Estaba sentada en la silla de madera que cogió de casa de su abuela cuando ésta murió hacía 4 años. Solo conservaba ese recuerdo de ella, el resto de sus muebles, ropa y enseres, sobre todo las joyas, habían sido repartidos entre sus tías a las 12 horas horas del fallecimiento, como si fueran perecederos. Y las joyas no caducan, ni pasan de moda, sobre todo si son de oro, brillantes u otras piedras preciosas. Cuando Irma fue a casa de su abuela, a los tres días de morir ésta, con la intención de pedir un colgante de plata y ónix que adoraba desde muy pequeña, solo encontró la silla en la que estaba sentada esta noche. Hay una manía grande de eliminar las cosas personales de los muertos de las casas de los que quedan vivos. En general hay una gestión de la muerte extraña en nuestras sociedades, tan sofisticadas para otras cosas. La muerte pertenece a esa parte del mundo invisible, que no se puede tocar, ni medir, ni pesar y por eso cuando la muerte está rondando, tratamos de que pase en seguida, sobre todo si se trata de la muerte de otros. La muerte de uno mismo es otra historia, la tratamos con mucho más cariño y normalidad, lo que sucede es que no es sencillo comunicarlo luego al mundo exterior, donde sólo unos pocos tienen capacidad de percibir a los invisibles.
El Contrafantasma estaba sentado frente a ella al otro lado de la mesa de la cocina, en una silla de tijera de Ikea, de esas que tienen asiento y respaldo de plástico, y que están en todas las casas de personas nacidas después de 1970. Ella le contaba un sueño que, de manera recurrente, tenía desde hacía unos meses. En él aparecía ella maniatada a su cama, de manera tan fuerte que era imposible soltarse y con la sensación de que algo o alguien estaba de camino a su dormitorio para hacerle daño. Ella luchaba por desatarse sin ningún éxito y esa lucha era además la lucha por despertarse, para poder reconocer que aquello no iba a suceder en el mundo exterior. Decía que siempre conseguía despertarse antes de que lo malo llegara, pero que nunca conseguía desatarse dentro del sueño y que una espesa capa de desasosiego quedaba siempre al despertar.
Tres horas antes de ese momento el Contrafantasma había llegado a casa de Irma, con dos botellas de vino y unas flores. Le había citado en su casa porque si, porque quería. Las cosas que se hacen sin aportar argumento externo alguno, son las que son de verdad. Y cuando el Contrafantasma, por mensaje de texto, le había propuesto quedar en el lugar cool del momento, a ella le había parecido una horterada y le salió citarle en su casa. Su casa era un bajo en el barrio de la Guindalera y tenía entrada directa desde la calle. El barrio es feo en cuanto a la arquitectura, pero está renaciendo a base de gente joven y normal. Normal es el adjetivo más raro que se se puede decir hoy en día al describir a alguien. Nadie es normal, nadie quiere ser normal, normal es extraordinario. Tras pasar la puerta se accedía a un salón que acababa en un patio, que a su vez conectaba con la cocina y el dormitorio. La casa transitaba en círculo y estaba volcada hacia dentro, como Irma. Cuando él llegó, aún estaba recogiendo cosas para el viaje a Ponferrada del día siguiente, e Irma le invitó a sentarse en la mesa de la cocina. Eligió la silla de Ikea porque él también las tenia en su cocina. Se puso de espaldas al patio para poder disfrutar de las idas y venidas de Irma, mientras se bebía un vino. Visto desde fuera, pensaba el Contrafantasma, la escena la podía haber pintado Edward Hopper en una sus obras sobre cotidianidad y costumbrismo. Le recordaba a «Habitación en Nueva York», con la salvedad de que la Guindalera no es Washington Square. «Pareja preparando un viaje», podía haberse llamado. Pero ni era su pareja, ni se iban de viaje, al menos él. Irma vestía una blusa blanca, holgada y bastante transparente, unos vaqueros y unas Converse blancas. Llevaba el pelo recogido en una coleta y la cara sin pintar, olía a recién duchada y a crema. El olor a crema era una de las debilidades del Contrafantasma, así que los primeros minutos sentado en esa cocina, viendo a Irma moverse por la casa, bebiendo vino e imaginando que Hopper les estaba pintando desde el patio, fueron un estallido de felicidad.
Sonó el telefonillo, era un Glovo con la cena. Irma se había adelantado también en eso y había pedido algo que le encantaba, sin pensar mucho en qué le parecería a su invitado. El motero sacó dos recipientes que contenían la mejor ensaladilla rusa de Madrid y unos callos con garbanzos con un pintón impresionante. Se disculpó porque quizá no era una comida muy elegante y seguro que era algo pesada para la noche, pero le aseguró que no se arrepentiría, porque su madre era una cocinera excelente y le había pedido a ella que cocinara sus platos favoritos.
Habían comido, bebido, charlado, reído. Se habían contado aspectos relevantes de sus biografías y habían coincidido, al hilo de un articulo publicado en Medium, que 2004 fue el año bisagra y gatillo para que el mundo se volviera definitivamente idiota. Ese fue el año de la última temporada de la serie Friends, máximo exponente de que la estupidez es lo que mola en las sociedades occidentales. Fue el año en que se eligió a George W. Bush por segunda vez y a Rodriguez Zapatero por primera, fue el año en el que el disco de Green Day, American idiot, fue galardonado con el Grammy a mejor álbum de rock y fue el año en el que Paris Hilton lanzó su autobiografía. En lo particular, fue el año en el que se casó el Contrafantasma, y en el que Irma decidió trabajar en banca en París y enamorarse de un hombre 12 años mayor que ella.
Tres horas y botella y media de vino después, allí estaban el uno frente al otro, con el sueño de Irma atada a su cama sobrevolando y a punto de besarse. Si Hopper volviera a mirar en ese momento, pintaría también el halo que cada vez que se veían les rodeaba, les conectaba y les aislaba del exterior. Y el cuadro se habría llamado «El beso de Irma», pensó el Contrafantasma. O mejor, «El amor de Irma», o aún mejor, «La entrega de Irma». Pero Hopper no estaba allí, y no hubo beso. Eligieron no moverse, a ambos les parecía insuperable el momento. El Contrafantasma se había quedado pensando en qué sería lo que ataba a Irma a su cama, lugar en el que se descansa, se disfruta del amor y sobre todo, se duerme. Y que cuando uno duerme, es cuando más cerca está de la muerte en vida. Dormir es morir por un rato, al menos en cuanto a la desconexión con la conciencia. Y se preguntaba si había algo que tenia que ver con la muerte, con lo invisible, con el más allá, que tenia a Irma maniatada y sin poder soltarse.
No se lo preguntó. Pidió un coche y se despidió de Irma dándole las gracias y deseándole buen viaje. Ella no dijo nada, sonrió y abrazó fuerte al Contrafantasma.
En el coche, de regreso, el Contrafantasma se encontró en otro cuadro de Hopper. «El Cabify del anhelo», se titulaba. Y suspiró.
Deja una respuesta