Respiramos casi el doble de veces en un solo día (22.000), que la suma de triples intentados por Harden y Curry en toda su carrera en la NBA (12.398 hasta ayer). Eso son más de 8 millones de alientos al año, siendo algo en lo que no reparamos nunca, a no ser que nos falte el aire. Esto nos pasa mucho cuando tenemos algo garantizado, que por vital que sea, no lo valoramos. Cuando se pone caro, escasea, o simplemente nos lo quitan, ahí es cuando nos acordamos. Y esto pasa con el aire.

El aire posee unas características maravillosas. Es uno de los cuatro elementos del cosmos (eso lo sabemos desde pequeños), los cuales se diferencian en función de la complejidad de sus átomos y de la cohesión de sus moléculas. El aire se define por tener una cohesión libre, a diferencia de la cohesión dinámica del fuego, la débil del agua y la firme de la tierra. El aire además puede contener en sí a los otros tres elementos: la tierra en forma de polvo, el agua como nubes y el fuego como rayos. El aire es de los cuatro, el elemento más importante para la vida del ser humano, ya que podemos sobrevivir sin daños irreversibles, hasta tres semanas sin comer (tierra), tres días sin beber (agua), tres horas sin calor (fuego), pero sólo tres minutos sin respirar (aire). La última característica, única y diferente a los otros tres, es que el aire es invisible.

Y si vamos a lo invisible, encontramos que los cuatro elementos tienen también utilidad cuando hablamos sobre nuestra personalidad y en concreto sobre los temperamentos. Temperamento significa lo que todos entendemos por ese concepto, básicamente describe cómo es la forma de ser habitual de un individuo. Y todos tendemos más a un temperamento que a otro, en analogía con las características de los cuatro elementos. Conste que este thinking no es mío, es de Walter Odermatt /DEP) y yo lo aprendo en la Escuela de Psicología Profunda de Madrid y también en mi propia terapia en el Centro Anthropos, cosas a las que os invito a participar algún viernes tarde, incluso de manera remota.

En función de que seamos más de un elemento o de otro, nos encontramos con estos cuatro tipos. Los flemáticos, vinculados al elemento tierra y que como ésta, son personas sólidas, confiables, con formato y también difíciles de moldear en caso de necesidad, testarudos, vaya. Un flemático es raro que te sorprenda, pero más raro aún es que te deje tirado. Los melancólicos, que como el agua, fluyen, siendo capaces de adaptarse a cualquier terreno y cambiando de estado según la temperatura ambiente. El melancólico es muy sensible y necesita los templados, con frío se pone rígido como el hielo y con exceso de calor lo perdemos como el vapor. Pero a temperaturas no extremas, se abre camino hasta lo más profundo. Después los coléricos, que como el fuego, necesitan ser encendidos para ponerse a funcionar, pero cuando esto sucede, hacen «púm» para arriba y ya no hay quien los pare, tanto para lo bueno, como para lo malo. Si necesitas un buen equipo comercial, que sean coléricos, porque les metes mecha y lo venden todo. Eso sí, no los pongas a gestionar personas, que su pronto puede hacer que dejen tierra quemada muy rápido en uno de sus ataques. Y por último los sanguíneos, vinculados al elemento aire, que como éste, parece que no están porque no se les ve, pero cuyos efectos son muy notables para el resto. Sin ellos no podríamos vivir, son los que se encargan de crear las nuevas ideas y conexiones. No les pidas que estén todo el tiempo presentes, déjales libertad, como al aire y te devolverán vida, creación.

Y sé que etiquetar a los seres humanos es injusto, porque somos complejos y todos poseemos una porción de cada temperamento, combinadas de forma única en cada individuo, pero es cierto que las tipologías nos atraen mucho y sobre todo nos ayudan a entender y tener un mapa más completo de la realidad. Si a los temperamentos le añadimos el tipo natural, es decir la mejor disposición que cada uno traemos de serie hacia las tres funciones (reconocimiento, aspiración y actuación), podemos ser etiquetados también como más teóricos, pragmáticos o prácticos. Con estos dos parámetros tendríamos una visión muy completa de nuestra personalidad. Yo, por ejemplo, soy un sanguíneo pragmático.

Pero mi tía me decía el otro día que a ratos me pongo profundo. Y si, es verdad, en estos textos caigo a veces en el mismo error que los financieros cuando hablan de lo negativo del apalancamiento, o de los programadores cuando lo hacen sobre la cantidad de bugs que tiene la última release, o de los futboleros cuando alaban que Marcelino juegue con un 4-4-2 con las líneas bien juntitas. Tendemos a expresarnos de una manera que divide a la audiencia, entre aquellos que me entienden (los míos) y los que no (los otros). Habitualmente lo hacemos de manera inconsciente, pero hay otras en donde se hace precisamente, para marcar bien la diferencias entre los que «sabemos» y los que no. Así que pido perdón por caer yo también en ese mal hábito. Mi objetivo es el opuesto, trato de que cualquiera me entienda y pueda identificar en su cotidianidad, las cosas que vivo yo en la mía. Primero porque los fenómenos vinculados al interior del ser humano son universales, nos pasan a todos desde hace mínimo 40.000 años y segundo porque esta parte de la realidad no accesible a través de los sentidos y vivida de puertas de nuestra conciencia para adentro, posee una estructura y unos patrones de funcionamiento, a los que diferentes individuos, culturas y ciencias se han acercado con éxito a lo largo de la historia. Pero que por desgracia en nuestro tiempo y sobre todo en occidente, han perdido pujanza en favor del materialismo.

Además lo invisible es un tema en el que es fácil parecer versado, porque nadie nos instruye sobre ello a lo largo de nuestras vidas y que por poco que seas capaz de transmitir, la gente escucha, no por las habilidades del orador, sino porque reconforta mucho que alguien hable de algo que todos reconocemos y nadie se anima a compartir. Y eso pasa porque vivimos en la era del rendimiento y de la física causa-efecto, donde todo lo que no ofrece beneficio material, o no sea consecuencia directa de otro fenómeno, no se considera digno de estudio. Y el funcionamiento de nuestra mente y de todo lo invisible ni es lineal, ni su conocimiento y divulgación es (aparentemente) rentable. Cuando somos niños, lo relativo al ser humano interior ni aparece en los planes de estudios. Lo más potente en este sentido lo tuvo que hacer la productora de animación Pixar con Inside Out, aquella película coral que co-protagonizaban personajes que representaban las diferentes emociones que sentía Riley, la niña protagonista. Después, en la adolescencia, reconociendo todos los implicados de manera directa o transitiva, que se trata de una época muy compleja, de cambios notables y malentendidos constantes, a nadie se le ocurre trabajar en hacer llegar de manera general el conocimiento que las ciencias (en una acepción amplia de las mismas) ya poseen sobre ella, a los implicados. Esto haría que los adolescentes tuvieran más herramientas e información sobre su proceso y que los padres y profesores sufrieramos menor desgaste. Y a medida que avanzamos en años, nos metemos en la tercera fase (24) de nuestro desarrollo y comenzamos la vida de adultos, lo espiritual, lo invisible, se sustituye de manera radical por lo material y lo contable. Y claro, si la visión del mundo es parcial y sólo se tiene en cuenta el exterior, llega un momento en el que, incluso teniendo todo lo que se supone que tenemos que tener; pareja, familia, ingresos, un 4×4, una hipoteca, un Iphone 12, +5000 seguidores en Twitter y un reconocimiento externo a nuestros logros, nos entra una sensación de vacío y de falta de ilusión, con la que es muy difícil convivir. Y nos metemos de lleno en la crisis de los 40, en forma de crisis de pareja, de cambio de trabajo de asalariado aburrido por otro de emprendedor molón, hacemos triathlon, dejamos de comer gluten, empezamos a meditar, practicamos yoga… El patrón es inequívoco y lo tenemos muy cerca, seguramente incluso dentro de nosotros. Pues bien, esta crisis que en realidad comienza sobre los 36, con el cambio de fase y se agudiza mucho a los 42, se puede evitar si empezamos a reconocer lo invisible de nuestra realidad, si conseguimos no pegarle un tiro al aire, ese que nos da la vida, literal y metafóricamente.

Decía arriba que el aire es invisible y que tiene mucho que ver el espíritu, con lo espiritual. Esta palabra proviene del verbo latín spirare, que significa soplar, la acción de expulsar el aire de dentro del cuerpo. Y el problema es que lo espiritual se ha etiquetado de manera equivocada como lo opuesto a lo científico. Mi generación, nacidos en los 70, crecimos pensando que lo espiritual era rancio, oscuro, esotérico o folclórico. O simplemente que estaba reservado a la religión, normalmente mal practicada por la iglesia católica. Mis padres, clase media, que casi media vida la vivieron en medio de la completa dictadura de Franco, nos educaron muy bien pero sólo en lo relativo a la mitad material de la realidad. La otra mitad, la invisible, se obviaba. Y lamento decir que sin ella, sin una formación completa de la realidad, todos vamos de cabeza hacia tener una gestión problemática de la paternidad y de la adolescencia de nuestros hijos, una juventud hiper materialista, una adultez desasosegada, una mediana edad en crisis, una madurez temerosa de lo que se avecina y una vejez sin más propósito que ser abuelos y no tener muchos achaques. Y eso no es vida, al menos para mi.

Lo exterior y lo interior forman otra de esas dualidades sin las que no hay progreso y que van inexorablemente de la mano. El movimiento se genera cuando nos situamos entre los polos y consideramos a las dos por igual. Esto requiere en muchas ocasiones ser un equilibrista y además no tener pereza para el cambio, Pasa lo mismo con lo masculino y lo femenino en nosotros, con el Yin y el Yang, con el calor y el frío, con la oscuridad y la luz. La lucha de opuestos y nuestra capacidad para situarnos entre ellos y mantener el equilibrio en este constante movimiento, nos ayuda a transitar con más tino por la vida.

Así que para empezar a enderezar el rumbo poco a poco, que sé que ahora parece como mover un petrolero, os propongo un sencillo ejercicio diario de reconocimiento de lo espiritual. Simplemente respirar, just breathe, como dice Eddie Vedder en su canción. Cada mañana, al despertar y aún desde la cama, antes de mirar el móvil, pensar en los niños, en la primer reunión, antes de poner la radio o hacer el café, volvamos a cerrar los ojos y respiremos dos o tres minutos en silencio. Reconociendo el misterio de que tras haber estado dormidos, nos levantemos de nuevo aún respirando. Porque en última instancia, la vida es un misterio y esa también es una constante a la que nos debemos acostumbrar.

Y además de respirar conscientemente cada mañana, propongo trabajar la ecuanimidad, término que proviene del latín aequanimis, compuesta por aequa (igual) y animae (ánimo) y que por tanto significa, tener el mismo ánimo para todo y para todos, incluídos Pedro Sánchez e Isabel Díaz Ayuso. En la tradición budista se promueve la ecuanimidad como una virtud para afrontar todo lo que venga de la misma manera, sin dejarnos llevar por nuestras narrativas. Esto no significa que traguemos con todo, que aceptemos lo injusto, o que no seamos capaces de diferenciar entre lo que está bien y lo que está mal. Simplemente es hacer el ejercicio de tener una espalda dura que aguante los golpes y un frente blandito, suave, que cuide nuestro interior.

Con ello, poco a poco seremos más capaces de reconocer los patrones de la parte invisible de nuestra realidad y de disfrutarla, en lugar de sufrirla y no entender por qué.

Respiren, sean conscientes de que lo hacen y pasen un buen domingo.

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Una respuesta a “Un tiro al aire”

  1. Avatar de Carlos
    Carlos

    Hola!!,
    Esta frase » sin una formación completa de la realidad, todos vamos de cabeza hacia tener una gestión problemática de la paternidad y de la adolescencia de nuestros hijos, una juventud hiper materialista, una adultez desasosegada, una mediana edad en crisis, una madurez temerosa de lo que se avecina y una vejez sin más propósito que ser abuelos y no tener muchos achaques. Y eso no es vida, al menos para mi.» la podríamos adoptar muchos… también me veo reflejado en mucho de lo que dices.

    Ah! soy fan de la ecuanimidad, por dificil que sea practicarla (y aunque a muchos les parezca una actitud pasota) lo mismo que del convencimiento de la transitoriedad (aincca) y que la vida es sufrimiento (de lo que ya hemos cambiado alguna opinión :).

    Una buena lectura para el domingo, sin duda.
    Saludos!!

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