La regularidad

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He estado dos semanas sin publicar en el blog, he perdido la regularidad que venía trayendo y un par de queridos primos míos y Rober, que anda el pobre en el hospital con una cicatriz de notable tamaño justo donde el culo pierde su casto nombre y se convierte en espalda, me han inquirido sobre por qué no había post de fin de semana, que lo echaban de menos en el desayuno del domingo. Y me ha dado por pensar en la regularidad, un poco con culpa y un poco con curiosidad. Y esa regularidad me ha traído a Mari a la mente.

Hace siete años mi amiga Cristina me dijo que fuera a ver a Mari. Cuando alguien que me conoce bien me dice que acuda a ver a una terapeuta, a veces hago caso y voy. En aquel momento estaba aún de resaca por mi divorcio y por la muerte de mi madre, había montado un nuevo proyecto profesional y no tenía nada claro donde iba «la luz cuando se apaga». Pero no es correcto ni justo que encuadre mi primera visita a Mari en un momento de malestar o de conflicto vital, porque conflictos los hay siempre y los va a seguir habiendo, incluso después de muerto. Y alguien dirá que cuando mueres ya no importa nada que haya conflictos. Pues no lo se porque no me he muerto aún, pero soy de los que disfrutan de la idea de que la muerte no es el final, igual que el nacimiento no fue el principio. Mi primo Rafa dice que eso me pasa por leer cosas esotéricas, utilizando la palabra con la carga semántica actual de nuestra lengua, que relaciona lo esotérico con las hierbas, ya sean en forma de infusión con mensaje de autoayuda en la etiqueta de la bolsita, o bien en forma de canuto relajante o activante, dependiendo del gusto de cada uno. Pero perdón, porque me despista y me voy del tema que quería escribir, que no es otro que Mari.

Porque uno tiene que ir a ver a una terapeuta como Mari, esté en el momento vital que esté y si es posible, hacerlo con regularidad. La regularidad es algo que no aplica igual para todos. Uno puede ser regular habiendo experimentado algo una sola vez en la vida, mientras otras personas o cosas requieren de una vez al año, o al día, para ser regulares. Y como es lógico, en el sentido de la lógica que tenía Parménides (que incorporaba lo espiritual), tampoco existe la regularidad cuando hablamos del cuidado del bienestar psicológico, invisible, esotérico, espiritual, o llámalo como quieras (incluso «meta», que ahora se usa para todo lo moderno) de cada uno. Y sobre estas dos cosas, el concepto de regularidad y el por qué no hay nombre bueno para el bienestar invisible, tengo una teoría corta, de las que se pueden leer en un hilo de Twitter en el baño y que seguro que es de «todo a 100». Pero que os la voy a contar, porque para eso es mi blog.

La regularidad es una mala imitación humana de lo que hace la naturaleza y no tiene que ver con la frecuencia temporal con la que ocurren las cosas. Los sapiens modernos hemos trasladado a nuestra cotidianidad la necesidad de ser regulares en todo y a fe que lo estamos consiguiendo. Somos regulares, muy regulares, tirando a malos en muchas cosas. Y lo que es peor, esa regularidad ha conseguido que seamos casi prescindibles. Y digo casi porque aún hay esperanza, que pasa por la nada desdeñable empresa global de conseguir cambiar la concepción que tenemos del mundo.

Si seguimos manejando todo como lo estamos haciendo desde hace un par de cientos de años, es muy probable que en pocos ciclos hayamos alcanzado tal regularidad, que nos podamos intercambiar sin extrañeza unos por otros y que de manera regular no sólo cambiemos trabajos, parejas, casas, nacionalidad o sexo, sino que también podamos cambiar de hijos, de personalidad, de partido político e de incluso equipo de fútbol. Y que todo siga funcionando regularmente como hasta la fecha.

Todo vuelve a empezar, todo se renueva, todo final de algo es el principio de otra cosa, nuestro este siempre es el oeste de otro lado, el día y la noche se cruzan dos veces cada 24 horas, Urano pasa por encima de nosotros cada 84 años. Y todo esto no tiene nada que ver con el tiempo. Tampoco el número y frecuencia de sesiones semanales con tu psicólogo, ese que te ayuda a estar bien, tiene mucho que ver con el propio hecho de estar bien. Yo fuí a ver a Mari hace siete años y dejé de verla hace cinco y medio. Por culpa de Iris he vuelto a verla hace muy poco y no sólo no ha sido regular, sino que ha sido bien, maravillosamente bien.

Y no se explicarlo mejor porque el bienestar invisible es un bienestar que no tiene palabras que lo describan, en la actual concepción del mundo y por tanto con el lenguaje actual. Hemos depositado toda nuestra fe (a la que además no queremos llamar fe para que no se nos tache de antiguos, supersticiosos, meapilas o trasnochados) en la ciencia, el progreso, el ir hacia delante, hacia arriba, en el sumar, el crecer y sobre todo, en el hacer.

Que no digo que no estén bien, que son todos verbos magníficos que apelan a cualidades esenciales. pero que todos juntos y sin sus contrarios, conforman una ecuación incompleta, no redonda, no cíclica. Una realidad que ha eliminado eso que nos aligera el peso de las mochilas, eso que hace que paren nuestros motores del pensamiento racional para intentar escuchar, aquello que consigue el equilibrio restando, dejando ir, o simplemente siendo. Ha eliminado lo invisible.

Si uno se separa mucho de lo que es, se rompe. Si no vemos una parte de la realidad es probable que estemos yendo por el camino equivocado. Caminar tú por un camino y tu esencia por otro es el anticipo de la ruptura interior. Romperse en lo invisible es volverse loco. En distintos grados, todos nos rompemos un poquito cada día, cada ciclo y luego nos volvemos a recomponer en el siguiente. Pero nos vamos a romper mucho menos, o vamos a ser más conscientes de que lo hacemos, si contemplamos y tenemos en cuenta lo invisible en nuestro día a día.

Y también si vamos a ver a Mari, o a cualquiera de esas maravillosas personas con ese don, para que nos acompañen en el proceso.

Así que aparquemos la regularidad, aunque no coincida con el calendario, con el reloj, con el jefe o con el progreso. Y a ver si eso, que no se puede explicar, nos visita más de seguido.

Pasen una buena semana y vayan a ver a Mari, aunque sea de forma irregular, porque seguro que será para bien y les ayuda a cambiar la concepción que tenemos del mundo.

Yo por mi parte, voy a tratar de escribir cada fin de semana.

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