El Contrafantasma se levantó con naúseas. Escrutó su memoria para entender si la noche anterior merecía este estado y no encontró más que dos cervezas sin gluten y una conversación con su hermano por el teléfono fijo. Lo primero es una tendencia hoy y lo segundo es una actividad sigloveintista en desuso que no podían ser la causa del desasosiego visceral. Además se había acostado pronto, el calor insoportable de las últimas semanas había remitido y la noche permitía apagar el ventilador. La cafetera italiana estaba hirviendo y el olor del café trajo una imagen de algo que había soñado, del más allá. Una imagen de agua estancada en un sótano oscuro y ropa de su armario flotando mansamente. El sótano no era conocido, la sensación dentro del sueño era de claustrofobia por la estrechez y la oscuridad y preocupación por si se tratara de su propia casa que se había inundado y toda la ropa de los armarios se había echado a perder. Ya despierto, esos hechos que dentro del sueño eran desagradables, no le parecían motivo para haberse levantado así. Salió corriendo al baño para vomitar, para tratar de liberarse de lo que tenía dentro. Lo único que sacó fue una bilis amarilla y sucia que mitigó algo las naúseas. Se tomó el café y se sentó en la terraza tratando de arrancar imágenes pérdidas del sueño para anotarlas en el cuaderno. Escribió a su amiga terapeuta y la contestación fue que claro que los sueños pueden provocar naúseas, que lo que se vive allí es igual de real que lo que pasa en el mundo exterior y que hay conexión entre ambos. Que un sótano es una estancia interior, del mundo interior, que el agua es símbolo de la conciencia, que si está estancada simboliza que algo no fluye, que la ropa es un símbolo de la cultura, que… Al Contrafantasma le volvieron las naúseas, le pidió que parara y que quedaran a tomar algo más tarde.
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