Me he despertado a las 6,50 y no he podido evitar levantarme a hacer café. Imagino que es la edad y que madrugo sin motivo, igual que lo hacía mi abuelo Pepe cuando yo era niño. En casa hacemos el café con un filtro de melita sobre otro de metal y agua hervida en una kettel. En su día renunciamos a la Nespresso, que junto con el IPhone, es uno de los dos inventos más importantes del siglo XXI. La cosa que no fue sencilla, renunciar a que el café, sí o sí, te salga bien, es mucha renuncia. Sobre todo después de años, no, más, de décadas aguantando el horrible café de los bares de Madrid. Pero lo hicimos y ahora podemos decir que somos ex adictos al café de Nespresso. Y hoy he tenido un incidente con la kettel, la resistencia se calentaba sola, sin estar sobre la base que se conecta a la red eléctrica. Hasta el punto que se ha quemado y ha empezado a arder el plástico de ese aparatito marca Bodum, que regalé a mis padres hace muchos años y que cuando murió mi madre, heredé junto a la Thermomix. Muy raro, el caso es que la kettel también ha muerto. Suerte que tenemos una de repuesto que nunca falla, que aunque tiene menos diseño que la titular y es seguramente más lenta y ruidosa, ha cumplido su papel de manera muy digna en el primer café de esta mañana.

Mientras tanto yo sigo con el cuello regular. Esta semana he pensado seriamente en consultar a los médicos de Nadal, para infiltrarme yo también la anestesia esa en la zona de las cervicales y así poder jugar este Grand Slam de reuniones remotas non stop, en el que se ha convertido la jornada laboral tipo de nuestros días. La verdad es que me tienen hasta los huevos. En su lugar, hago caso a Nacho mi fisio, que me recomendó hace tres meses vencer la pereza y recuperar el saludable hábito de hacer algo más de ejercicio.

Y el jueves iba en el coche camino de uno de mis dos entrenamientos semanales, mientras escuchaba la radio. Lo normal en mi caso sería ir escuchando un podcast, que es una de esas nuevas maneras de ser… guay. Y claro, yo soy muy guay y por tanto escucho mucho podcast. Sí, porque lo de ver series ya no es tan molón y además hay mucha mediocridad en las plataformas, con lo que uno ya no sabe cómo acertar. Lo que mola es el podcast. Yo además, posteo cosas sobre los podcasts que escucho, comento sobre los podcasts que sigo, anhelo hacer un podcast propio. Y más cosas, yo he leído el librito de Eric Nuzum, yo soy muy fan del RH de Malcolm Gladwell, casi todos los formatos de la NPR están en mi lista, el Daily del New York Times es un must sin el que no merece la pena vivir, el de Kara Swisher ni te cuento y el de mi amigo Guillermo, que en realidad «No es Nada«, se sale. Yo, yo, yo y más yo….

Y sí, el podcast mola y te permite aprender cosas o entretenerte, con temas que antes no salían mucho en la radio, o salían a horas que no eran las tuyas, o en emisoras que no conocías. Es mucho más corto y barato que un libro, te cuesta menos energía consumirlo y da muchísimo juego en las conversaciones de Teams, o en esas otras que suceden sobre una plataforma de 280 caracteres, que con sus algoritmos te ayuda a esquinarte en tus propias convicciones y donde la gente está habitualmente indignada con el de enfrente y cargada de razón al mismo tiempo.

De acuerdo en que los grandes grupos de medios y de tecnología le están dando mucha bola al podcast. Imagino que porque ven una oportunidad de crecimiento económico, o ven innovación, o ven nuevos modelos de monetización, o ven todos esos lugares comunes del mundo de la empresa, con los que nos desayunamos cada día.

Y obvio, como los que producen los podcasts son en su mayoría periodistas, que históricamente han juntado con arte letras en los medios y que ahora le dedican horas y en algunos casos  mucho amor a estos temas, el resultado es de notable calidad y gusto, para el escuchante medio como yo.

Lo que sucede es que la «industria de los medios», ya sólo es «industria» y le queda muy poco, o nada, de lo de «los medios». Este hecho no es responsabilidad del podcast, obvio, ni de quien los produce. He escogido el tema porque en muy poco tiempo hay en la parrilla más podcasts, que hechos hay en la realidad y porque yo los consumo mucho, como he dicho arriba. Y al tiempo porque su irrupción refleja muy bien lo que hoy me empujó a sentarme a escribir; el desastre actual de los medios. Esos que antes, rindiendo honor a su nombre, se situaban entre los hechos que acontecían y las personas que querían (y podían) estar al tanto de ellos. Esta industria, como tantas otras en este momento de la historia, se ha transformado en un fin en sí mismo y sólo atiende a las leyes del mercado, a razones vinculadas al valor de la acción, a lo contable, lo material y siempre bajo la premisa de que esa cuenta, sume. Porque Le Corbusier ya no es influencer y menos no es nunca más, en el sistema en el que vivimos. Menos es equivalente a: «o esto crece o te quedan dos episodios, chato».

Y no sería esto un problema, o lo sería mucho menor, si no se tratara de la industria montada entorno a la cualidad más esencialmente humana (y divina) que existe; la palabra. La palabra nos diferencia de los otros mamíferos, nos permite el pensamiento abstracto y el conocimiento de lo que no experimentamos con los sentidos. Ha sido un factor decisivo en el crecimiento y consolidación del Sapiens como especie dominante en nuestra era, nos condiciona las sensaciones, las intuiciones, las percepciones. La palabra comunica, convence, asienta. La palabra puede ser arte, trasladarte a lugares en los que nunca has estado y generar emociones mayúsculas. Pero como todo tiene su reverso, la palabra de más es dañina, indigesta, inútil y en el mundo que vivimos, claramente sobrante.

Y yo (de nuevo yo, perdón), que el jueves iba en el coche escuchando la radio y no un podcast, me topé de pronto con la palabra que da título al tema «La Belleza» de Aute, interpretado por Rozalén y sin previo aviso, ni preparación, ni público, ni Instagram para compartirlo, lloré. No se bien por qué, ni tampoco importa, uno llora y ríe cuando toca, o así deberíamos encararlo, sin narrativas asociadas. Y esas lágrimas eran emoción expresada sin palabras, producida por la palabra escrita por Aute y cantada por Rozalén. Y en una de sus estrofas dice así: «antes iban de profetas y ahora el éxito es su meta, mercaderes traficantes, más que nausea dan tristeza, no rozaron ni un instante, la belleza».

Afortunadamente ir de profeta es imposible, aunque algunos lo intenten. Porque profeta es el que transmite la palabra de Dios, o pónganle a este divino concepto el nombre que ustedes quieran. Y el profeta de verdad, siempre negará que lo es, hará lo posible por esconderlo, se reirá de los que le siguen como si lo fuera, porque esa es la esencia de la palabra divina, su humanidad, su mundanidad, su cotidianidad. Esa cualidad de la palabra, que sólo tenemos los Sapiens, tiene mucho que ver con lo sagradas que éstas deberían ser, y con lo importante que es utilizar solamente las justas, sin sobre producción, sin generar una industria de «mercaderes traficantes» alrededor de ellas. Porque la palabra tiene una función y esa función no se puede vender, ni comprar, ni contar. Es una función esencial del espíritu humano para sobrevivir.

Y la belleza…, la belleza es uno de los cuatro anhelos del ser humano, los otros tres son la salud, la sencillez y la integridad. Y como aún hay cosas bellas entre tanta verborrea, ayer por la tarde volví al podcast, en esta ocasión al «Hotel Jorge Juan» de Javier Aznar, que entrevistaba a Milena Busquets. Hablaban del nuevo libro de ella, que curiosamente lleva por título «Las palabras justas» y que no he leído. Pero su charla en esta ocasión, me generó una sonrisa en la cara, un poco por la sincronía y un poco porque el entrevistador y la entrevistada me caen bien, sin conocerlos de nada. Muy de nuestro tiempo.

Así que utilicemos las palabras justas y como sabiamente escribió Aute, reivindiquemos «el espejismo de intentar ser uno mismo, ese viaje hacia la nada, que consiste en la certeza, de encontrar en tu mirada, la belleza»

Pasen un gran fin de semana.

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2 respuestas a “La belleza”

  1. Avatar de anaribera
    anaribera

    Que bien. Una entrada sobre podcasts. A mí me ha pasado como a ti hace poco, estoy todo el día escuchando podcasts y cuando, de vez en cuando, me salta música me encuentro emocionandome.
    Por cierto, prueba Thigns fell apart de Jon Ronson. Creo que te va a gustar.

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    1. Avatar de Contrafantasma

      Gracias por la recomendación 😊

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