Crecer es un verbo con gran fama y predicamento en nuestras sociedades. Recuerdo escuchar a un antiguo socio en cada reunión, decir que las empresas que no crecen, eventualmente mueren. A padres y madres irradiar felicidad cuando sus hijos crecen en las partes altas del percentil y honda preocupación cuando lo hacen en las partes bajas. Al ministro (o ministra) de economía de turno, hablar del crecimiento de los indicadores, como algo decisivo para el bienestar del país. Y en general a mi alrededor escucho crecer en facturación, crecer en centímetros, crecer en ventas, crecer el likes, en followers, en visitas a mi página, en oyentes, crecer, crecer, crecer. Yo mismo siempre he afirmado que, de haber crecido más, habría sido como Michael Jordan.
Crecer es además un verbo materialista, porque sólo entendemos el crecimiento de lo contable y lo único que se puede contar pertenece al mundo exterior, el de la materia. Nada de lo invisible se puede contar y por tanto es difícil identificar la fluctuación de aspectos como nuestra espiritualidad, nuestra madurez, nuestra armonía, nuestra frustración, nuestra felicidad o nuestra calma. Pero de esto ya hablaremos otro día, vamos ahora con lo parte contable del crecimiento, que también da problemas.
La insulina es una hormono que genera el cuerpo y que interviene en dos cosas fundamentalmente; la primera el aprovechamiento metabólico de nutrientes, especialmente de los glúcidos. Y la segunda, como factor de crecimiento de tejidos y músculos, que se segrega cuando hay opciones de hacer crecer las células de nuestro cuerpo. Y bueno, sobre todo se la conoce por ser la medicina que nos pinchamos los diabéticos para regular los niveles de glucosa en la sangre.
El circuito es el siguiente: uno está en el instituto, o en la facultad, o en el trabajo. Dan las 11 de la mañana y se va al bar, se pide un café con leche y se come una tostada de pan con aceite y sal, o una palmera de chocolate, o un montado de lomo con queso, o un pincho de tortilla. Se activan los neurotransmisores anunciando que hay energía disponible en el cuerpo, la insulina sale de la cueva para hacer de conductor del camión que metaboliza los nutrientes. Como detecta que hay mucho nutriente que transportar, ya que nadie va al bar y se come una zanahoria con una infusión, saca los trailers a circular por nuestras venas. Distribuye bien, que para la logística la insulina es muy sabia y alimenta a todas nuestras células para que efectivamente, hagan crecer nuestros tejidos y músculos. Después, en lugar de ir a hacer ejercicio para quemar el sobrante de energía, nos vamos a una reunión con nuestro jefe para chequear los objetivos de ventas, a hacer un examen de esa asignatura para la que no hemos estudiado todo lo que debíamos, o simplemente a teclear en el móvil lo imbécil que es el político ese del otro partido, que no hace mas que jodernos la vida. La reunión tensa con tu jefe, el examen y el cabreo de Twitter generan adrenalina, porque ese es el tipo de peligros de muerte que tenemos en la modernidad. La adrenalina produce cortisol, y el cortisol eleva aún más la glucosa del cuerpo, porque necesitamos un extra de energía cuando hay un peligro inminente. Así que ahora tenemos dentro la palmera de chocolate, unida al cortisol de nuestro estrés y como consecuencia, a los camiones de insulina trabajando a lo loco para distribuir todos esos nutrientes por nuestras células. Y así hacerlas crecer, crecer y crecer.
Pero la insulina es muy buena en distribución, pero muy mala en inteligencia. Ella sabe que hay que transportar nutrientes hasta la puerta de la casa de las células, pero no investiga ni le interesa, lo que hay dentro de ellas. No sabe qué células son sanas y cuáles cancerígenas. No diferencia entre seres humanos en pleno proceso de crecimiento y cincuentones con sobrepeso y vidas sedentarias. No alcanza a saber si se trata de españolitos del siglo XXI, o de íberos del paleolítico.
Ahora tenemos exageradas dietas de 3 comidas al día, más comidas entre horas, todas abundantes en calorías y alimentos procesados, mientras que aquellos comían una vez al día y sólo si cazaban, con una dieta compuesta de carne de animales que se movían y de alimentos de colores, frutas y vegetales no infestados de herbicidas químicos.
La insulina en resumen, hace crecer a cualquier célula del cuerpo y eso incluye a las células enfermas. Por eso es importante entender que, cuanta menos insulina segreguemos, mejor, sobre todo a partir de la edad en la que ya hemos crecido todo lo que teníamos que hacerlo. La producción de insulina debe ser inversamente proporcional a la edad. Comer mucho y bien hasta que has crecido todo lo posible en lo físico y a partir de ahí tratar de reducir al máximo las llamadas a los trailers de insulina, porque éstos van a engordar también a nuestras células cancerígenas o portadoras de otras enfermedades, que con la edad, la contaminación, los malos hábitos, el tipo de alimentos y la vida moderna en general, atesoramos en mayor medida.
Y esta obsesión por el crecimiento que no ayuda en lo pequeño, a nivel individual, también es un gran problema en lo grande, lo colectivo, lo global. El crecimiento de lo contable es una seria patología de nuestra sociedad. La necesidad de crecer está acabando con el medio ambiente y con el medio ambiente se acaba todo lo demás. Y a diferencia del ser humano y otros mamíferos, que tenemos la insulina para la distribución igualitaria de los recursos en nuestros organismos, a nivel planetario no hemos conseguido un sistema parecido, y hacemos una distribución demasiado especializada, distinguiendo sobre todo entre quienes tienen para pagar y quienes no. Y así, cada vez están los recursos peor distribuidos y el planeta más enfermo.
Me pregunto si no sería posible potenciar una insulina colectiva global, mundial, que distribuyera la energía disponible en el organismo mundo, de manera igualitaria entre todos y reducir la producción de insulina individual, esa que provoca que enfermedades como el cáncer, la diabetes Tipo 2 y la obesidad, campen a sus anchas por nuestras vidas, siendo pandemias mucho más dañinas que la que estamos viviendo en estos momentos.
Quizá haciendo crecer lo incontable, lo invisible, lo espiritual, el amor, seríamos capaces de hacer converger ambas cosas.
Coman poco, pongan el árbol de Navidad y pasen un buen domingo.
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