Quintanilla del Rebollar en una localidad de la provincia de Burgos en su frontera con Cantabria. Se trata de un pueblo sin una carretera que lo cruce, con casas bajas, austeras, sólidas, sin nada que sobre, pero con todo lo que hace falta. Un pueblo con una fuente, un camino que sube hasta el rebollar, al que nunca llegas porque te encuentras a gente a la que saludas, preguntas cómo ha ido el año, cómo está la familia, te informa de las novedades de sus nietos, de lo bien que se está allí en comparación con la gran ciudad. Un pueblo con una iglesia, una posada, ninguna tienda, un bar que no abre todo el día, cinco burros y varios rebaños de vacas. Un pueblo con un huerto en cada esquina, con judías verdes, pimientos, tomates, lechugas. Un pueblo con una cancha de minibasket, una de fútbol once con el pasto a la altura de la cintura, un pueblo sin carteles vendiéndote cosas que no necesitas, con un río que lo rodea, con una bolera y unos columpios para los más pequeños. Un pueblo sin cobertura de móvil, pero con fibra. Fibra de esa para los datos y fibra de la otra para canalizar las emociones. Un pueblo como el que dibujaba cuando tenía 6 años. Un pueblo donde al levantar la vista ves el monte y los prados, y de noche más estrellas que en toda tu vida. Un pueblo que si la bajas, ves un paisano sentado en un banco de piedra que te saluda al pasar, te conozca o no. Un pueblo silencioso, un pueblo hermoso por el lugar donde se emplaza y por el cuidado de sus habitantes, un pueblo donde ninguna actividad, al menos en apariencia, te quita la salud y un pueblo donde es sencillo ser. Ser, al menos para mi, es vivir sin necesidad de producción, sin pensar, sin guion prestablecido.
Por esos motivos pensé que sería un momento fantástico para escribir en este blog. Pero pensar es una cualidad que usamos los sapiens cuando algo no va bien, con intención de mejorar la situación. Y mi realidad en Quintanilla del Rebollar era que todo funcionaba y no ameritaba pensar en nada que cambiara lo que estaba siendo, ya que nada iba a mejorar el momento. El resultado fue que no levanté la tapa del portátil.
Pero ya llevo cuatro días en Madrid y aquí mi realdad es otra. No quería hablar del puto calor que hace, porque el otro día leí a Milena Busquets algo así como que el que escribe sobre el tiempo, es que no tiene nada que contar. Pero es que hace un calor que es imposible dormir, cojones. Dicho esto, no doy la turra en Twitter con los alarmistas del cambio climático, ni me indigno con los negacionistas del mismo. Mi narrativa acerca del tema se circunscribe al ascensor en caso de encontrarme con un vecino, a las llamadas con mi padre, que el hombre hasta hace unos días estaba sin aire acondicionado, o a los primeros minutos de las reuniones por Teams, sobre todo con gentes de otras geografías. Lo que si he hecho ha sido leerme un librito muy didáctico del biólogo marino y explorador de National Geographic Enric Sala, titulado «La naturaleza de la Naturaleza». Ahí se explica muy bien lo del calor, lo del calentamiento, lo que es un ecosistema, por qué los necesitamos con toda su flora y su fauna, cómo los sistemas de pesca y agricultura modernos están acabando con ambas, cómo la modernidad está matando ecosistemas que han tardado miles de años en constituirse, por qué es necesario el mar con todas sus especies, desde las algas al plancton, desde Nemo hasta los grandes depredadores. Y sobre todo explica lo mal que estamos interpretando nuestro papel los humanos, que sabiendo todo lo que sabemos, seguimos siendo incapaces de desmontar el circo de crecimiento en el que se basa nuestro sistema socioeconómico capitalista, que conduce a la extinción de muchas especies, la nuestra incluida, sin necesidad de meteoritos.
Y el post que quería haber escrito en Quintanilla iba sobre el cuarto de los anhelos del ser humano, la integridad. Los otros tres son la belleza, la salud y la sencillez. Mi amigo Juan Diego, me decía el otro día que le sorprendía que sencillez e integridad formen parte de este cuarteto. Es cierto que se dan muy poco en nuestra cultura y que constantemente vemos ejemplos de falta de ambas, pero luego vas a Quintanilla del Rebollar y te das cuenta que no necesitas producción para estar completo y que tampoco encuentras conflictos que te partan en dos y que te empujen a ser quien no eres. Y la integridad, aunque difícil de cumplir, es muy fácil de entender, porque tiene que ver con la verdad, con ser de una pieza, con no estar fragmentado. Fragmentado se puede estar de muchas maneras y en alguna medida o en algún momento, todos lo estamos. La integridad es el destino último de cada individuo, pero no por moralidad, no por ser parte de un colectivo que cumple con unas determinadas normas. Sino por felicidad, por armonía, por tranquilidad, por disfrute.
La integridad requiere, sobre todo, de dos de las tres funciones del ser humano, reconocimiento y actuación (la tercera y que está en medio, es la aspiración). Si te reconoces, o cuando te reconozcas, que fuera de Quintanilla y con tanto estímulo entrando por Instagram, Twitter y TikTok no es tarea fácil, reconocerás qué es lo que amas. Cuando amas algo, sea una persona, una profesión, una actividad lúdica, un deporte, un lugar, un olor, eres integridad pura, no piensas, no cuestionas, eres un todo con tu ser, dentro y fuera, materia y espíritu, visible e invisible, y diriges tus movimientos hacia el objetivo, sin cuestionártelo. Esa es la actuación sabía. Y cuando actúas sabiamente, además, creas, eres creativo. Porque todos tenemos la capacidad y sobre todo la obligación de crear, que para eso somos divinos. Crear tiene que ver con lo que hizo Dios (o la Naturaleza, o pon el nombre que quieras a ese gran misterio) en su momento y sigue haciendo cada día, y con lo que de divinos tenemos todos los miembros del cosmos. Por eso ser creativo no tiene que ver con pensar mucho, sino más bien con ser mucho.
Así que integridad y creatividad son parte del mismo ejercicio, el de no agachar la cabeza cuando tu tradición y tu opinión pública te indican cuál debe ser tu camino, de no hincar la rodilla cuando te dicen qué es lo que te conviene, de no quedarte en ese curro que te consume y no va contigo, ni de aguantar con esa pareja que sabes que no es. Ser íntegro es reconocerse cada día y hacer de eso un hábito. Parar cinco minutos cada mañana y chequear. Y si es que sí, si va en sintonía con lo que amas, continuar. Pero ser capaz de virar y dejarlo si la respuesta es que no. Y sólo cada uno sabe lo que es que sí, o es que no, y es ahí, solos en la intimidad, donde se experimenta la integridad.
Y al final me he puesto denso, lo intuía. No quería hacerlo, quería ser ligero, entretenido y simpático, quería contarlo como lo cuenta Ethan Hawke en este video de TED. Pero esto es lo que soy yo y mientras lo he escrito he disfrutado mucho.
Pasen un buen fin de semana, sean y busquen la belleza, la salud, la sencillez y la integridad en cada cosa que hagan.
Deja una respuesta