Talento se llamaba a la bandeja de la balanza que se utilizaba en Grecia y Roma para pesar los metales preciosos, en especial el oro, en las actividades comerciales de la época. Se ponía el oro en el talento y en función del peso y la pureza, se intercambiaba por alguna otra mercancía. Unos siglos más tarde surgió la parábola bíblica de los talentos, que nos sugiere que tenemos la obligación (el mandato divino), de desarrollar nuestra dotación, nuestra talento. Primero porque ese talento está diseñado y asignado a unas funciones más que a otras (diferencias individuales) y segundo porque al desarrollarlo vamos a ser más felices. Gana uno y gana el equipo.
Pero yo he tenido dos problemas y una contradicción histórica al respecto del talento. El primero es que nuestra cultura adora y cultiva la estandarización. Todos educados de la misma manera, habiendo pasado los mismos exámenes con más de un cinco, habiendo pensado que lo «bueno» eran los estudios superiores y que lo «mejor» después era ganar dinero y vivir, como si eso de vivir fuera una unidad que sucede después de conseguir el primer trabajo y hasta que te jubilan.
El segundo problema es que en la mayoría de los casos el talento es invisible, sobre todo si no se hace nada, ni individual ni colectivamente, por explorarlo. Y la gran contradicción es que empujando hacia la estandarización de algo invisible y sin hacer caso a las diferencias individuales, el mensaje subyacente ha sido siempre que, si quieres, puedes. Es decir, que sólo tienes que proponerte un objetivo, apretar los dientes y dedicar tu voluntad a ello para conseguirlo. Tú puedes, él puede, yo puedo. Y si no lo conseguimos, es porque no nos esforzamos lo suficiente.
Pues bien, una de mis hijas adolescentes me preguntó el otro día, -¿Papá, tú para qué crees que valgo?-. Mi reacción fueron unas ganas tremendas de decirle que para lo que se propusiera, que si quiere puede, que sólo tenía que poner la voluntad y el esfuerzo suficiente. Pero me callé, porque estoy tratando de responder y no de reaccionar, y le dije que eso lo identificará ella con el paso del tiempo, pero que tendrá que estar muy atenta y sobre todo, que tendrá que aprender a descartar aquello que no va con ella y que le vamos a tratar de meter con calzador a lo largo de los próximos años. También le dije que a mis 46, estoy aún por descubrir para qué valgo. No para desanimarla, sino para darle un ejemplo de que nunca es tarde para enderezar el rumbo. Por último le dije que hay dos grandes fuerzas que mueven a los humanos y que marcan nuestras vidas; una es el amor de pareja, la otra transformar el mundo para dejarlo mejor de lo que lo encontramos. Y en nuestra cultura, la capacidad de transformar el mundo viene sobre todo, con la elección de la profesión.
Hace unos meses me tocó tratar con el capítulo de los potenciales en los estudios de la Psicología Profunda de Walter Odermatt, que sigo desde hace unos años y por primera vez he conseguido entender el talento de forma integral y con un sentido aplicable a cualquiera. El otro día se lo expuse a mi hija de manera resumida. Esto no se lo dije a ella, pero toda la filosofía de Walter Odermatt tiene una particularidad maravillosa, su capacidad de incluir (el) todo en sus enseñanzas. Lo grande y lo pequeño responden a una misma lógica, así que el cosmos y el ser humano se componen de partes análogas y comparten estructuras, cada uno en su ámbito.
El capítulo se llama Los Potenciales del ser humano, que según Odermatt se compone de lo siguiente: Inclinaciones, Dones, Talentos e Inteligencia. Y no son estos cuatro porque sí, sino por su vinculación con los cuatro niveles del cosmos, Minerales, Vegetales, Animales y Humanos. Mi hija me miró con cara de desesperación, pero tuvo la disciplina de aguantar a ver cómo seguía. Así que empecé.
1) Las Inclinaciones. Esta es la primera cosa a la que tienes que estar atenta, le dije. Las inclinaciones no son más que aquellos lugares a los que tu cuerpo, de manera natural, tiene más facilidad para ir. Tiene que ver con las leyes naturales, con las fuerzas gravitatorias. Si hay un plano inclinado, tu cuerpo cae con mayor facilidad hacia uno de los lados, ¿no?. Pues esto es lo mismo pero vinculado al talento. Aquellas cosas que desde siempre ejercen una mayor fuerza de atracción, más tienen que ver contigo. Aquello que te ha sido siempre fácil de hacer, más tiene que ver con tu talento. Aquello que ha opuesto menor resistencia, es que se adapta mejor a tu dotación, Le dije que pensara con qué personas lo pasa mejor, en qué libros se fija más, que clases le son más divertidas y qué lugares echa de menos cuando no está en ellos.
2) Los dones. Un don es aquello que la naturaleza te ha dado, por eso tiene que ver con los vegetales, con la vida. Es una cualidad que se nos ha brindado sin haber hecho nosotros nada. Tener buen oído, buena voz, equilibrio, destreza, fuerza, facilidad de palabra, de movimiento, velocidad, son dones naturales. Esto es muy fácil de entender con lo físico, le dije, tú tienes unos ojos azules preciosos y no te has esforzado nada por conseguirlos, te vinieron dados. Pues en aquello que tiene que ver con el talento, es igual. Hay que reconocer cuáles son nuestros dones y tratar de cultivarlos.
3) Los talentos. Este es el tercer nivel de los potenciales y tienen que ver con el mundo animal, porque los animales, además de tener vida como las plantas, se mueven. Con lo cual los talentos tienen que ver con la capacidad de mover tus inclinaciones y tus dones hacia el lugar adecuado y de repetir esos movimientos hasta su perfección. Es lo que se consigue con el entrenamiento, con la práctica, con la disciplina. Por eso los mejores de cada cosa no son los que tienen un don, sino los que ponen ese don a trabajar hasta conseguir el máximo de él. Hay que pasar las horas necesarias en la cancha de entrenamiento, para poder ser de los mejores.
4) La inteligencia. Y en cuarto lugar está la inteligencia, que tiene que ver con el nivel de los humanos en el cosmos. Somos lo más elevado del cosmos y los únicos seres con esta dotación, aunque a veces parezca mentira. Y aunque la inteligencia es un tema complejo de definir, le dije que se trata de la capacidad que tenemos para conectar unas cosas con otras, de hacer conexiones nuevas y sobre todo de trascender a nosotros como individuos y como especie. Los jugadores inteligentes dan el pase al que saben que está en mejor posición para anotar, por más que su inclinación, su don y su talento les empujen a tirar ellos. Los genios, le dije, inventan una nueva forma de conseguir una canasta.
Y hay más, seguí, como conocer hacia donde tira tu temperamento o qué tipo natural es el predominante en tí, pero creo que con esto tienes suficiente para este verano.
Ella sonrió y me dijo que no lo entendía muy bien, pero que se iba a fijar en todas las cosas que le había puesto como ejemplo y que las iba a apuntar en un cuaderno. Y que después del verano hablaríamos de nuevo con los resultados. Le respondí que eso era una propuesta inteligente, que a mi no se me había ocurrido y que la había creado ella sóla.
Cada uno hemos de identificar nuestra dotación y ponerla en el lugar adecuado del mundo, para desarrollar allí nuestros potenciales. A mi me ha costado y veo que mucha gente adulta sigue peleada con la pregunta que me hacía mi hija. Cuando lo consigues o te acercas, tu humor mejora, tu cansancio disminuye, tus enfermedades se disipan y además el colectivo se beneficia de tu bienestar, se armoniza.
Así que a ver cuál es el resultado con el cuaderno de mi hija. Feliz domingo.
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