El lunes comí con un amigo. Alguien con quien trabajé un año hace más de diez, con el que he mantenido un contacto poco frecuente, pero que cuando ha sido necesario, ha provocado una comida y una buena conversación entre ambos. Siempre me he sentido escuchado, comprendido y bien aconsejado por él. En la semana he tenido el impulso de enviarle unas líneas para agradecerle nuestro encuentro y para además resumir nuestra conversación, que tuvo mucho contenido. Pero a medida que avanzaba en mi correo a él, me daba cuenta que estaba describiendo mi propio momento vital y el de cualquiera que esté en la quinta fase de la vida, en la que entramos los nacidos en 1973 y que va de los 48 a los 60 años. Lo que sigue son los highlights de lo que humildemente le quería escribir a mi amigo Nacho, a mi mismo y a todo el que esté en este periodo.
La vida es sufrimiento. Esto es una obviedad y parece el típico woowoo budista, pero conviene tenerlo presente, repetirlo, aceptarlo y así evitar mayores disgustos o sorpresas. Es una evidencia que pasan cosas terribles, tanto individual, como colectivamente. Ahora, conviene poner eso en el lugar correcto. ¿Qué de todo lo malo que me pasa, es realmente catastrófico?. Normalmente, salvo la muerte, nada. Y añado otro «lugar común», ese que dice que todo pasa por algo, si bien en el momento del suceso no solemos ser capaces de identificar los motivos y hacer las conexiones correctas.
Sigo con que la realidad completa, incluye el mundo no material, lo invisible. Y lo invisible tiene reglas, igual que las tiene el mundo de la materia. Estas reglas se pueden comprobar de manera individual por cualquiera con la propia experiencia y ahora, hay cada vez más ciencia (de la moderna, con la «c» minúscula), que apoya este conocimiento milenario. No hay más que leer a Sam Harris, filósofo por Stanford y PhD en neurociencia por UCLA, nada dudoso él, en su último libro «Waking Up«.
Todo pasa, también lo malo. Más woowoo budista, lo sé. Pero es que es un hecho que todo es efímero, que nosotros lo somos y nuestros estados también. Por tanto, confianza total en que los momentos de zozobra van a pasar.
Nuestras particulares tradición y opinión pública entorpecen nuestro desarrollo. Tratemos de identificarlas y aislarlas (quizá apuntando conceptos en un cuaderno, o ubicándolos visibles en nuestro escritorio). Porque, ¿qué de nuestra tradición (padres, colegio, cultura…), o de nuestra opinión pública (pareja, familia, amigos, compañeros de trabajo), condiciona nuestra existencia?. Dejemos esos imputs a un ladito, ya que todos somos divinos y si miramos con atención hacia adentro, encontraremos respuestas esenciales, que están escritas en nuestro arquetipo (que viene de del griego arje, origen y tipo, tipografía, sello). Mi tradición me enseñó que espiritualidad era coincidente con Iglesia Católica. Error que me sigue acompañando, por más que soy consciente de que no es correcto. Espiritualidad es lo que pensamos, lo que sentimos, lo que anhelamos, lo que soñamos. es todo lo que no se ve.
Honestidad radical. Esto ha sido para mí lo más difícil. Y no hablo de no mentir a los demás, que también, sino sobre todo de no mentirme a mi mismo, cosa en la que fuí tremendamente bueno a lo largo de mis primeros 36 años. Reconocer que algo va, o no va conmigo y decir no, cuando es que no, por coincidente que sea con la opinión pública. Esto no es más (ni menos) que ser íntegro, de una pieza, capaz de reconocer lo que está bien y actuar en consecuencia. Y esta integridad, mantenida en el tiempo, es salud y armonía interior.
Tener información sobre lo que sucede en las distintas fases de la vida. Saber qué significa el desarrollo individual, obtener un mínimo de ese «manual para orientarse en la vida». Ese que todo el mundo dice que no existe cuando nace tu hijo (viene sin manual de instrucciones, te suele decir tu cuñado). Y el manual existe. Lo que sucede es que está en múltiples piezas, dispersas a lo largo de diferentes culturas y milenios de historia y que desde que somos modernos (de la revolución industrial hacia acá), está demodé, porque sólo aquellas cosas que generan un rendimiento material (osea que se venden), han conseguido hacerse hueco en nuestra civilización.
La vida de un ser humano, el despliegue del arquetipo, se divide en seis fases (más una fase cero. previa a salir al exterior, que sucede en el vientre materno), cada una de más o menos 12 años de duración. cifra en la que coinciden la neurociencia y las eras astrológicas de Plantón. Y son estas.
Fase 0: antes de salir al exterior y producto de la concepción, que en sí misma ya es una cosa muy loca en la que no voy a entrar, se forman el cuerpo (estructura ósea/materia), y el organismo (órganos y tejidos, vida en definitiva) del individuo exterior. Es decir, el bebé, aún dentro del útero materno y durante 40 semanas.
Fase 1: del nacimiento hasta los 12 años, cuando se forma el alma exterior (el Yo). Los humanos somos los mamíferos que más tardamos en ser independientes, en ponernos de pie, en comer sólos… En esta fase nuestros hijos aprenden a orientar sus movimientos, a caminar, luego a hablar, para decir en esos primeros años que todo es suyo, no «entendiendo» que existen otros. Y es lógico, es la época del egoísmo, necesario para construir un Yo fuerte. En la mitad de esta fase, ya se convierten en adorables niños, cada vez con mayor comprensión de lo que les rodea y van adquiriendo normas. Además de a leer, escribir y todas las capacidades que el lenguaje proporciona, fundamental para afrontar la siguiente fase.
Fase 2: de los 12 a los 24, se forma el espíritu exterior (la conciencia del bien y del mal). Primero en una época de cambios brutales en el cuerpo y luego con el acabado de la cocción del cerebro, de.la mente, se forma el Espíritu. Se acaba de construir la capacidad de hacer las conexiones correctas, se forman las opiniones propias, se elige la profesión, se enamora uno por primera vez el amor. Un circo, vaya…
Las mismas capas: cuerpo, organismo, alma y espíritu, en su versión interior (es decir, en nuestra conciencia), se desarrollan a partir de los 24 años. Esto nos enseña que el desarrollo no termina cuando encontramos una pareja, un trabajo y unos ingresos para pagar las primeras facturas y que a partir de ahí, la carrera es simplemente conseguir que los ingresos sean mayores, para pagar facturas más caras. Esta enseñanza es básica, ya que queda en evidencia que no por el simple hecho de ser adultos, se acaba el aprendizaje, la necesidad de seguir el plan de desarrollo de nuestro arquetipo y la capacidad de corregir lo que en las primeras fases no acabamos de desarrollar bien.
Fase 3: de los 24 a los 36, comienza el despliegue del cuerpo interior. Se trabaja en pulir los complejos (hábitos), corrigiendo los incorrectos y potenciando los correctos. Además suele ser el momento de formar una pareja y tener hijos (aunque eso se ha retrasado). Dedicamos mucho tiempo a la profesión y a hacerlo compatible con la paternidad y la maternidad.
Fase 4: de los 36 a los 48. Se constela el organismo interior. Eso quiere decir que es momento de comprobar las opiniones propias y corregir las incorrectas. Incorrectas quiere decir que no son las nuestras, no que sean de una determinada naturaleza o sentido. Además es la fase en la que las mujeres tienen que redondear el desarrollo de las cualidades más masculinas y los hombres de aquellas más femeninas. porque tanto mujeres como hombres, somos mitad femenino y mitad masculino (yin/yang) y hemos de desarrollar ambas mitades armónicamente.
Fase 5: de los 48 a los 60, desarrollo del alma interior. En esta me voy a detener un poco más, ya que es la que nos toca empezar a los nacidos en el 73. Recordar que el centro del alma es el Yo y que el principio del alma es el movimiento. La quinta fase es el momento de revisar los ideales, esos que florecieron en la 2ª fase (adolescencia) y ver si se han cumplido. Es por tanto una segunda adolescencia, pero con todo el bagaje aprendido que traemos de la vida. Mal interpretada es lo que hacemos muchos hombres al cambiar nuestra pareja de 50, por «dos de 25». Y no es eso.
Es fundamentalmente la fase del disfrute, con los hijos ya mayores, sin tanta necesidad de tiempo de calidad con ellos y la profesión consolidada, el arquetipo va a “empatar” mejor con ese tipo de actividad nos haga disfrutar. ¿Y qué es el disfrute?. Pues aquello que nos hace vibrar, lo que nos mueve (el alma y su principio básico: el movimiento) sin esfuerzo consciente. Aquello en lo que el tiempo se pasa sin pensar en el reloj, ni en otros asuntos. Hacia allí es hacia dónde tenemos orientar nuestro movimiento. Ya pasó la época del gran esfuerzo en el trabajo, ese que invertimos cuando teníamos que construir una carrera, un sustento para el futuro y una posición de autoridad en nuestra profesión. No quiere decir esto que la pasta (lo material), no siga siendo necesaria, sólo que ahora sabemos que si dedicamos largas horas al trabajo, es por algo más que por hacer «carrera», por pagar facturas, o por presión de la opinión pública. Es porque nos mueve.
La quinta fase es el momento de pasarlo bien. En el caso de un hombre, acabar de incorporar toda la parte femenina, que no es otra cosa que la sensibilidad, el cuidado (de uno mismo y de los demás), lo introvertido, sin la necesidad de “ir al frente”, sino aprendiendo a esperar. Y en las mujeres a la inversa y además a celebrar la menopausia, momento donde el sexo y la erótica dejan de tener relación con la posibilidad de ser madres y se centra exclusivamente en el disfrute. Y ambos sexos dejarse ir un poco más, no buscar tanto, esperar disfrutando de lo que te brinda la vida y confiar en que ésta provee cuando tu te ubicas bien.
Fase 6. De los 60 en adelante. Esta es la mejor, la de los viejos sabios. Si el desarrollo no ha sido del todo correcto, tenemos tiempo para redondear las aristas, la obra vital. Para trascender, pensar en el legado que dejamos y enseñar a los que vienen detrás. La sociedad no nos ayuda a ser viejos sabios, lo que hace es darnos una pensión y ponernos en una esquina porque no somos productivos. Pues señores y señoras de la edad mi padre, es momento de ocupar su lugar en la sociedad, de orientar al resto, de ayudarnos a trascender, de mostrarnos el camino y de señalar los errores para que no tropecemos demasiado. Necesitamos sabios, no chatarra vieja.
Esto es lo más relevante de lo que hablamos Nacho y yo el otro día, espero que me disculpe el haberlo compartido de forma pública. Yo disfruté mucho de nuestra conversación y espero poder repetirla pronto.
Pasen Nacho y el resto de ustedes, un buen domingo, si es posible, con sus madres.
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