El small talk

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«La palabra muchacho es una metáfora de la historia reciente de España y los españoles. Como la vida, que no es sencilla, decir muchacho es algo que no sale fácil de la boca. Tienes que tener la voluntad de hacerlo, practicar y esforzarte. Voluntad, práctica y esfuerzo son sustantivos demodé. Ahora nos llenamos las pantallas y las cabezas de conceptos como talento, suerte y oportunidad. Nos hemos convertido en una sucesión de momentos dirigidos por los algoritmos de nuestras aplicaciones y nos dejarnos llevar por el estímulo proveniente del teléfono, para luego culpar al empedrado de lo estresados que estamos, de lo difícil que es todo y de nuestras eventuales tragedias cotidianas. ¿Dónde ha quedado el camino del héroe?».

Las palabras no son mías, son de mi amigo González. Habíamos quedado para desayunar en un bar nuevo que han abierto en el barrio sosaina (cada vez menos, todo hay que decirlo) donde vivimos, porque le voy a vender mi bicicleta. Primero porque no la uso y después porque estoy cansado de que la gente me pregunte por ella cuando tengo reuniones por Teams. La bici está colgada en la pared y es un lugar común de cada una de las reuniones que tengo en la semana, sobre todo si son con personas que la ven por primera vez. El caso es que el otro día la saqué para llevarla al taller y me vió González llegando, haciendo ruido en el descansillo con los zapatos esos que se enganchan al pedal y me preguntó si montaba mucho. Le contesté que nada, que la había llevado a arreglar para venderla en Wallapop. Me dijo que me la compraba y hoy habíamos quedado para la entrega.

Yo venía listo para un small talk, una charla de bar entre dos hombres de cuarenta y tantos: hablar del mundial, del gol de Messi y de que el fútbol es un entretenimiento de mierda, a la que los argentinos (entre otros) dan demasiada importancia. Tenía listo mi speech desde que vi esta mañana ese vídeo de la selección argentina celebrando haber ganado a México en el segundo partido del grupo, como si hubieran ganado ya el torneo y fuera 18 de diciembre. De hecho, tras pedir un café solo y una tortilla francesa yo, y uno con leche y un sándwich de jamón y queso él, había empezado mostrándole el video en mi móvil, e interpelando a los argentinos con un «muchachos, que es sólo un partido de fútbol, que si su selección gana el mundial la inflación va a seguir disparada, sus políticos van a continuar igual de mediocres o de corruptos, sus remesas de plata van a seguir viajando fuera y el sistema socioeconómico basado en el crecimiento de los beneficios, va a seguir ensanchando las diferencias entre ese mínimo porcentaje que tiene mucho y ese otro que agrupa a la mayoría y que no tienen casi nada…». Era small el talk, sí, pero con sustancia, que para eso somos gente leída.

Pero González no me ha dejado seguir, ha escuchado la palabra «muchachos», que yo la uso porque la dicen mis amigos argentos y me resulta muy simpática, se ha agarrado a ella y ha dado por concluido el small talk.

En España, me dice, ya sólo nos quedan versiones recortadas del muchacho o muchacha de antaño, utilizadas bien de manera amistosa y despreocupada, como el «chacho» canario, o bien de manera despectiva, como la «chacha» madrileña, que es como determinado perfil rancio y de una clase «alta» con ninguna clase, en mi niñez se refería a las empleadas del hogar, por aquellos años mayoritariamente españolas. Hoy, además de ser mayoritariamente extranjeras, son denominadas de forma algo más amable, pero igualmente despectiva, con conceptos como «la chica» o «la interna». Un uso todavía más perverso, continúa diciendo González, mientras yo avanzo con mi tortilla, era utilizar «chacha» como insulto. En nuestra juventud, las «chachas» eran aquellas que no pertenecían ni a la tribu de las «pijas», ni a de las «jipis» (que eran pijas con algo más de gusto) y claramente no eran el grupo donde molaba estar.

Tratando de aportar algo en la conversación, le digo que yo siempre he odiado el término «chacha» referido a las empleadas del hogar, pero que reconocía haberlo utilizado, o al menos no haber sido beligerante con él, al referirme a las chicas de ese perfil que describe, en mis años de juventud. Pero mi mea culpa cae en el vacío mismo y González continúa su exposición.

Me dice que pronunciar «muchacho», igual que lo es vivir, es difícil y que no soportamos que las cosas sean difíciles. Que por esa dificultad en la pronunciación de la palabra completa, la hemos cortado y dejado en sus dos sílabas finales y que esto continúa, porque como la «ché» sóla tampoco es sencilla, en Canarias ya se pronuncia «yayo» y que dentro de nada, la RAE la dará como válida y la incorporará al diccionario. Y que esta deriva hacia lo fácil, o lo despectivo, es una metáfora de la vida, y en España es una consecuencia de la mala gestión de los complejos desde que llegó el dinero de Europa en el año 1986 y nos pusimos a construir autovías públicas y adosados privados, y convertimos el país en la meca del turismo de sol y alcohol. La palabra muchacho, como nuestra sociedad, ha perdido su esencia, se ha corrompido, simplificado y tergiversado.

En ese momento recuerdo lo de la terapia a la que va González, con Sonsóles la filóloga y me cuestiono si no se le estará yendo un poco de las manos. Pero la verdad es que no le falta razón en sus argumentos. Así que apuro el café, mientras asiento con la cabeza.

Decir muchacho significa cambiar tres veces la cara en una sóla palabra, me asegura. Es decir, requiere adaptación, como vivir, que es un constante ejercicio de equilibrio. Prueba a decirla mirándote al espejo, enfatiza. El mu inicial es imposible decirlo contento. La «m» con la «u» sólo sale natural si estás enfadado, furioso, con el ceño fruncido. Luego la «ché», que necesita de juntar mucho la lengua al paladar y hacer fuerza para que cuando salga el aire, no encuentre fluidez y estalle al dejar de apretar. Y la «ché» no es sólo difícil, sino también regionalista, que no en vano en Galicia, Euskadi y Cataluña la han cambiado por la «x» o por la unión de «t» y «x». Pues bien, «chés» tienes dos, la primera con la «a», que sólo se pronuncia con cara de tonto alegre, cejas arriba y sonrisa falsa. Y la segunda con la «o», que sólo sale si pones cara de cachondeo. ¡Por eso es tan difícil!, dice casi gritando, en la misma palabra tienes que pasar del enfadado, al tonto y de ahí al cachondo.

Y la vida es eso, concluye, en un día, en una hora, puede que tengas que pasar de una emoción a la otra, y debes saber adaptarte a todas sin perder la integridad y eso es difícil. No vale recortar la dificultad, porque se pierde riqueza y significado, y el resultado es o bien tonto, o bien dañino. Hay que volver a decir muchacho, muchacha, hay que volver a serlo y a promover la voluntad, la práctica y el esfuerzo, que requiere pronunciarlo. Y lo mismo con la vida.

Cuenta la leyenda que a Aquiles, que era prácticamente invulnerable, se lo cargaron disparándole una flecha envenenada en el talón, su único punto débil. Desde entonces se llama «talón de Aquiles» a esas áreas de nuestras vidas que pueden con nosotros. Mi talón de Aquiles físico son los abductores, los tengo de madera, no me puedo sentar a lo indio para jugar a las cartas en la playa, no puedo comer en un japonés de mesas bajas y hasta el típico hábito de cruzar las piernas se me complica. En la parte espiritual es lo mismo, la flexibilidad es mi punto débil, esa a la que González se refiere al hablar de los cambios de la cara, al pronunciar «muchacho». La falta de ella me ha empujado muchas veces a elegir el camino más corto, que no siempre fue el más íntegro. Y esta conversación, que yo encaraba como un small talk sobre el mundial, me ha dejado jodido y pensando.

Pasen un gran domingo, lean, paseen al sol y vean a España. Si ganan nuestros muchachos, pongan cara de «cha» y si pierden, pónganla de «cho». La cara de «mu» no merece la pena ponerla por un partido de nada.

Y vamos, vamos, Argentina… también.

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Una respuesta a “El small talk”

  1. Avatar de irisrubiomartinez
    irisrubiomartinez

    Gracias por abrir siempre una ventana nueva, con ese 02 renovado. Y efectivamente, el espejo me ha devuelto las mismas expresiones con el mu, el cha y el cho.
    Vamos Argentina también!

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