He perdido la cuenta de los días de encierro, he dejado de escuchar y leer las noticias, sólo los podcasts de la NPR y Twitter resisten, este último por si alguien ofrece algo gracioso. Por teléfono sólo llama mi padre a diario y hasta los paseos con la perra se han recortado, harto de esquivar coches patrulla. Acepto que el momento que nos ha tocado es el que Es, y con la rodilla hincada y en ausencia de ruido exterior, me recreo escuchando mucho más a esa voz.
La voz que me decía a los 10 años que con 5 dioptrías de hipermetropía, ir con gafas era un problema (estético y funcional), que era increíble que el entrenador no me sacara tres cuartos en cada partido de minibasket, que odiar a aquel otro por dejarme en el equipo B en juveniles estaba justificado, que no me esforzaba lo suficiente en el instituto, que estudiar Sociología no servía para nada, que tratara de seducir a aquella chica que acababa de conocer, que mejor si cambiaba de trabajo porque en el nuevo se ganaba más, que cuidado con engordar que uno se ve feo, que lo bueno estaba siempre por venir, que ni intentara hacer las pruebas para entrar en aquel master, que aunque lo consiguiera no lo podría pagar, que pasara de mi colega que era un imbécil, que aquella tía tan atractiva era inaccesible, que hiciera como si no tuviera que depender de un medidor de glucosa desde los 22 años, que claramente era de loser, que mi jefa no sabía hacer la «o» con un canuto, que ningún jefe en realidad sabía hacerla, que no fuera al médico que me iba a echar la bronca por no cuidarme, que lo malo me pasaba por ser un inconstante, que había que ser responsable porque me había comprometido con otros, que comprometerme conmigo era cero importante, que seguro que no me volvería a enamorar como la primera vez. Y que todo, absolutamente todo lo anterior, no era un problema porque yo (YO), lo sabría manejar. Y que estuviera tranquilo, me decía, que si nadie se daba cuenta de que sufría, era como si no existiera el sufrimiento…
Y no lo supe manejar, y sufrí, y tuve heridas, y esas heridas hoy son cicatrices, algunas muy profundas. algunas muy visibles. Pero, ¿quién no tiene unas cuantas cicatrices?, me dice esa voz. Y la jodida de ella, la voz, me insiste en que no las muestre, que yo (YO), de perder nada, que sólo empatar o ganar.
Pero como ahora tengo tiempo, debato mucho más con la voz y me atrevo a llevarle la contraria. No tengo la excusa de salir corriendo a la siguiente reunión, ni de ir a buscar a las niñas, ni de quedar a tomar unas cervezas, ni de hacer la siguiente propuesta, ni de ver esa serie que tengo pendiente. Ahora, la voz y yo nos sentamos cara a cara. Y eso me ayuda. ¿Autoayuda?.
Ayer escuchaba una entrevista con Joseph Goldstein, uno de los introductores del Budismo en el mundo occidental. Decía, hablando del gran desarrollo en nuestro mundo de la industria de la autoayuda (SELF-HELP), que no existe tal cosa y que esa construcción de palabras en realidad es un oximorón. Que la mayoría de nuestras tribulaciones precisamente vienen del self (YO), que nos empuja, siempre en relación con lo exterior, vinculado a un espacio y tiempo concretos, a vivir en una infinita carrera hacia lo próximo, con la gran decepción de que cuando llegas, no era para tanto y hay que empezar a correr de nuevo: la próxima venta, el próximo finde, el próximo proyecto super estratégico, el próximo quarter, las próximas vacaciones, la próxima relación, la próxima serie de moda.
Goldstein dice que la ayuda de verdad, la que te sirve a ti como individuo y al colectivo en general, llega cuando dejas de pensar en el yo personal, y pasas a pensar/sentir el yo colectivo. Que hay que dejar de ser «alguien» para ayudarse. Hay que tratar de ser más «nadie».
Yo (YO) he hecho caso a esa voz mucho tiempo, aún a ratos le rindo pleitesía porque una de cada diez veces las cosas son como dice ella. No así en las otras nueve, pero ella siempre tiene una explicación. Ella es especialista en guión, lleva toda la vida argumentando, achuchando, juzgando, proponiendo, justificando y sobre todo aprovechándose de que vamos corriendo de un lado a otro, de un año a otro, de una vida a otra, ¿o no hay más vida que ésta?.
Hoy, encerrado aquí, esa voz está dando menos por culo, seguramente porque no puede argumentar nada en relación con el exterior, donde reconozco muy bien mi yo (YO), ese «alguien» que me he construido a base de heridas y cicatrices.
Y estoy aprovechando para ser más «nadie», salvo en el Contrafantasma, que trato de ser muy yo, en minúsculas.
Feliz viernes santo.
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