Era 1991 y yo juvenil de segundo año (ahora junior). En un entrenamiento en el Magariños, mi amigo y compañero de equipo Jorge Rueda, me golpeó sin querer con el codo en la nariz. Jorge era de esos que entrenaba como jugaba, que es como te dicen los entrenadores que tienes que ser. Y era muy fuerte físicamente y sobre todo no tenía miedo, ni a los golpes, ni a las caídas, ni a las lesiones. Yo trataba de entrenar también como luego jugaría los partidos, pero mi físico no era el de él y los golpes trataba de evitarlos a toda costa. Después de una hora y media de cancha y otro tanto de preparación física, al final de ese entrenamiento estaba ya con la guardia baja y esperando que el entrenador nos mandara para casa. Era jueves por la noche y hacía frío, como siempre en esa cancha a esas horas. En una de las últimas jugadas del 5×5 final, mi cabeza bajó a la misma velocidad que el codo de Jorge subía y ambos se encontraron de manera abrupta en mitad del camino. A él no le paso nada en el codo, pero mi nariz comenzó a sangrar abundantemente. No fuí al médico, hice sin éxito todas las técnicas caseras que te recomiendan para cortar una hemorragia y me fui dolorido y teñido de rojo a casa. Seguí sangrando toda la noche y el día siguiente, y comenzada la semana fuí a hacerme radiografías. Pero mi tabique no estaba roto, así que el diagnóstico fué simplemente un hematoma, que eventualmente se me pasaría.
No se me pasó y estuve dos años respirando sólo por el lado derecho de la nariz durante el día, y por la boca durante la noche. La comida me sabía mal, tenía mucha sed, dolores de cabeza y para el ejercicio físico era un auténtico incordio. Además de lo funcional, hubo secuelas visibles, se me había quedado nariz de púgil, como tantas veces repetiría años más tarde el que hoy es mi ex suegro. Por insistencia y malestar, tras visitar a varios médicos, uno con la consulta en Narváez, muy cerca del Palacio de los Deportes, me dijo que tenía el cartílago roto en la base de la nariz. Y que eso me tapaba el orificio izquierdo, haciendo imposible la circulación correcta del aire, sobre todo de noche, estando en horizontal. Me operaron, se corrigió y fin de la historia, pero recuerdo las noches sin respirar por la nariz de aquellos dos años, como las peores de mi existencia. Y sobre todo recuerdo la sensación de volver a respirar de pronto por los dos orificios, como si me hubiera caído en una marmita llena de Vicks Vaporub.
Treinta años después, mi padre está con problemas para respirar bien, sobre todo de noche, lo que hace que no duerma a gusto. Y no sabe si es producto de la ansiedad, de una obstrucción de los senos nasales, de un diafragma demasiado elevado, de sus pulmones empequeñecidos, de respirar mucho por la boca, de roncar, de hundirse mal sentado en el sofá viendo la TV, de no hacer ejercicio, o de todo lo anterior junto. Mi madre, por otro lado, murió de un cáncer de pulmón, que cuando se le detectó estaba ya en grado IV, media casi 5cm y había metastatizado buena parte de su organismo. Así que el aire, la respiración y su relación con la vida, o la ausencia de ella, es un tema en nuestra familia, e imagino que, en esta época de la historia, lo es también en muchos otros hogares del planeta.
Y quizá por eso, o porque todo pasa por algo y hay un guión invisible que nos guía, o que al menos trata de hacerlo, el pasado 23 de abril, me compré «Respira», escrito por el periodista norteamericano James Nestor. Y además de ser entretenido, interesante, bien documentado y fácil de leer, contiene numerosos ejercicios para usar mejor la respiración. Una funcionalidad que los seres humanos traemos de serie y gratis total, y que como tantas otras cosas, la modernidad ha conseguido joder. La velocidad que ha tomado todo, la multitarea, la cultura del rendimiento y el monopolio del materialismo como filosofía dominante, han conseguido que milenarios y maravillosos conocimientos adquiridos por años y años de investigación y práctica de nuestros ancestros, hayan quedado sepultados, simplemente porque no dan beneficios (materiales), o porque la ciencia (con c pequeña), no los puede explicar. Aunque no está claro que no nos empiecen a cobrar también por el aire que respiramos, que en el fondo es tan material, como lo es el suelo que pisamos, y bien caro que nos cobran éste. Entro en materia.
Sí, no lo niego, la materia es muy importante, mucho. Todo lo que vemos, olemos, tocamos y degustamos, está compuesto por materia. Nosotros los humanos, al igual que el resto de seres vivos, somos en gran medida, materia. Pero para entrar de verdad en materia, a esta hay que añadirle la vida. Porque el paso fundamental para convertirnos en lo que somos, nosotros y todos los seres vivos del planeta, se lo debemos a que además de materia, tenemos vida. Como bien cantó Violeta Parra, gracias a la vida, que me ha dado tanto. O que me ha dado todo, añadiría yo.
Las rocas, los minerales, son materia, pero no tienen vida. Es materia muy antigua, con miles de millones de años en el planeta y en el cosmos y presente antes de que existieran las primeras y muy básicas formas de vida. Los minerales son materia con una cohesión molecular firme. Las moléculas se conforman por átomos, eso lo aprendimos casi todos en el colegio. Y a nivel subatómico encontramos los protones, de carga positiva, los neutrones, de carga neutra y los electrones, de carga negativa. Los dos primeros (protón y neutrón) son de mucho mayor tamaño que el tercero (electrón), que se dedica a girar a toda leche alrededor de ellos. La diferencia de tamaño es enorme, como la que hay entre una mesa de ping-pong (protones y neutrones) y una cabeza de alfiler (electrones), y el radio de la órbita entre el núcleo atómico y el electrón, si fueran del tamaño de esos dos objetos, sería de 10km. Es decir, la materia está básicamente formada de espacios vacíos entre el núcleo y los electrones de sus órbitas, moviéndose a toda velocidad. El codo de mi amigo Jorge, y el cartílago de mi nariz, son fundamentalmente aire, espacio vacío. Misterios de la vida.
Pero dejemos la física cuántica y volvamos al libro de James Nestor y en concreto al último capítulo, donde habla del premio Nobel húngaro Albert Szent-Gyorgyi y sus averiguaciones acerca de la vida. Los minerales, con esa cohesión firme de sus moléculas, generan materia sólida, difícil de moldear, duradera y que por tanto se usa para cosas como hacer edificios, fijar estructuras de grandes dimensiones y en definitiva, para todo lo que sea construir. Sigue siendo loco pensar que todo lo que pisamos es, en gran medida, espacio vacío entre unos mini elementos moviéndose muy rápido, pero uno encuentra un poco de consuelo, cuando piensa que el aire que respiramos y el agua que bebemos, también son materia, lo que sucede es que la conexión de sus moléculas es libre y débil, respectivamente. Y con el aire y el agua se comprende mejor lo del «vacío» de materia.
Pero los minerales me interesan precisamente por su ausencia de vida y porque este hecho diferencial, alberga una explicación científica (para mi, con C mayúscula) de lo invisible y su compenetración con el mundo de la materia. Albert Szent-Gyorgyi explicó que la vida es materia animada. Animada porque los electrones que forman los átomos, que forman las moléculas de las cosas vivas, están excitadillos y se transfieran de molécula a molécula. Las rocas, con esa cohesión molecular firme, y las primitivas primeras formas de vida del planeta, poseían nula o muy poca capacidad de intercambio de electrones y como consecuencia, generaban poca energía. Aquella materia estuvo por allí sin hacer mucho, millones de años. Pero con el paso de esos millones de años, se generó un residuo que se acumuló en la atmósfera. Aquella sustancia residual era el oxígeno, y este sí que tenía mucha capacidad de aceptar electrones de otras moléculas, y por tanto era capaz de generar energía. Y cuanta más energía, más animación tiene la materia y como dice arriba, la materia animada es vida. Y en ese caldo de cultivo, cada vez más rico en energía y oxígeno, se empezó a generar más y más vida. es decir, plantas, insectos y animales, de forma relativamente rápida, hasta llegar a nuestros días.
Y esto tiene dos implicaciones muy notables. La primera la explica el propio Szent-Gyorgyi, que afirma que esta premisa puede aplicarse a la vida del planeta (y del ser humano) hoy en día. Cuanto más oxígeno, más intercambio de electrones excitados y por tanto más energía y más vida. Y si un organismo posee este tipo de dinámica, estará sano, da lo mismo que sea un perro o el planeta entero. En sus propias palabras, «cuando la materia viviente está activa y es capaz de absorber y transferir electrones de forma controlada, se mantiene sana. Cuando las células pierden la capacidad de enviar y recibir electrones, se empiezan a averiar. Soltar electrones de manera irreversible significa matar», lo que provoca que las hojas de las plantas se pongan marrones y mueran y los tejidos de los humanos se oxiden, cosa a la que llamamos cáncer. Lo cual explica que los cánceres se desarrollen y progresen en ambientes bajos de oxígeno.
La segunda implicación es aún más interesante, sobre todo en relación con lo invisible, con aquello que, formando parte de nuestra realidad experimentable, no se puede medir, contar, ni pesar. Explica Nestor que si se abre hoy un libro de Yoga, se visita una web del tema, o se va a un centro de esta actividad, la palabra Prana aparecerá antes o después. Prana se traduce como «fuerza vital» o directamente como energía. El Prana es en realidad una antigua teoría atómica, de la época en la que en el valle del Indo, aún no se habían inventado los aparatos para medir que tenemos ahora y que hacía referencia a que todo lo que Es: la pared de ladrillo, el collar de tu perro o el taconeo constante que se escucha del vecino de arriba. Todo es Prana, energía provocada por las moléculas en movimiento de las que hablaba Szent-Gyorgyi. Y el Prana es lo mismo que el Chi en la medicina y cultura china, el Ki en la japonesa, la Pneuma en la griega, o el Ruah en la hebrea. En todas ellas está el mismo principio, el de la energía en movimiento y circulación. Cuanto más Prana, o Chi, o Ki posee algo, más vivo está. Si el flujo de energía se bloquea, ese algo se muere. Y cada cual creó sus métodos para despertar y mover el Prana: la acupuntura, el yoga, la dieta picante, todas estaban destinadas a eso. Pero de todas, la técnica más poderosa es la de inhalar Prana, es decir Respirar. Just breath, como cantaba Eddie Vedder.
El poder»sobrehumano» de la respiración está más que documentado, lean el libro de Nestor o cualquier otra investigación sobre el tema. El Nobel húngaro Szent-Gyorgyi aseguraba que «en todas las culturas y en todas las tradiciones médicas previas a la nuestra, la sanación iba a compañada de energía en movimiento». Famosos son los casos investigados de yoguis que derriten la nieve a su alrededor, sentados simplemente respirando a temperaturas bajo cero. Y el nombre puede haber cambiado, pero la ciencia (con C grande), siempre es la misma. Según concluye Nestor en su libro, «la energía móvil de los electrones permite a las cosas vivas, mantenerse vivas y con salud, durante el mayor tiempo posible».Y las poblaciones del valle del Indo de hace 4000 años, puede que no creyeran en dioses, pero sí creían y trabajaban en el poder curativo de la respiración, por eso inventaron el yoga, que en su versión original «era la ciencia de permanecer quieto y generar Prana respirando».
Y el Prana no lo miden hoy los más modernos instrumentos inventados. Los parámetros medibles en el organismo de un yogui permanecen estables, mientras son capaces de cambiar 10º la temperatura de su propio cuerpo en pocos segundos, o acelerar o pausar a voluntad su frecuencia cardiaca. Se ven sus efectos, pero no se identifican las causas que los provocan. La ciencia (con c pequeña) no nos da para eso. Afortunadamente.
El Prana es invisible y es primitivo. El Prana, el Chi, el Ki, la Pneuma, tienen que ver con el oxígeno, con el movimiento de energía, con la vida y se consigue respirando, sobre todo respirando bien. El Prana es lo que estaba en el origen de todo y lo que nos hace iguales a todos los seres que habitamos el planeta. Es la energía que lo rige todo, quizá sea ese Dios que andamos todos buscando. Y resulta que está ahí fuera, disponible, sólo cerrando la boca y respirando por la nariz, despacio y sin necesidad de forzarlo.
Pasen un buen domingo y respiren Prana, que es gratis. Y si no pueden hacerlo porque les han dado un golpe en la nariz, hagan lo posible por solucionarlo, porque cuando lo hagan, estarán mucho más en contacto con Dios.
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