Si genero mucho cortisol, no voy a poder controlar mis niveles de glucosa. Me lo dijo Raquel, la mejor doctora del mundo en la consulta del pasado 1 de octubre. Ahora ya no me inyecto insulina rápida y estoy bajando también las unidades de la basal. El objetivo es curar mi diabetes, que ya se que es una enfermedad crónica y autoinmune y que la ciencia dominante dice que no es reversible. Pero no están Anthony Fauci, Fernando Simón y algunos de sus colegas para dar lecciones de infalibilidad. Así que estoy a dieta de cortisol.
El cortisol es una hormona que te puede salvar la vida y también amargar la existencia. Cuando el cerebro detecta que hay que luchar o correr, las glándulas suprarenales se encargan de generarlo y entre otras cosas, activa el circuito de la adrenalina, que posibilita la huida, la lucha y con todo ello la contracción del cuerpo. Por eso, por la contracción de tu cuerpo, antes de alguna cita importante te entran unas ganas tremendas de ir al baño.
Cuando esta hormona se «lanzó al mercado», allá durante las primeras configuraciones del homo sapiens, el peligro que detectaba el cerebro venía a comerte y tenía forma de tigre de dientes de sable. Pero ese tigre ya no existe y ahora el cortisol se segrega por cosas tan prosaicas como una reunión complicada del departamento, unas declaraciones institucionales de Díaz Ayuso o Pedro Sánchez, un whatsapp de tu ex, una respuesta no satisfactoria a tu story de Instagram, o esos tuits de «los otros», sean quienes sean para cada cual. Y los efectos son los mismos que cuando se les aparecía el tigre a nuestros antepasados, el cuerpo se tensa, se acelera el corazón, tu cerebro se pone a mil y estás preparadísimo para lanzar un puño al primero que se acerque.
Si a esta sobre generación de cortisol por las razones equivocadas, le sumamos un momento histórico como el presente, con nuestro virus, sus gestores, las incertidumbres por la salud o el dinero, las malas noticias en las portadas y un sistema de información fundamentado en la conexión 24/7, nos encontramos ante la tormenta perfecta. Hay una pandemia de cortisol en el planeta.
Y el cortisol hace que me suba el azúcar, porque para afrontar todos estos peligros cotidianos, se necesita energía y ésta proviene mayormente de la glucosa. Así que para que yo pueda evitar subidas bruscas, necesito no frustrarme, no asustarme y no indignarme, al menos no en exceso. Y como fórmula para conseguirlo me he propuesto firmemente diferenciar entre aspiraciones y expectativas, y una vez diferenciadas, tratar de corregir el hábito de tener y generar expectativas, por uno fundamentado en promover mis aspiraciones. Explico por qué.
La aspiración es una de las tres funciones del ser humano, junto al reconocimiento y la actuación. Las tres conjugan que los humanos seamos más teóricos, si estamos más dotados para el reconocimiento, más prácticos, si lo estamos para la actuación, o más pragmáticos, si nuestro fuerte es la aspiración. Todos tenemos capacidad para desarrollar las tres y somos diestros en todas en alguna medida. Pero conviene identificar cuál de ellas es más la tuya, porque sin duda ayuda a transitar mejor por el planeta. Pero no quiero entrar ahora a las diferencias entre los tres tipos naturales, sino centrarme sólo en la aspiración.
Aspirar viene del latín aspirare, y está compuesto por el prefijo _ad (hacia) y el verbo _spirare (soplar). Es decir, significa atraer el aire hacia el interior, hacia los pulmones. Y esa acción se realiza con la nariz, situada en la cabeza, parte del cuerpo vinculada al espíritu y palabra que comparte la raíz con _spirare. Y lo espiritual nos conecta con la nutrición de nuestro interior, con ese alimento esencial que tantas veces descuidamos. Y también con lo invisible, como invisible es el aire que se aspira.
Y además la aspiración tiene que ver con el movimiento, con aspirar a algo y moverse para conseguirlo. Y el movimiento hacia un objetivo, si hablamos de lo esencial, debería de ser un movimiento con sentido, sabio. Y la sabiduría está dentro de cada uno, inmanente en nosotros y no como solemos pensar, en función de lo que dice o piensa el otro, o de lo que las circunstancias proponen. Hay que confiar en lo que sale de cada uno, o como recomienda el neurocientífico Mariano Sigman en su libro «La vida secreta de la mente», actuar antes de hacer consciente el movimiento, que así seguro que no te equivocas..
Pero sobre todo me interesa la diferencia entre las aspiraciones y las expectativas. La aspiración aporta un sentido a nuestra vida, a nuestro movimiento, pero no propone un determinado resultado que debamos esperar. Porque lo relevante de la aspiración es el movimiento y la transformación positiva que genera dicha acción en nosotros. Porque lo que perseguimos, se materializa luego como el resultado de la suma de múltiples variables sobre las que tenemos una nula capacidad de maniobra.
Así que tener expectativas, esperar resultados directos de nuestras acciones, es sólo una ilusión que lleva a nuestro cerebro a sentir irritación, frustración o miedo, en el caso de no cumplirse lo esperado. Y a activar la segregación de cortisol, que genera niveles de glucosa que no convienen nada a los diabéticos y una irreal sensación de peligro en el resto de la población, sin que haya un tigre frente a nosotros.
Por eso, estoy concentrándome en aclarar mis objetivos para aspirar correctamente y trabajando en no reaccionar ante los resultados de mis movimientos, sino simplemente a reconocerlos y a ubicarlos en un lugar sano para poder seguir caminando. Porque además nada es permanente, incluidas las malas sensaciones, las preocupaciones y los malos rollos. Todo pasa.
A aspirar mucho y esperar nada. Que pasen buena semana.
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