EL Contrafantasma volvía a casa con la cabeza pegada al cristal de la ventanilla del coche, mirando las luces de las farolas. El conductor le había ofrecido agua, le había preguntado si la temperatura era la correcta, si la música estaba bien de volumen, si quería escuchar algo diferente, o si no quería escuchar nada. El conductor se llamaba Nestor y tras esas preguntas iniciales se calló y mostró respeto por el momento que parecía disfrutar el pasajero.
Irma se quedó sentada en la silla de su cocina, con la puerta del patio abierta de par en par y la copa de vino medio llena. Parte de su conciencia se había ido hacia el viaje del día siguiente, a pensar en aquello que se tenia que llevar, a concretar la hora de salida de la oficina y a anticipar como sería el encuentro con Fran y su familia. Otra parte de esa conciencia pensaba en lo que acababa de pasar. La dificultad para equilibrar ambos pensamientos la levantó de la silla y comenzó a recoger, tratando de que la actividad disolviera ese conflicto en su interior.
El Contrafantasma miraba su teléfono mientras Nestor y él recorrían Principe de Vergara hacia el norte. Nestor era muy educado, pero aún no conocía Madrid. En quince minutos se habían alejado apenas cuatrocientos metros lineales del punto de partida y sin embargo, habían recorrido ya tres kilómetros y medio. No pasa nada, pensó el Contrafantasma, no hay prisa por llegar.
Al recoger la casa Irma encontró también su móvil, que lo había dejado en la encimera cuatro horas antes. Estaba sin batería y, al conectarlo, comenzaron a saltar los avisos que le recordaban lo que se había perdido del mundo exterior. Tres llamadas de Fran y cincuenta y siete mensajes cortos de nueve chats diferentes. Tampoco me he perdido tanto, pensó. Y pensó también en qué hacer con las llamadas de Fran, ya que era tarde y estaba segura de que él se habría acostado hacía un rato.
Nestor ya se había encontrado y conducía pedal firme hacia la plaza del Perú, habiendo dejado atrás la del Ecuador y la de la República Dominicana. A Nestor le resultaba divertido atravesar su continente sin cambiar de calle. Se le había pasado ya el marrón de haberse perdido al salir por la avenida de América y se sentía cómodo con su pasajero, con lo que le preguntó al Contrafantasma si ya se iba a casa, o si era un cambio de escenario en una noche con más recorrido aún. Nestor tenía acento argentino, o uruguayo, que a los españoles nos cuesta distinguir ambos tonos.
Irma envió un mensaje corto a Fran dándole las buenas noches, diciéndole que le llamaría al día siguiente y que había tenido una cena muy agradable con ese amigo que se encontraron hace unos días en casa de Petra. No le mintió, pero tampoco le dijo toda la verdad. La verdad era que a quien tenía ganas de escribir era a su invitado de esa noche, para darle las gracias por el vino y decirle que se le había hecho corto el encuentro. Y para decirle también, que reconocía que se le hacía muy cuesta arriba ir a Ponferrada al día siguiente.
El Contrafantasma le dijo a Nestor que agarrara Pio XII hasta el final y doblara a la izquierda hacia la plaza del Duque de Pastrana. Allí le dijo que le dejara en El Capitán, donde siempre solía encontrar una cara conocida para tomar una copa. Mientras salía del coche le llegó un mensaje de Irma agradeciéndole el vino, la charla y diciendo que se le había hecho corta la velada. El había tenido la misma sensación al salir de su casa, pero le había parecido prudente marcharse.
Irma se sentó de nuevo en su cocina a esperar la respuesta y ésta tardó segundos en llegar. -¿Te vas al final a Ponferrada mañana?-, decía el mensaje, seguido de un icono de guiño, – !vente a tomar una copa!-, finalizaba. Ahora el extrovertido era el Contrafantasma, que había decidido no regresar a su casa, que para eso era jueves y hacía una noche fantástica.
Mientras esto sucedía, Nestor aparcaba el coche y entraba en el garito. El Contrafantasma sonrió al verle y le hizo un gesto con su cerveza para que se acercara. Nestor le dijo que había decidido acabar el turno con él y que si no le importaba, le acompañaba.
Un nuevo mensaje llegó al teléfono de Irma, era de Fran, que parece que no estaba aún dormido y que le enviaba un icono de corazón grande, dos de beso y le deseaba dulces sueños. Decía también que tenía muchas ganas de que llegara a Ponferrada y que su familia estaba muy contenta por conocerla al fin.
Irma contestó el mensaje del Contrafantasma diciendo que gracias, pero que tenía que madrugar al día siguiente, y le añadió dos iconos de carita con ojos de corazones, seguido de un – nos veremos pronto -. Luego dejó sin abrir los mensajes de Fran y se metió en la cama con una molesta contradicción interna.
Al Contrafantasma le extrañó no recibir respuesta de Irma, habían pasado dos cervezas desde su mensaje y decidió volver a escribir. Le preguntó si le había molestado la propuesta de tomar una copa y le pedía disculpas por si había sido demasiado directo. No hubo respuesta.
Al despertar Irma a la mañana siguiente tenía ganas de vomitar, algo de dolor de cabeza y una sensación de haber soñado cosas feas. Chequeó su teléfono y se dio cuenta que el último mensaje dirigido al Contrafantasma, en realidad se lo había enviado a Fran.
Que cagada, pensó.
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