro de Javier Marías «Mañana en la batalla piensa en mi».
En ese momento ya estamos a punto de cruzar la N-607 hacia Tres Olivos, pero decidimos dar la vuelta y regresar porque amenaza lluvia. Le cuento que para el viaje a DC había cogido de casa el libro de Marías, porque con motivo del reciente fallecimiento del escritor, había escuchado un podcast sobre esa obra y me acordé de que en su momento me impactó bastante, hace quince años ya. Te lo resumo, le digo, siento el spoiler, pero te voy a destripar el libro. La historia va de la muerte de una mujer en su propia casa, en los brazos de su amante, mientras su marido está de viaje de trabajo en Londres y del desasosiego que este hecho genera en el amante, que no puede compartir su pesar con nadie, porque oficialmente él no es nadie en esa realidad. Ni llantos, ni tanatorio, ni entierro con gafas de sol, ni abrazos reconfortantes de familiares y afines, ni nada. Sólo una íntima soledad, una gran culpa y una responsabilidad de contar al mundo, o al menos al viudo, que su mujer no estuvo sola en la muerte, que él la abrazó y la acompañó hasta su último aliento. Luego resulta que la mujer, a su vez, engañaba al amante con otro amante, que el marido estaba en Londres con una enfermera porque ésta iba a interrumpir el embarazo del hijo de ambos, que la enfermera también mentía al marido y que el supuesto embarazo, no era más que una treta para forzarle a dejar a su mujer. Y así engaño tras engaño, hasta el final.
Joder, contestó González. No se si me refería a ese tipo de engaño, tan doloroso, tan real, tan directo, tan cotidiano, dijo mientras suspiraba y comenzaba a llover. Menos mal que es ficción, continuó, yo estaba más en el engaño macrosocial, en la gran estafa en la que vivimos, esa que nos hace separarnos de nuestro eje y nos propone una narrativa inalcanzable, esa en la que una vez dentro de la rueda del hamster, es imposible abandonar. Lo mío era una queja personal contra el sistema, la búsqueda de un ideal ante el engaño global. Menos mal que es ficción, repitió reiterando su malestar. Se me ha quedado muy mal cuerpo, concluyó, llevándose la mano a la barriga.
Ya, le dije, es ficción, una novela. Pero la ficción es la capacidad de un individuo de transformar de manera artística los assests disponibles en ese gran programa del que hablábamos antes, en esa gran Conciencia. Esas ideas están ahí, en el ether de los griegos y el autor las coge y las pone en una forma que nos llega , que nos entretiene, que nos hace pensar, sentir, que nos emociona. Y quizá no es tu realidad, o quizá sí lo es, pero no lo sabes, porque como bien decías cuando estábamos tomando la cerveza, todo es mentira.
Pasen un bonito día festivo y estén alegres, o tristes, o enfadados, pero no por mucho rato, que tampoco somos tan importantes, y todo es una gran ficción, o no. O no y si al mismo tiempo, que al final es de lo que se trata la vida, de mantener el equilibrio.
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