El Contrafantasma repite mucho eso de que vivimos en el paradigma de lo material, donde parece que lo único que existe (lo único que Es), es lo que se puede contar, pesar o medir. Y todo lo que no esté en ese ámbito, parece que no es importante, o al menos lo parecía hasta esta crisis. Aún así, la propia crisis es el mejor ejemplo de este paradigma y de lo corto que se queda para entender la realidad completa.

Esta es la crisis de los números y la hipercomunicación. Todo lo que ves y escuchas tiene cifras. Los infectados, los muertos, los países, las mascarillas, los respiradores, las décimas de fiebre y los días seguidos con ella que legitiman ser atendido en un hospital. Los test realizados, los necesarios, las horas de apertura de los supermercados, el máximo de kilos de lentejas que puedes comprar, los ciudadanos multados por estar en la calle, el número de camas de UCI, el número de series en Netflix, los pocos contagios de la provincia de Cádiz, los hospitales de campaña en construcción, lo que se va a contraer el PIB, lo que sube la prima de riesgo, lo que baja la bolsa y por supuesto el número de apariciones idiotas de políticos que salen a los medios para nada. Todo se cuenta con números y todo se vocea con palabras e imágenes. Y en medio, nosotros.

Y el Contrafantasma lleva días sin encontrar sentido a la avalancha numérica. Quizá fuera pedagógico hace 10 días y quizá ayudó a generar el escenario necesario para quedarse en casa, para convencer a los más reticentes, o como argumento insalvable para los más pequeños y los más mayores. Pero ya está bien.

El caso es que ayer viernes se había levantado muy pronto y mientras calentaba el agua para cocer los huevos, sin un motivo concreto y sin posibilidad de pararlo, recios lagrimones empezaron a caer por sus mejillas. Lágrimas que saltaban después al vacío, en el límite donde la mandíbula de la vuelta hacia el cuello, con tal peso que algunas llegaban hasta la mesa donde se apoyaba el café. Al verlas ahí debajo las contó y comprobó que los números también sirven para esto, para contar lágrimas. Pero que hacerlo no dice nada sobre las causas de las mismas, ni consuela en modo alguno al que llora. No ayudaba nada el cielo gris (como hoy), el frío, ni tampoco la canción elegida por Alsina y su equipo para empezar cada día durante esta crisis. Además por la hora, los vecinos estaban aún tranquilos y no había comenzado la sesión de carreras de piragua rodante de cada jornada.

Y le dió por pensar un poco acerca de esas lágrimas que hoy tenemos muchos en el borde de los ojos, a un empujoncito de salir para ser contadas. Pero no contadas una a una, sino contadas a otro alguien. Las lágrimas hay que sacarlas y contárselas a tu pareja, a tus hijos, a tu amigo cuyo padre está ingresado en el Gregorio Marañón y que te escribe pidiendo un rezo, una oración por él para ayudarle, cosa que haces sin pestañear, aunque seas ateo de toda la vida. Las lágrimas hay que contarlas porque liberan, porque reconfortan, porque permiten descansar mejor y sobre todo porque son la evidencia de la conexión entre el mundo exterior, contable, argumentable, pesable, medible, con el mundo interior. con lo invisible, ese lugar donde se alojan nuestras intuiciones, nuestras sensaciones, nuestras emociones y nuestro entendimiento. Todo eso es invisible, no se le puede poner un número, pero las atesoramos todos y están ahí para guiarnos por estos momentos de incertidumbre, como una brújula precisa, más que cualquier noticiero.

Lo más curioso es que las lágrimas que salen también pertenecen al mundo de la materia. Sus componentes se pueden medir y pesar, incluso la ciencia es capaz de clasificarlas a través de un microscopio. Las lágrimas protectoras, esas que salen cuando se te mete algo en el ojo, están principalmente compuestas por agua, pero también contienen proteínas, lípidos, enzimas. e incluso glucosa, urea, sodio y potasio  Las lágrimas emocionales en cambio contienen más proteínas, así como algunas hormonas y están conectadas con el sistema nervioso parasimpático a través de un neurotransmisor llamado acetilcolina.  Y lo más increíble es que no solo cambia la composición química, sino también la estructura molecular, cristalizando de distinta manera las lágrimas de miedo, las de dolor, las de tristeza o las de alegría.

Si miráramos nuestras lágrimas con microscopio, podríamos contestar a la pregunta esa tan difícil de ¿por qué lloras?. Pero ahora es momento de contarlas para conectarlo con lo de dentro, con lo que no se ve y poder transitar mucho más tranquilos por este momento difícil.

 

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