El jueves pasado tomaba el Contrafantasma un café con un amigo y se le quedó botando una frase que le dijo acerca de nuestro presidente en funciones, -«para hacer lo que hace Pedro, hay que tener muy pocos escrúpulos»-. Y no lo decía tanto por el momento actual, como por su trayectoria estos últimos años.
La palabra escrúpulo viene del latín scrupulus, diminutivo de scrupus, que significa piedra. Todos tenemos la experiencia de que, con una piedrita en el zapato, se tienen molestias que, sin ser graves, dificultan el movimiento y minan la conciencia. Lo que sucede es que los escrúpulos son muy necesarios para actuar de manera correcta. Me explico.
Un escrúpulo es una una duda que fuerza a un individuo a inquirir, escudriñar, o discutir un tema, porque molesta en la conciencia. Todos tenemos escrúpulos y estos se cocinan en tres niveles. El primero es el de la tradición familiar, que desde niños nos instruye acerca de cómo se deben hacer las cosas. Esta tradición es variada en función de dónde te ha tocado nacer y es normal encontrar diferencias sobre cómo cada familia educa a sus miembros. El segundo nivel es la moral, que se corresponde con la cultura que nos toca. Esta propone unas normas y formas de hacer las cosas en comunidad, de acuerdo a los preceptos dominantes. Y por último está la ética, que coincide con la conciencia del bien y del mal, y donde deberían estar asentadas los dos primeros, ya que ante la duda, la ética siempre nos ofrece la respuesta correcta.
Estas tres fuerzas se mezclan y afloran conjunta e irregularmente en nuestro día a día. La combinación de las tres genera debates previos a la toma de cualquier decisión y es en esos momentos cuando los escrúpulos se cuelan en nuestros zapatos. Hagan la prueba.
Cuando uno actúa de acuerdo a la ética, sólo molestan las piedritas relativas a la moral dominante y la tradición familiar. Las de la primera tienen mucho que ver con la opinión pública(da) en cualquiera de los formatos, siendo lo más temido hoy las redes sociales. Y respecto de las segundas, menos visibles en lo público, las tenemos tan asimiladas y convertidas en hábitos de comportamiento, que son muy difíciles de reconocer y de transformar. Pero en ambos casos, si dada una duda nos agarramos a la ética, estos otros dos niveles de escrúpulo dejarán de molestarnos en el medio plazo y sin consecuencias graves.
Lo que pasa es que a Pedro parece no molestarle ninguna de las piedras de sus zapatos, o es que, como decía su amigo, en sus zapatos no hay piedras. Y eso sólo puede ser por un motivo, viste chanclas. Sentado en el escaño no se aprecia, pero debajo de esos trajes que últimamente se hace a medida y esas estrechas corbatas encajadas en su pecho, se asientan unos pies enfundados en unas Hawaianas con la banderita de Brasil.
Seguro que se requieren múltiples cualidades para ser número uno del gobierno de España y algunas de ellas las posee el presidente en funciones; resiliencia, tenacidad, capacidad para encajar golpes, ausencia de sentido del ridículo…. Pero todo eso no vale, ni para él, ni para el colectivo, si la ética no guía sus decisiones. Y esto es aplicable al resto de compañeros de los otros partidos.
Hasta el 23 de septiembre hay tiempo.
De ella, de la adversaria, no sabe
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