A ver cómo te explico papá, porque no quiero ponerme dramático ahora que estás intubado en la UCI, inconsciente y sin posibilidad de réplica en el mundo exterior. No quiero que esto sea una lastimosa carta de despedida, ni tampoco es mi intención airear tu situación al mundo, porque está claro que no es la más amable de tu existencia. Pero se trata del momento presente, el de ahora, que es lo que realmente importa, lo que es. Y como se trata también de mi blog, en el que ya te he dedicado unos cuantos posts, con tu permiso, estas palabras de hoy, a ti van dedicadas. Y van llenas de amor, de aceptación de que lo que estás pasando es lo que toca, de confianza en que aún siendo terrible, es bueno, y empujado por una intensa sensación de que tú lo estabas necesitando para resolver un enorme conflicto interior.
Y es que desde que murió tu mujer, hace seis años y medio, andas enfadado con la vida, desconcertado por tu «mala fortuna» y con «poco ánimo» para recomponerte. Y sé que aún así lo has intentado, bien porque Kiko y yo te achuchamos a cada tanto, bien porque sabes que no es correcto dejarse ir. Y quizá debido a las inadecuadas herramientas que manejas, al estupor de la repentina partida de mamá y a esa creencia general que tenemos de que el sufrimiento es sólo para los «otros», pues has ido esquivando el precipicio durante todos estos años.
Tú me dijiste en su día que te sentías muy afortunado, que te tocó la lotería dos veces: la primera cuando conociste el amor, a mamá (a través de tu mejor amigo) y la segunda cuando tu cuñado, otro de tus mejores amigos y marido de tu hermana, te regaló la oportunidad profesional de tu vida. Lo primero te duró 45 años, uno detrás del otro, nonstop disfrutando del amor, de la crianza de hijos, del deleite exterior y de la plenitud interior (con los lógicos altibajos). Lo segundo hasta el día que decidiste jubilarte, habiendo compartido más de 30 años en una misma organización, donde hiciste grandes amigos, desarrollaste una carrera exitosa, adecuada a tu personalidad extrovertida y donde te sentiste en familia durante todo el trayecto.
Recordarte los dos motivadores más importantes en la vida de un sapiens: el amor (normalmente de pareja) y la posibilidad de dejar el mundo mejor de lo que lo encontramos (en nuestra época, esto tiene que ver con la profesión). Y tú, efectivamente, compraste dos boletos ganadores en ambos aspectos a las primeras de cambio. Ni que decir tiene que algo habrías hecho bien hasta ese momento, aunque me temo que aún hoy, no estás seguro de haberlo merecido y por eso no has querido nunca llamar la atención, no sea que el que organiza el sorteo te cambiara los números. Bien por ti (y por mí, claro), pero la vida es como es y un día murió tu mejor amigo, otro tu otro cuñado (el de la oportunidad profesional) y por último tu señora, dejándote «sólo» recién cumplidos los 70. Y desde ese día, hasta el viernes, te has dejado ir, enfadado, asustado y no pudiendo disfrutar de todo lo que te sigue brindando la vida.
Ahora estás más allá de tu conciencia, sin dolores porque allí no hay individualidad y por tanto ni cuerpo, ni mente molestan. Ausente el empuje de ese yo pequeñito que no deja espacio para conectarnos con lo más elevado de nuestro ser y liberado de lo terrenal, estás haciendo el trabajo que tenías pendiente en este lado, hacer las paces con lo espiritual. Al acabar, sólo te queda elegir la siguiente pantalla, o aceptarla, sería más correcto decir. Y nosotros haremos lo propio, sea cual sea el resultado.
Pero lo que tengo muy claro, es que estás en el lugar correcto para integrar esa parte espiritual en tu vida y de paso para hablar con mamá de la putada que te hizo al morir y de lo mal que lo has llevado desde entonces.
Y que lo sepas, eres un muy buen padre. Y por los mensajes que recibimos estos días, también abuelo, hermano, tío, cuñado, suegro, amigo, vecino y sobre todo, cliente de restaurante, que aún escaso de consciencia, fuiste a Tanteo el viernes a tomar un café, antes de ingresar en el hospital. Pero esto te lo contaremos bien cuando corresponda.
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