Añadir título

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Cuando le doy al botón de «escribir» en la plantilla de WordPress, aparece por defecto una cabecera que dice «Añadir título». Mientras escribo el post, ese mensaje sigue ahí arriba, recordando que lo que escribo se tiene que llamar de alguna manera, que el título hará atractivo el texto, invitará a pinchar en él, generará clicks, los clicks visitas y las visitas lecturas. Ese título debe ser sugerente, original, rítmico, poético si se puede. Desde el día que estrené este blog, he tenido la tentación de no añadir nada, de dejarlo así. Y ese día ha llegado.

El término añadir viene del latín innadere, compuesta por el prefijo in (hacia dentro) y el verbo addere (sumar). Así que añadir no es simplemente agregar, sino que es sumar hacia dentro, hacia el interior, hacia la esencia de algo. Y título, palabra que también proviene del latín titulus, significa rótulo, cartel o anuncio, que cuando el latín estaba de moda, solía aparecer sólo en paredes o suelos. Y esos que se escribían en el suelo, no eran otros que los de las tumbas.

En esa época no existía la comunicación de masas, ni los rótulos de neón, ni el anillo publicitario digital y rotatorio de los estadios deportivos, ni los patrocinios, ni el buzoneo, ni el telemarketing, ni Twitter, ni episodios de Pocoyo promocionando el turismo de Gran Canaria, ni la Estrella de Galicia metida a capón en cualquier rincón de La Casa de Papel, ni Twitch, ni los periódicos digitales, ni la imprenta, ni internet, ni nada de toda esta modernidad de la que disfrutamos ahora, en aras de una supuesta mejor comunicación entre los individuos de nuestra especie.

En aquella época los títulos, los rótulos, los símbolos, casi exclusivamente pertenecían a las entradas de determinados edificios y a las tumbas, con sus inscripciones que recordaban quién era el muerto enterrado en ese lugar. Comunicación esencial y en este segundo uso, además un símbolo de acceso a lo interior, una puerta de entrada al más allá, al otro lado, a lo invisible.

Porque eso es lo que son los símbolos, una puerta de acceso a realidades no visibles. Símbolo proviene del griego symbolon, que era un objeto en forma de anillo, que se partía y se usaba como contraseña para que dos partes se reconocieran en un futuro, simplemente al volver a juntar las dos mitades. Servía para estar conectados aún estando lejos, separados.. Y la primera que utiliza los símbolos es la Naturaleza, que ha creado las formas, los colores, los sonidos, la luz, la sombra, el movimiento, los ciclos, la vibración. Todo en la naturaleza son símbolos y ninguno necesita del intelecto del ser humano, para comunicar lo que necesitamos saber los que formamos parte de ella. Y durante miles de años, los Sapiens hemos ido, de forma más o menos armónica, conviviendo con esos símbolos, interpretándolos y logrando sobrevivir.

Pero tengo la firme convicción de que se nos ha ido la olla con la modernidad, las infinitas, acíclicas, impuestas, innecesarias y en muchas ocasiones feas, deshonestas, complicadas e insalubres formas de comunicación. Y la prepotencia de nuestra especie, por sentirnos con la legitimidad de llevarlas a cabo, simplemente por el hecho de que es posible hacerlo, sin pensar de manera íntegra en el propósito, ni en las consecuencias para los individuos, ni por supuesto para el planeta. Y a esta imperiosa necesidad de comunicar todo lo que se nos ocurre, por el hecho de que sirve para vender cosas que hemos creado, se le suma el hecho de que hemos despojado de significado profundo y esencial a la mayoría de símbolos.

Porque crear algo, producirlo en serie y ser capaz de distribuirlo, requiere promoción y marketing, para que luego, en contados casos, se generen rendimientos materiales. Y en muchos menos (¿alguno?), rendimientos espirituales, de esos que aportan valor de verdad para el individuo, el colectivo, el resto de seres vivos y el planeta en general. Y todo esto, además sin atender a la esencia del funcionamiento de la Naturaleza, de la que somos parte y donde ya habitaban muchos de los símbolos que pervertimos. Ignorando el hecho de que ella no haya cambiado nada, que se sigue moviendo por el cosmos a la misma velocidad que siempre, rodeada por las mismas estrellas y satélites, calentada por el mismo sol, respirando con la misma atmósfera, trasladando a las diferentes latitudes sus estaciones, sus colores, sus temperaturas, sus ciclos. Y también sin atender a nuestra propia naturaleza como especie, con necesidad de descansar, de comer con medida, de ejercitar el cuerpo, de parar, de respirar, para poder crear, para poder Ser.

Vivimos sumidos en una sobresaturación de estímulos, de símbolos vacíos y artificiales, de soportes molestos, de logos caros, de claims mal tirados, de marcas prescindibles, de productos innecesarios y de servicios dañinos. Y el día sigue teniendo veinticuatro horas, en verano sigue haciendo calor, las flores continúan saliendo en primavera, el invierno sigue siendo óptimo para recogerse, los niños siguen naciendo de las mujeres y el Amor sigue figurando como el principal motor de la humanidad, sin el que no es posible vivir bien.

Y siento que en esto coincidimos muchos, lo sufrimos todos y estaríamos de acuerdo en hacerlo de nuevo armónico, la mayor parte de nosotros. Así que yo empiezo por no añadir título a mi post, cumplo con ese viejo y sencillo anhelo y dejo que sea el Amor, o Dios, o la Naturaleza, lo que equilibre los clicks, las visitas y las lecturas. Y que sea lo que tenga que ser.

Pasen un caluroso, simbólico y feliz segundo domingo de julio.

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