Un bocinazo

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El miércoles cumplió mi hermano cincuenta años. He tenido la tentación de dedicarle este post y airear sus virtudes a los cuatro vientos, porque tiene muchas y porque para eso tengo un blog, para escribir sobre mis cosas. Pero no lo voy a hacer, él ya sabe lo que pienso.

En su defecto voy a volver a Galicia, a la carretera que une (o separa, depende) Ribadumia y Barrantes, en la provincia de Pontevedra. A una tarde del pasado agosto y a mi hija mayor, mi padre y yo caminando hacia el restaurante «O Tío Benito», para recoger un paquete con las lentillas de Mariana, que se había enviado desde Madrid un par de días antes. La carretera tiene dos sentidos y nunca sabes si la gente va o viene, que para eso son gallegos. En ese momento estaba desierta, ni coches, ni personas, ni tractores, sólo tres generaciones de Guiraos caminando por el lado izquierdo de la vía. Mariana, de quince años, iba delante de nosotros unos tres metros, creo que mirando su móvil. Mariana siempre está mirando su móvil, como cualquier adulto, vaya. Un sonido de bocina le hace levantar la mirada del teléfono. Yo también miro, es un automatismo al escuchar un claxon. Al mirar veo pasar una furgoneta blanca con un letrero gastado de SEUR, en el sentido contrario al de nuestra marcha y no le doy importancia. A los pocos segundos comienzo a pensar por qué el conductor, asumo que era un hombre, habría tocado su bocina, porque no parecía el lugar donde algún peligro estuviera a punto de acontecer. Mi padre iba con un calzado poco apropiado para caminar y nuestro paso era lento, circunstancia que me permite darle una pensada más al hecho. De pronto caigo, ahora ya estoy seguro de que era hombre el conductor de la furgoneta y de que ha tocado la bocina porque ha visto a Mariana y lo ha, digamos que, jaleado, con ese gesto.

Mariana creo que no se da cuenta. Es posible que nunca antes le hubiera pasado esto. Cuando experimentamos algo por primera vez, siempre tardamos en reconocer lo que ha sucedido. No se si además de reconocerlo, tiene una opinión sobre ello. Es probable que no. Pero yo sí, que para eso soy adulto. Un sonido de bocina de una furgoneta blanca, cuando se cruza con tres personas que caminan por la vereda de una carretera. La primera una joven de quince años, el segundo un señor de cuarenta y ocho, el tercero uno de setenta y ocho. Ese es el hecho.

Los Sapiens somos complejos, tenemos cuatro capas: cuerpo, organismo, alma y espíritu. Y tres funciones: reconocimiento, aspiración y actuación. Esto es sólo una clasificación, en este caso de la psicología profunda, para facilitarnos la comprensión de la vida, ya que nosotros los humanos, nos desenvolvemos por la vida como un todo. Los humanos somos un montón de algoritmos actuando al unísono, que como resultado generan nuestras acciones individuales y luego colectivas. Y lo escribo ahora, porque cada función se ejerce con un equipamiento diferente y quiero aplicar eso tan complejo, a algo tan simple como el sonido del claxon de un señor en una furgoneta, al pasar al lado de mi hija.

La capa del cuerpo tiene que ver con los minerales y con las leyes naturales. Ésta reconoce con las intuiciones, aspira con los afectos y actúa con las reacciones. Mi intuición en seguida me dijo que el destino de sonido del claxon era mi hija, mi aspiración, de desafecto en este caso, fue romperle la cabeza al emisor del mismo y mi reacción, lo único que ya podía hacer, fue indignarme con la situación.

La capa del organismo tiene que ver con los vegetales y con la vida. Reconoce con las sensaciones, aspira con los brotes y actúa con el rendimiento. Tras el sonido del claxon, ver de qué se trataba, seguir caminando mientras lo rumiaba y llegar a «O Tio Benito» a por el paquete, mi capa del organismo no se activó demasiado. El organismo es de ciclos largos, como los de la naturaleza y estos van conformándose a lo largo de toda la vida, construyendo nuestras opiniones, nuestra sensibilidad, nuestra relación con el otro sexo. Pero se me quedó una muy mala sensación, como un malestar en el estómago durante toda la tarde. Espero que no brote de esto un odio visceral contra los furgoneteros, ni mío, ni sobre todo de Mariana.

La capa del alma es lo animal en el ser humano y reconoce con los sentidos, aspira con las emociones y actúa con la conducta. Escuché la bocina del furgonetero, experimenté una emoción de ira y como no pude actuar contra él, continué andando hasta hoy, casi un mes después, que me he puesto a escribir sobre el tema.

La capa del espíritu es lo que tenemos los humanos y que nadie más en el cosmos posee. El espíritu es lo exclusivamente humano y reconoce con el entendimiento, aspira con la voluntad y actúa con la fantasía. El espíritu es lo que junta lo divino con lo humano, lo que nos permite trascender hechos puntuales, en aras de un bien superior, el que modela e implementa el algoritmo de nuestro arquetipo para que podamos seguir adelante como individuos y como especie. Mi capa del espíritu hace que rechace de lleno el acto del conductor de la furgoneta, al tiempo que pienso en qué tipo de vida, de desarrollo, tendrá ese tipo para hacer lo que hizo. Elucubro con la idea de que si él supiera que ese tipo de acciones tan gratuitas, pueden dañar a jóvenes adolescentes, ya bastante pendientes de su aspecto físico, es probable que se reprimiera o pensara dos veces antes de hacerlo. Fantaseo con que si además entendiera que ese gesto es la antesala de otro tipo de acciones mucho más peligrosas, no se le ocurriría volver a hacerlo. Con el paso de los días he pensado también en el hecho de que mi hija sea ahora el objeto del bocinazo de un furgonetero y de que nada haya cambiado en la sociedad en ese sentido, desde que yo tenía esa edad. Algo estamos haciendo mal.

Mi sensaciones siguen siendo malas respecto del bocinazo y lo que representa. Aún así, pasen un buen domingo y una gran semana de otoño y piensen en las cuatro capas y las tres funciones.

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