Cerrar la boca

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Después de brindar, abres la boca para beber el líquido con el que has ejercido el brindis. Brindemos siempre para agradecer que seguimos siendo capaces de respirar. Brindemos por hacerlo (respirar) lentamente, en lugar de atropellados. Brindemos por utilizar la nariz y no la boca, ya que por la nariz la ganancia es doble: generamos salud para nosotros mismos y aportamos al silencio del mundo, que está saturado de informaciones innecesarias, incorrectas, dañinas, o simplemente inservibles. Y después de beber, volvamos a cerrar la boca.

Que respirar por la nariz es beneficioso lo dicen innumerables estudios científicos de nuestros tiempos y todas las tradiciones ancestrales de sabiduría, sean de la latitud que sean, profesen la espiritualidad que profesen y crean en uno o en múltiples dioses. Inhalar y exhalar por la nariz es una fuente de salud, a la que hemos ignorado y denostado en los tiempos modernos, como tantas otras cosas esenciales.

Por el contrario, hablar, opinar, argumentar, expresar, incluso gritar, son actividades muy populares, muy bien consideradas, asumidas como necesarias para el buen funcionamiento de la sociedad y de la democracia occidentales. No seré yo, que pongo letras en un blog con gran entusiasmo, el que se posicione en contra de la libertad de expresión. Sólo quiero pedir que, en la medida de lo posible, antes de hablar, probemos a respirar una vez más y pensemos si lo que estamos a punto de decir, es mejor que la armonía respiratoria que vamos a perder al hacerlo.

Porque si respiramos bien y por la nariz, nos dolerá menos la cabeza, tendremos mejor tono físico, dormiremos mejor, nos levantaremos menos veces al baño y tendremos menos sed por la noche, crecerán en volumen nuestros pulmones, eliminaremos las sinusitis, disminuirán las caries, gastaremos menos en ortodoncias y tendremos mejor aliento. Habrá menos alergias, menos asma, menos problemas de corazón y menos estrés. Respirar por la nariz mejora y alarga la vida más que comer bien, hacer ejercicio o poseer bienes materiales. Luego, si además tienes la voluntad de trabajarla de manera especifica y con diferentes objetivos al simple hecho de estar sano, la respiración por la nariz te puede llevar a estados elevados de conciencia, grandes marcas deportivas y mejores relaciones sexuales. Y todo a coste cero.

Pero en lugar de cerrar la boca, imprescindible para poder respirar por la nariz, estamos todo el día hablando, expresando nuestra indignación con lo mal que lo hacen los otros, reaccionando ante ese conductor que no pone el intermitente, quitando la palabra a ese colega de trabajo que nos cuenta algo por Zoom, impartiendo un aburrido webinar sobre el talento, enfadándonos con nuestras parejas, hijos o padres.

La revolución industrial, la erradicación de la sabiduría antigua, debido al empuje de la ciencia moderna, y la consolidación del capitalismo como forma de organización social favorita de nuestra época cultural, hace que nos hayamos montado un mundo de mierda. Y lo que es más notable, nos contamos a nosotros mismos que somos unos capos por haberlo conseguido y que estamos «mejor que nunca», ya que ahora hay mucha mayor esperanza de vida, porque el avance de la ciencia médica provoca que tengamos remedios para todos los males y porque somos capaces de inventar y fabricar vacunas en una año.

La realidad es que este sistema ha acabado con lo mucho que se había avanzado en milenios, al respecto del desarrollo del ser humano (material y no material al mismo tiempo, visible e invisible), no hemos sabido integrar aquello que no se puede vender o comprar, hemos acelerado el desgaste del planeta y desequilibrado el bienestar de la población, haciéndola crecer y no repartiendo los recursos disponibles. Hemos olvidado las cosas fundamentales, como respirar por la nariz, mirar a los ojos, ayudar al que lo necesita y andamos metidos en la rueda del hámster, sin capacidad de respuesta porque hay que pagar facturas, salir a cenar, o tuitear la última ocurrencia. Hemos perdido la atención necesaria para entender nuestro cuerpo y para ordenar nuestro espíritu, y andamos buscando en el exterior la solución a los innumerables síntomas que padecemos. No reconocemos que dichos síntomas no son más que avisos de la vida, sobre que algo estamos haciendo mal y al tiempo convivimos con la mala conciencia que nos genera el hecho de no cuidamos. Y sobre todo, hemos olvidado cuidar al prójimo (que viene del latín proximus, cercano). Y de todos esos problemas de conciencia o materiales que no podemos resolver, culpamos a la falta de presupuesto, o de recursos, que es lo mismo que culpar al otro, sea es «otro» el rico opresor o el pobre vago, dependiendo de quién lo exprese. Eso sí, para cada síntoma hay una pastilla dentro del vademécum de nuestro sistema, más ahora que no se puede ir a los hospitales.

Con todo, percibo que estamos viviendo un momento de despertar colectivo sin precedentes. Y no tengo en este caso estudios de prestigiosas universidades que lo avalen, sino sólo la propia experiencia, las cosas que veo, leo o escucho y las conversaciones de verdad con unos y otros, que en ocasiones se abren paso entre tanto ruido de los medios de comunicación y tanta estupidez de los políticos (y los que amplificamos los gritos de ambos colectivos). Y voy a explicar por qué.

El día 26 de marzo llevamos a mi padre a urgencias porque, además de un poco de fiebre, dificultad respiratoria y pocas ganas de nada, tenía una desorientación del tamaño de Nikola Jokic. Aquella semana posterior al día de San José, la había comenzado como una persona sin mucho ánimo, pero funcional. Sin embargo, algo pasaba por ahí dentro, porque desde el lunes se desató una escalada de descontrol que nos agarró al resto con la guardia baja. Un cada vez más dudoso estado de consciencia le llevó a hacer cosas extrañas, desde personarse el martes a las 12 del mediodía en su restaurante habitual para comer, a vestirse y tocarle el timbre a sus vecinos del centro derecha (menudo susto se llevaron) a a las 2,30AM del jueves. Incluso a escaparse, sí, escaparse de urgencias del hospital, para tomar un taxi, pedirle al conductor que le llevara al bar La escalera del 34, en la calle Diego de León, donde tras pedirle 100€ a Manolo el camarero pagar el taxi, se dirigió a Tanteo, en la esquina con Castelló, para «tomar un café».

De ahí volvió al hospital (gracias Paco), para quedarse ingresado en planta, de donde lo bajaron a la UCI por haber entrado en coma, debido a un desequilibrio en el CO2 de su organismo (de nuevo la respiración y su virtuoso intercambio entre la inhalación y la exhalación)), Trece días intubado y dormido y luego otros once en planta ya despierto, han completado su peripecia hospitalaria, que aún hoy le hace llevarse las manos a la cabeza, cuando se la contamos, porque no se acuerda de casi nada.

Y mi padre, Joaquín, está en casa desde el lunes pasado, algo en shock por todo lo que ha pasado, algo débil por tantos días ingresado, pero recuperando el tono día a día. Y creo que ha reconocido que lo invisible existe (cuenta que estando en la UCI soñó que le metían aún vivo en un ataúd y que casi lo entierran), que las pastillas no lo curan todo y que la respiración por la nariz es fundamental para la vida. Y eso me da esperanza en que él va a estar mejor y en que se puede enderezar el rumbo, tanto individual, como colectivo, sin importar la edad, la genética y la cuenta corriente de cada uno. Esperanza es, como escuché el otro día, optimismo, pero con un plan.

Cierren la boca, respiren por la nariz y tengan esperanza. Y sobre todo, pasen un buen domingo.

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