Dos eventos sucedieron ayer a última hora de la tarde, cuando ya parecía que el quinto día de confinamiento acabaría sin pena ni gloria. Sobre las 7 sonó el timbre. Y cuando digo timbre no me refiero al telefonillo con la compra de Amazon, sino al timbre timbre, el de la puerta de casa, el que suena ding dong . El Contrafantasma se acercó al umbral, sujetando al perro por el collar, con la enorme emoción de encontrar otro ser humano sin una pantalla mediando. Abrió rápido y al levantar la vista no vió a nadie. Hubo de salir un poco más y mirar en diagonal hacia el ascensor, donde estaba su vecina del 4ºb, que mantenía unos correctos tres metros de distancia de seguridad. En parte por el virus, en parte porque le aterran los perros. Allí estaba ella armada de valor y durante unos segundos callada, como esperando a que hablara él primero. Al final se lanzó y dijo que no pasaba nada, que podía soltar el perro. Y si pasó, porque el animal en medio segundo se tiró a sus pies para ser acariciado, lo que le hizo retroceder medio metro más, hasta topar su espalda contra la pared (lo siguiente era saltar por la ventana). Y desde esa lejanía saludó y le preguntó si sabía quienes eran los vecinos de arriba, porque llevaba toda la tarde escuchando ruidos y se estaba volviendo (más) loca. Expresaba con pesar que parece que los vecinos tienen ruedas en lugar de pies, ya que se escucha su deslizamiento por todos lados, sobre todo en la terraza, que está justo encima de su dormitorio. Y la situación actual de encierro no ayuda….
El Contrafantasma le explicó que el mayor de los chicos es palista (K-1, 100), clasificado para los JJOO de Tokio y que tiene que seguir entrenando en casa. El padre y él han construido un sistema de poleas y pesas que simulan la piragua y la resistencia del agua al remar, y que el resto de hermanos aprovechan para jugar cuando no está él entrenando.
La vecina parecía más tranquila y casi dejaba al perro que entrara en su casa, cuando cambió al tema por el que de verdad había llamado al timbre. Le anunció que una amiga suya, cuyo marido es médico (en esta crisis sanitaria todo el mundo tiene uno), le acababa de decir que el confinamiento se prevé dure 45 días. El Contrafantasma no supo muy bien cómo reaccionar, porque lo que le salía y ella necesitaba, era darle un abrazo, pero como está prohibido, se quedó en una mueca y un bueno, si necesitas cualquier cosa en estos días, sean 10 o 45, ya sabes donde estoy. Volvieron cada uno a su casa y el ruido de piraguas a ruedas no paró, pero la ansiedad de la mujer descendió unos grados.
Tras el formidable encuentro vecinal. el Contrafantasma salió a pasear al perro. Hacía buena noche y coincidía además con la hora de los aplausos de las 8pm. Caminar con tu perro entre la ovación popular es como ir en el Papamóvil, o como salir a la cancha en la Champions, con esos sonrientes niños de la mano y el himno sonando. Es posible que acabe levantando la mano para saludar al respetable, si el sentimiento de orgullo sigue creciendo. Y el caso es que en medio de tan inmersiva experiencia, la policía dió el alto al Contrafantasma. Dos agentes de la nacional se acercaron hasta él y bajaron la ventanilla, preguntándole dónde vivía. Le dieron ganas de contestar que en Cubas de la Sagra y que llevaba 14 horas andando, pero reculó y les contestó que «ahí mismo», señalando unos edificios de viviendas frente a la Escuela Alemana de Madrid. No perdieron oportunidad los agentes para regañarle, con la excusa de que el paseo debe ser cerca de casa y del menor tiempo posible (dònde pondrá eso en el Real Decreto). Esto de poder llamar la atención a cualquiera que camine por la calle, está animando a más de un policía a encarnar su verdadera esencia. El siguiente paso es sacar la porra para acabar con los virus.
Y es que en el barrio viven muchos ciudadanos alemanes, y en el bloque del Contrafantasma son una tercera parte del total de vecinos. Ahora que están todos en casa se nota mucho, sobre todo por el ruido que no hacen, y porque tampoco aplauden a las 8 de la noche, que ya es muy tarde. Existen dos diferencias entre las familias españolas y las alemanas. La primera es que los españoles gritamos en lugar de hablar. Y la segunda y menos conocida, que los niños españoles tienen ruedas en lugar de pies y se desplazan a gran velocidad por pasillos y terrazas. Ahí les ganamos.
Este mediodía seguía la bronca por la familia piragüista, la del segundo dice que también escucha perfectamente las ruedas y que había subido a pedirles que por favor dejaran de rodar todo el día, cosa que no ha pasado.
En fin, quedan mucho días y esto se equilibrará de alguna manera. No perdamos la esperanza.
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