Hace ya un tiempo, más de cuarenta años para encuadrar un poco la escena, empezaba 2º de EGB en el Ramiro de Maeztu de Madrid. Un día de principio de curso, Isabel, la profesora, se me acercó de forma discreta y me preguntó si veía bien. Algo había notado ella al respecto de las casi seis dioptrías de hipermetropía que tengo en cada ojo. Yo le contesté muy digno que sí y además que no se preocupara, que mi hermano usaba gafas y que cogería las suyas en caso de necesitarlas. No recuerdo su cara y dudo que tuviera capacidad para interpretarla en aquel momento, pero imagino que me miró con ternura y acto seguido se comunicó con mis padres para contarles sobre mi dificultad para ver lo que ponía en la pizarra. Sólo espero que mi madre no le desvelara que, además de corto de vista e idiota, era un mentiroso, porque mi hermano nunca tuvo problemas de vista, hasta bien entrado en la adultez.
Esa dignidad mal entendida me sigue acompañando con cuarenta y siete. Mi hermano dice que es que en aquel tiempo yo sólo empataba o ganaba, que de perder no quería saber nada. Y también dice que él se dio cuenta antes que Isabel de lo de mis ojos, porque en casa pegaba los cromos del álbum de una de las dos ligas que ganó el Athletic de Bilbao, en las casillas equivocadas, lo que a él le parecía inaceptable. Pegar a Dani en la casilla de.Sarabia era un tema muy serio.
Pero cuando Kiko dice que no me gustaba perder, se refiere a que no me gustaba ser vulnerable, demostrar debilidad, y mucho menos expresar malestar. Con siete años la función del reconocimiento está aún en construcción, aprendiendo lo que significa ser un individuo autónomo en lo que al movimiento y la comunicación se refiere, pero dependiendo en gran medida de los adultos para la construcción de tus propias opiniones e ideas. Por eso si a tus padres no les duele nada, o les duelen cosas pero lo comparten con normalidad, si están íntegros física y emocionalmente, a ti tampoco te dolerá nada, salvo accidente. Si a esto le sumas que vivíamos en un entorno donde no faltaba nada de lo material, pues es lógico que cuando el malestar se asomara, sobre todo en forma de vulnerabilidad invisible, yo lo repeliera sin más, porque no era «mi movida».
Pero la edad y la seguridad del hogar no eran lo único que yo incorporaba de serie en la negación de que lo malo existe (shit happens), en esa pauta de meter la cabeza debajo del ala cuando el desasosiego aparecía. En mi cuadro, además hay una inclinación natural a actuar como si los problemas no tuvieran que ver conmigo. Y esa reacción automática sigue apareciendo hoy, lo que me hace tener que estar muy atento. Con el tiempo he comprendido que la vida es un continuo de pequeñas derrotas cotidianas, alternadas con grandes victorias que siempre llegan por sorpresa. Las victorias suceden cuando no lo esperas, con aquello que no estamos enfocando y te agarran siempre con la guardia baja. Por eso recordamos tanto los momentos buenos de nuestra biografía, porque entran en nosotros como un tsunami, calando las cuatro capas. Y esas victorias no tienen que ser cosas épicas, basta con que te digan que existen las lentillas blandas (las duras eran insoportables) para la hipermetropía. Pero aún así, siendo mayor y sabiendo lo general de la especie y lo particular mío, habiendo estudiado e ido a terapia, aún sigo mostrando de manera automática, ese lado mío de dignidad autosuficiente, seguramente adornado con sentido del humor, al menos de entrada. Pero dame tiempo, que pronto me pongo blandito.
La astrología dice que es una reacción típica de los nacidos bajo el el signo de escorpio, con el ascendente también en escorpio. Que los de ese signo nos protegemos por ser muy sensibles y que de ahí viene lo de no mostrar debilidad alguna hacia el exterior. Yo no sé si es por eso, pero sí reconozco en mí el patrón de fake It until you make it, que durante décadas me ha acompañado y que cuando esa impostura se ha referido al malestar invisible, la cosa se ha complicado. Porque cuando te rompes una pierna o tienes apendicitis, todo el mundo lo entiende, lo abraza y te cuida de manera magnífica. Pero cuando no se ve lo que te pasa y tú no eres capaz de contarlo, llega un momento en el que sale por sus propios medios sin contar con tu voluntad y normalmente pasa como con el volcán de La Palma, que nadie tiene ni idea de cómo solucionarlo.
En aquella misma época pensaba que echar de menos apuntaba a algo negativo. Los únicos que me preguntaban si les echaba de menos eran mis padres y lo hacían cuando estábamos lejos, normalmente por un viaje de ellos, o por un campamento de verano nuestro. A mi me parecía, lo digo muy en serio, que echar de menos a mis padres estaba feo, así que mi respuesta siempre que me preguntaban era que no, que estaba bien, que no se preocuparan. Sencillamente no entendía del todo el significado de la expresión «echar de menos». Y lo cierto es que incluso hoy, de adulto, no le encuentro demasiado sentido. Un verbo, el que sea, seguido de la palabra menos, sobre todo hablando de tus seres queridos, me sigue sonando mal: comer de menos, hablar de menos, sentir de menos, correr de menos, dormir de menos, son claramente expresiones que hablan de una carencia en el sujeto que las padece. Y recuerda que en mi caso se cuela una reacción de dignidad idiota automática , que no ayuda para reconocer que lo estoy pasando mal porque mis afines no estén a mi alrededor. Pero resulta que echar de menos es «bueno» y que el mundo lo acepta, porque muestra que hay amor entre los que dejan de tratarse por un tiempo.
Y no debe ser fácil, porque en las otras lenguas que tengo cerca tampoco está claro. Los argentinos, con su extrañar, lo tienen mal resuelto, ¿cómo vas a juntar una palabra que viene de extraño, con tu madre?. Quizá los angloparlantes, con el I miss you, que directamente te transmite la idea de pérdida de algo, tengan el tema mejor solucionado. O los portugueses con saudade… No se, a ratos pienso que sería más fácil ser literal, sobre todo con los niños, preguntando si están tristes por no estar junto a sus seres queridos, o ayudarles a expresar lo que tienen dentro, en lugar de ese inapelable «¿me echas de menos?». De esta forma yo lo habría entendido mejor hace cuarenta años, si bien les habría contestado lo mismo, que no, que estaba bien. Pero eso es más por lo de ser escorpio ascendente escorpio.
La otra semana viajé por trabajo a Galicia, actividad que ya no se hace, a no ser que sea estrictamente necesario. Y aunque no tengo claro que ese fuera el caso de mis reuniones, me moví para tenerlas. El movimiento es el principio básico del alma, el alma es lo que corresponde con nuestra parte animal, la del yo. Pero mi yo no estaba allí, estaba en Madrid, porque el domingo 19 murió mi madrina, que era en mi caso como una madre y que también era hermana de mi padre. Murió después de haber vivido mucho y bien. Murió rodeada de sus hijos y nietos, en casa y sin sufrir. Y ahora, a mis años y haciendo una excepción, puedo decir que la voy a echar mucho de menos, porque ya he entendido que echar de menos, es más.
Pasen un bonito primer fin de semana de octubre y digan a sus madrinas que las quieren, porque un día las van a echar de menos.
Te quiero Flora.
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