El vacío

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El viernes comimos en un restaurante argentino de la sierra de Madrid. Cuando vamos pedimos dos o tres piezas diferentes y entre ellas siempre está el vacío. Comemos poca carne, pero era el día de Reyes y la magia de los monarcas hizo que nos saltáramos los protocolos.

Al vacío se le llama vacío porque a diferencia de asado de tira, está vacío de hueso, tan sencillo como eso.

Y con el tema del vacío y del porqué de su nombre, comenzamos a hablar sobre lo que los griegos llamaron éter, los indios prana, los chinos Chi, los japoneses Ki y que nosotros, modernos sapiens occidentales, tan intelectuales, tan racionales y tan tecnológicos, muy tranquilos llamamos vacío. El vacío, para ser más preciso.

El vacío, según la ciencia moderna, es el campo de juego donde suceden los fenómenos físicos, donde pasa todo lo que se puede experimentar con los sentidos exteriores, donde reside todo lo que se puede pesar, medir y contar. Desde lo más pequeño, con su mecánica cuántica, hasta lo más grande, con su teoría de la relatividad. Y ya que menciono las cosas pequeñas, tengo que decir que amo las mollejas. Las mollejas bien hechas es una cosa divina y como todo lo divino, no se puede explicar con palabras.

La dueña del restaurante se llama Teresa y es una señora argentina de más de setenta años, muy sabia y de abuelos alemanes. Además de vacas, siempre ha tenido campo y hace muchos años convirtió toda su producción en una granja biodinámica, lo que ahora le permite vender tanto carne, como producto agrícola, con etiqueta ECO. El caso es que en un momento salió Teresa para hablar con nosotros, y comentando sobre las vacas y lo ricas que estaban sus mollejas, nos contó que su abuelo le insistía mucho en lo importante que era enterrar cuernos de vaca en los campos que van a ser utilizados para el cultivo, ya que que esos apéndices que poseen los animales, no sólo sirven para luchar y adornar, sino que funcionan también como antenas receptoras de ese vacío del que hablaba arriba. Bueno, su abuelo alemán lo llamaba ether y aseguraba que éste guarda toda la información del cosmos, el «manual de instrucciones de la vida», tan necesario para que las cosas se ordenen. Teresa dice que en aquella época la historia le hacía gracia, pero que pensaba que su abuelo era un señor adorable, pero trasnochado y supersticioso. «Ahora no se me ocurre no enterrar los cuernos, cuando compro una nueva parcela de cultivo», concluyó.

Nos ha tocado transitar por un momento del ciclo histórico en el que la ciencia es la religión dominante. Pero la ciencia y su método se enfocan sólo en los hechos físicos, materiales y desprecian todo lo demás. Como soy sociólogo y no físico, diré que a niveles sociológico y psicológico, la ciencia moderna funciona exactamente igual que lo hacían las antiguas formas de religión, esas que criticamos con fundamento los molones ciudadanos post Ilustración. Y mucho más desde que la tecnología y la subsiguiente capacidad de producción en cadena de bienes primero y servicios después, vino a «salvarnos la vida» tras la revolución industrial.

Esa nueva forma religiosa dominante tiene algunos problemas graves. Primero, ha dejado fuera de sus ecuaciones la mitad de la vida, porque si la mete, no le salen las cuentas. Que le pregunten a Maxwell por qué redujo sus famosas ecuaciones. Segundo, nos ha convertido en una especie muy guay, pero cada vez más desconectada de la Naturaleza, de la que resulta que somos parte, nos guste o no. Tercero, hemos llenado de basura la conciencia colectiva, que como es algo que no pertenece al mundo de la materia, no tomamos en serio, pero que nos afecta. Por ese motivo cada vez es más difícil encontrar los estímulos correctos y así enderezar nuestro rumbo. Està todo tan lleno de informaciones, muchas sesgadas o incorrectas, que muy en tu eje tienes que estar, para no andar a la deriva.

Positivismo, reduccionismo y materialismo inundaron la conciencia colectiva y nos hacen incapaces de disfrutar de la parte invisible de la existencia y por tanto, de la plenitud. El capitalismo y el comunismo, formas opuestas de encarar el mundo, pero coincidentes en que ambas lo hacen exclusivamente desde lo material, anclaron ese modo de pensar para poder reproducirse y la victoria del primero, encima nos ha convertido a todos en individualistas, en «dueños de nuestro destino». Y a fe que lo ha conseguido durante un par de cientos de años, Pero el modelo está más que agotado y cada vez somos más los que no encontramos respuestas válidas en este paradigma. Y sobre todo, muchos que teniendo todo lo material, nos sentimos mal y además nos castigamos por ello, porque somos los únicos responsables de nuestras vidas de mierda. Y la mitad de este malestar proviene de no conocer los patrones del alma, del espíritu y de la Conciencia, que como los del mundo físico, también existen y no se puede vivir con los unos y sin los otros.

Teresa volvió a sentarse con nosotros para el café y nos trajo un diario manuscrito que dijo era de su abuelo Wilhelm. Lo abrió por la última página y nos leyó el siguiente párrafo: «…así como las vacas se conectan con sus cuernos, los humanos tenemos la misma capacidad y antes de procesar con el cerebro, ya hemos elegido el siguiente paso. Esa información nos llega del ether, pero es muy sutil, muy delicada, invisible y por eso una buena chuleta, siempre nos hace cambiar la dirección».

Espero que empiecen bien el año, que sigamos comiendo chuletas, o lo que cada uno considere y que vayamos llenando la «nube» de nuestra conciencia colectiva, cada día con un poquito más de confianza en lo invisible y sus patrones y en lo no material y su importancia. Porque las mollejas que cocina Teresa están así de ricas, porque son divinas.

Pasen un buen domingo, sientan al vacío en sus dos versiones, la material en el restaurante de Teresa, y la invisible, en la elección de su siguiente paso.

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