Estudios recientes muestran que los Sapiens generamos unos 6.200 pensamientos al día. Eso equivaldría a 4,8 pensamientos por minuto, si estuviéramos las 24 horas dándole a la cabeza. Pero tenemos la sana costumbre de dormir y asumiendo que lo hacemos 8 horas al día, y que mientras dormimos (afortunadamente) no pensamos, la media de pensamientos se va a 6,45 por minuto, o lo es lo mismo, a más de un pensamiento cada 10 segundos.
Si prestamos atención, ese patrón se acerca mucho a la normalidad de cualquiera y para muestra, un botón. En mi último minuto, esto que sigue ha sido mi cadena de pensamientos. La he escrito sin puntos y aparte para que la lean de corrido, al estilo del maravilloso matinal de Ángel Martín, y ya verán que al acabar están un poco agobiados con el loop inabarcable de neuronas rebotando las unas contras otras.
Y es que he comenzado pensando en que hoy tenía que hacer ejercicio, porque durante el fin de semana no lo he hecho. Momento en el que he repasado lo que sí había hecho, tratando de encontrar el porqué a esa inexcusable falta de compromiso conmigo y con el cuidado de mi diabetes. He hecho bastantes cosas, me digo, no ha estado nada mal. Cosas como cocinar mi solomillo Lutxo, para cenar en casa con amigos el viernes y reirme a carcajadas con Elena y Rober, contando cómo se meten tanto en el papel de las series que ven, que asumen la vida de sus personajes favoritos mientras se lavan los dientes antes de meterse en la cama, cuando ella habla de sí misma como «Madre de Dragones», si han visto Juego de Tronos, o como «Oviedo», si están están con la última entrega de La Casa de Papel, como tantos hemos hecho desde el viernes. Recuerdo las risas que nos echamos y también la resaca del día siguiente, pero lo de pensar en el disfrute no me ha durado mucho, según los evolucionistas, es porque estamos mejor programados para recordar lo chungo, que para recordar lo que mola. Su teoría es que si integramos lo malo, lo potencialmente peligroso para la supervivencia de la especie, cuando esto vuelva a aparecer, nos va a provocar una reacción instantánea (inconsciente) que nos va a salvar la vida. Los niveles del cortisol y adrenalina de nuestro cuerpo van a hacen pum para arriba y vamos a ser capaces de salir corriendo y huir de esos peligros que se presenten. Pienso al instante que lo que sucede, es que ya no hay peligros como los que hubo en el momento en que nos programaron y ahora la mayoría no pasamos frío, comemos tres veces al día y tenemos medicinas de sobra para paliar casi todos los problemas de nuestro organismo. Además, ya no hay tigres de dientes de sable que vienen a comernos y lo malo, sigo pensando, es que nuestro cortisol y adrenalina, suben por cosas tan prosaicas y constantes como recibir un mensaje en el móvil, ver un tuit de alguien del partido político contrario, o comprobar que no funciona la WIFI. Y será por el cortisol, pero de pronto estoy otra vez pensando en el hilo que había dejado hace unos segundos con lo del ejercicio y el cuidado de mi diabetes, lo que me ha recordado que tengo que concertar cita para la revisión del fondo de ojo, ya que, por algún motivo, no me llegó la que se repite cada mes de noviembre desde hace 25 años. Inmediatamente ese pensamiento se ha desglosado en tres, de los que sólo uno podía ser el ganador: el primero era relativo a lo mal que funciona la Seguridad Social, lo que en realidad es falso, ya que a mi me funciona maravillosamente, el segundo tenía que ver con mi próxima visita al médico, que por fin va a ser presencial, tras dos años de consultas telefónicas por el/la/le Covid de los cojones, y el tercero y último, de manera inesperada, me ha llevado a pensar en que tengo que encargar las lentillas, porque ayer saqué de la caja el último par. Acto seguido he pensado también en las lentillas de mi hija Mariana, que me pidió el jueves que se las encargue y no lo hice, motivo por el que también he sentido culpa, al menos por un segundo. Mariana, he seguido pensando, siempre anda escasa con sus lentillas y nunca avisa de cuándo se le acaban, en parte por pereza, en parte por falta de atención. Y la consecuencia, es que nos mete prisa a los adultos para que se las encarguemos y que en ocasiones, se queda sin ellas por unos días. Lo que le molesta a ella y me genera a mi pensamientos incendiarios sobre lo «irresponsables» que son los adolescentes con sus cosas. Tema que, sin fallo, desemboca el 100% de las veces en que la culpa de su escasa atención es el puto móvil. Y de ahí, me voy a cómo era la sociedad cuando no existían esos aparatos, o a cómo era yo con catorce años y a qué dedicaba mi tiempo. Amago con tomar el camino del cabreo con mis hijas adolescentes y su comparación con mi propia adolescencia, pero al instante piso el freno y reconozco que no les pasa sólo a ellas, que los adultos somos iguales con la gestión de nuestros teléfonos y su correcto uso, en el supuesto caso de que haya un uso correcto de esos demonios conectados y conectantes. Y sí, de pronto pienso que nadie le dice nada a otro por el hecho de estar conectado, metido sin levantar la cabeza, en una novela de Pérez-Reverte. Y pienso que quizá es igual el efecto de bajar la cabeza para leer, que hacerlo para mirar el teléfono. Y que Pérez-Reverte escribe genial, pero que si estás ensimismado en su lectura, evadido en sus mundos, la consecuencia es la misma que si estás en TikTok chequeando los videos de tus colegas. Y pienso que deberíamos chequear un poco nuestros statements, al respecto de lo que todo lo nuevo supone en nuestras vidas. Lo nuevo, que hoy es equivalente a lo tecnológico y lo nuevo, que históricamente ha sido equivalente a lo desconocido.
Y de pronto, ofuscado en esa cadena interminable de pensamientos encadenados, ha sonado la alarma de mi app de meditación. Si, hasta para meditar necesito organizar mi agenda y crear avisos. Y la meditación de hoy iba sobre los cuatro anhelos del ser humano, que en realidad son una fantástica guía a la que volver cuando no sabemos si algo Es, o no Es, que en mi caso sucede muy a menudo. Porque será por cómo vivimos en la modernidad, o quizá siempre ha sido así, pero no nos damos cuenta de que la velocidad, el miedo, la necesidad de hacer cosas, tener cosas, parecernos a lo que creemos que es lo bueno para que nos acepten tanto nuestra tradición (padres, familia), como la opinión pública (pares, amigos, compañeros de trabajo, followers de Twitter), y que en realidad son modelos prefabricados para consumir mierdas materiales, nos desvía de aspectos esenciales de nuestra especie.
Y es que, uno siempre se puede orientar, a pesar de lo confusa y difícil que hemos hecho la vida, calibrando la distancia de aquello en lo que se está en el momento presente, respecto de estas cuatro cosas: la Belleza, la Salud, la Sencillez y la Verdad. Y si lo convertimos en hábito, podremos controlar los niveles de cortisol y adrenalina que dispara nuestro organismo. Porque a todos nos atrae más lo bello que lo feo, sea un libro, un edificio, una persona, el interfaz del teléfono móvil, o el timeline de nuestro Twitter. Ninguno quiere perder la salud, ni hacérsela perder a los demás, con aquellas cosas en las que anda enfrascado. Por lo tanto, es bueno chequear si lo que somos y hacemos es saludable para nosotros y para el colectivo. Lo sencillo, esto es fundamental y maravilloso. Si algo es simple, si no tiene dobleces, si es directo, si no es retorcido, complicado, es que estamos bien. Y por último lo verdadero, que en este caso tiene que ver con la integridad, con la honestidad. Si eso que vivimos, se acerca a nuestra integridad, a nuestra esencia, vamos a ir mucho más ligeros.
Tras los 15 minutos que ha durado la meditación guiada, he salido a la terraza un rato y he comprobado que mi cadena de pensamientos anterior no era bonita, ni saludable, estaba lejos de ser sencilla y en muchas de las partes de la misma, no era ni cercana a la verdad. Bueno, salvo la parte de Elena y Rober, que me maté de risa escuchándolos el viernes.
Pasen un bonito día de la Constitución y traten de pensar menos y de generar el hábito de contrastar su vida con esas cuatro cosas, verán que relaja.
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