¿No está todo demasiado lleno de palabras?. Sí, me refiero también a las de este blog, sólo faltaría… Sobran las palabras, sobre todo las habladas, que son gratis, no cuestan esfuerzo y se las lleva el viento. Escritas también hay demasiadas, pero requieren de ganas de hacerlas materia. Y en lo de hablar no me refiero a la reciente moda del podcast, aunque se nos esté yendo la mano también con eso. Porque un podcast es algo mucho más parecido a un texto escrito, que luego se transmite a través de la palabra. Requiere de preparación, de tiempo dedicado a un tema, de un guión, de una cierta producción. Y esa dedicación, muchas veces también incluye amor para hacer dichas tareas. Porque dedicar tiempo a realizar actividades que uno no ama, es una cosa muy poco recomendable y algo que debemos de evitar a toda costa, en la medida que podamos seguir pagando nuestras facturas, tanto aquellas relativas a la materia que necesitamos para vivir, como las que emite nuestra conciencia para poder estar en paz con uno mismo y con el de arriba.
Y cuando digo que sobran las palabras, me refiero también a las mías en el evento en que participé durante la semana, a las de Pedro Sánchez durante su gira europea, a las de Pablo Laso en los tiempos muertos, a las de Díaz Ayuso, a las de las radios, las televisiones, a las de los taxistas, las de las reuniones de Teams, las del proyecto para el que estamos levantando dinero, las de la daily del martes y del miércoles y del jueves, las de tu tía sobre la escasez de leche en los supermercados, las del cómico, las del médico, ese que cuando vas te cuenta él cómo te sientes.
Esto no invalida todas las palabras habladas, claro que no. Hay algunas que son necesarias, oportunas, verdaderas, pertinentes y éstas además, son muy fáciles de identificar. Basta con comprobar el efecto que provocan, que no es otro que el silencio, la escucha.
Escribir en cambio te obliga a comprobar y por tanto a no decir, a parar, a matizar. a profundizar, a ser más íntegro de alguna manera. Es sencillo mentir mientras hablas, pero es tremendamente difícil hacerlo mientras escribes, sobre todo si quieres que sea compatible con sentirte ligero después de hacerlo. No digo que no se haga, somos muchos los que escribimos idioteces en muchas ocasiones. La prisa, la obligación, la pereza, unidas a la fútil velocidad de la sociedad en la nos movemos, nos empujan también a escribir cosas estúpidas, o vacías, o copiadas. La escritura es obvio que también se utiliza de manera incorrecta, pero es mucho más fácil y dañino hablar que escribir.
La palabra es la más relevante funcionalidad que se nos ha dado como especie y uno de los grandes assests que poseemos, junto con el desplazamiento a dos patas, el tamaño de nuestro cerebro y la invención del pincho de tortilla. Pero al tiempo, también es uno de nuestros grandes males de hoy. Y eso es en gran medida por la relevancia de los medios y de sus modelos de negocio basados en el gratis total, a cambio de escuchar todos los mensajes que se emitan en ellos. Y entre esos mensajes, no sólo hay información relativa a los hechos relevantes del mundo en el que vivimos, o piezas de entretenimiento más o menos acertadas, sino que también los hay acerca de la comida que debemos comer, la ropa que debemos vestir, las herramientas que utilizar… El one to many, el broadcast, esa herramienta poderosa para comunicar, se convirtió en el canal donde asentar el crecimiento de nuestras sociedades, a través de la venta de productos y servicios que no necesitamos poseer y que no nos hacen más felices, pero que financian el crecimiento de las empresas que los producen y por tanto también la creación de nuevas empresas, con nuevos productos y servicios, que también hay que anunciar para vender y que si están bien anunciados, seguramente lo consigan y comience de nuevo el nada virtuoso ciclo.
Y este bucle infinito no lo sabemos parar, lo tenemos integrado como los peces tienen integrada el agua, no somos capaces de reconocer el mar de palabras en el que vivimos, porque nacimos con él y no hemos conocido otra cosa. Y la prosperidad material que ha proporcionado el modelo, es lo que marca el rumbo del sapiens de hoy.
Además como individuos no nos sentimos capaces de cambiar el paso, de parar, de volver a empezar, de apagar y encender, Sentimos impotencia, estrés, ansiedad y como eso no nos gusta a ninguno y de siempre nos han dicho que la vida estaba para disfrutarla, para ser felices, consumimos entretenimiento, que no dejan de ser nuevas palabras, en algunos casos muy bien construidas, que sólo nos sirven de evasión para momentos muertos en los que no estamos haciendo nada. Pero todas las palabras se acaban, las mejores novelas terminan, no hay más temporadas de Succession, el baile del Barça al Madrid ya fue, ciao, y de vuelta estoy conmigo mismo y las movidas que me genera.
Vivimos en un mundo donde el silencio no existe y si aparece lo eliminamos de cuajo. Pero el silencio es hoy más importante que nunca. Si callamos podremos escuchar el aullido de la naturaleza quejándose, el de los sapiens que sufren en Ucrania, o Siria, o Yemen, o en la casa de al lado de la tuya. Si callamos haremos que se callen los demás, porque no hay nada más idiota que hablar a destiempo. Si callamos recortaremos los ingresos de los que nos venden por vender, sin tratar de mejorar el mundo, Si se venden menos cosas mejorará el mundo y escucharemos más lo relevante, lo necesario, lo verdadero, la palabra.
Y es una paradoja que para aludir a la importancia de callar, me ponga yo a hablar, a escribir. Pero eso es lo maravilloso de la vida, lo que nos enseña que todo es circular, que vivimos en una realidad sólo transitable desde el cuestionamiento constante de la misma, en la que todo es y no es al mismo tiempo, donde lo que era hasta hace un segundo, justo deja de ser en el momento siguiente, donde el oriente más oriental se convierte en occidente, con sólo mirar desde el otro lado del planeta, donde la oscuridad y la luz se cruzan dos veces en 24 horas, siendo difícil diferenciar si amanece o anochece. Por eso las únicas dos maneras de reivindicar el silencio son, o bien hablando de él, o bien escuchándolo, acciones opuestas entre sí. La vida misma.
Hablar es una cualidad divina. La invención de la escritura, de ser capaces de representar simbólicamente lo que hablamos, es maravillosa y clave para el desarrollo de los últimos miles de años. Las posibilidades que todo eso ha traído son innumerables y muchas de ellas incuestionables. Pero se nos ha ido la mano con las palabras, con el número de ellas emitidas. Ya no nos reconocemos, no nos sentimos, y con ello no sentimos la parte invisible de la realidad, esa que no genera beneficios materiales, esa que no incrementa las cuentas de resultados, pero que es absolutamente necesaria para vivir.
El otro día leí que igual que sucede con las respiraciones, las palabras que uno puede decir en la vida tienen un número finito. Así que pensemos antes de malgastar una, o mejor, no pensemos, que tampoco es demasiado sano, simplemente sintamos si por decir algo, vamos mejorar la realidad. Y si es que si, hablemos. Pero si es que no, esperemos a hablar a la reunión de Teams de mañana.
Y mientras tanto, hoy domingo, escuchemos. Si no quieren o no pueden escuchar el silencio o la naturaleza, escuchen el podcast «No es Nada», que lo hace un amigo con mucho amor y pertinencia.
Pasen un gran día y aprovechen para callar un rato.
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