La experiencia es algo diferente del conocimiento, algo más que la representación de una idea, e incluso que la vivencia de la misma. Una experiencia va más profundo.
El saber de algo, acumular conocimiento, corre el riesgo de quedarse arriba, de ser solamente un conjunto de palabras bonitas ensambladas con ritmo. Leer mucho sobre el amor, no genera una experiencia sobre ello. Tampoco una bonita imagen de dos enamorados en Instagram, o ver El Paciente inglés en loop, durante un fin de semana de noviembre, lo consiguen. Ni siquiera una vivencia de esa idea la proporciona. Vivir la celebración de un matrimonio, asistir a la ceremonia, bailar en la fiesta y compartir el after a las 11am en la playa, tampoco proporcionan experimentar el amor.
Una experiencia es algo que no se había pensado antes, que no se había previsto, que no se suele percibir en lo cotidiano. Es algo que desengaña, desconcierta, o sorprende positivamente. Y que te hace cambiar tus vivencias, tus representaciones y tus pensamientos sobre algo o alguien. O que confirma una opinión que ya se tenía previamente.
El salón estaba completo, no cabían más personas en la casona gallega convertida en hotel rural, donde el Contrafantasma decidió pasar el fin de semana pasado. Antes, al llegar allí, la dueña del establecimiento les había pedido amablemente que dejarán el móvil en consigna, que fueran descalzos por la casa y que por favor, asistieran a la charla del filosofo residente, que en ese momento escuchaban atentamente hablar sobre las experiencias.
Le hubiera encantado que estuvieran allí todos esos que hablan de «crear experiencias» a través de la tecnología, de los algoritmos, de la innovación, de la personalización, del marketing digital…
El domingo recorrió los 600 km de vuelta a casa con una sensación inusual de ligereza, de bienestar y de descanso que ha permanecido, que ha calado.
Y ha recomendado la experiencia a todo el que se le ha cruzado en el camino.
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