El Contrafantasma había doblado a la izquierda y entrado en una calle estrecha. Caminaba en dirección contraria a los autos a las 3 de la tarde de un martes de julio y su conciencia estaba sacudida por el calor y por pensamientos veloces que le generaban incomodidad. No había coches circulando, todos parecían descansar a los costados de la calzada. A mitad de manzana alzó la mirada de forma automática al sonar un aviso de su teléfono. Tenía la instrucción de hacer ese gesto cada vez que sonara el móvil, como un acto contra la adicción al aparato en cuestión. Le había dicho su terapeuta que hay que ponerse retos accesibles, para facilitar el proceso de cambio de hábitos. Al alzar la mirada vio a una mujer en el primer piso pasear semidesnuda por el salón de una vivienda y sintió algo más de calor del que ya traía y una gran atracción. El teléfono seguía emitiendo sonidos y él no paraba de mirar hacia arriba. Dejó de caminar y eligió mirar fijamente hacia la ventana donde estaba ella, que se había sentado a comer con palillos chinos en la barra de su cocina abierta al salón, al tiempo que leía un libro. El teléfono seguía sonando y ahora lo hacía de manera continua, lo que indicaba que se trataba de una llamada. – Mi terapeuta no ha dicho nada de que no conteste las llamadas -, pensó . Miró la pantalla y reconoció el teléfono de su gestor, era fin de trimestre y había que pagar impuestos. Contestó aunque le había avisado repetidas veces de que le escribiera un mail, que las llamadas desagradables o aburridas trataba de pasarlas por alto. Tras dos minutos de conversación colgó y volvió su mirada hacia el primer piso. La mujer ya no estaba y de pronto le asaltó la idea de haberla perdido para siempre. Se le ocurrió llamar el telefonillo, pero el portal del edificio no estaba en esa calle, así que corrió a la esquina de donde venía y se acercó al cuadro de timbres. Había 6 primeros, cada uno con una letra y mientras decidía cuál pulsar, pensaba en cómo le explicaría al del otro lado porqué estaba allí, Si, hola, pensó que le diría a su interlocutor, estaba mirando hacia arriba y he visto a una mujer muy atractiva en el primer piso, me han entrado ganas de conocerla y estoy tratando de averiguar cuál es la letra en la que vive. Mientras estaba decidiendo qué hacer, vio aparecer a una persona al fondo del pasillo del portal. Era la mujer bella semidesnuda del primer piso que se acercaba. Ya no estaba semidesnuda, pero era igual o más atractiva que desde la perspectiva anterior. Se le alteró el pulso y se le cayó el teléfono. Al agacharse ella abrió la puerta y coincidieron su cara subiendo desde el suelo, con las piernas de ella saliendo desde la casa. Sus ojos clavados a la altura de las rodillas y una intensa sensación de que se paraba el tiempo. Pero no, en escaso medio segundo ya estaba frente a frente con la mujer. De nuevo una pausa que parece eterna y ella que sonríe tras sus gafas de sol. -¿buscas a alguien?-, le preguntó. El Contrafantasma no dijo la verdad, que era tan sencilla como haber dicho, si, a ti. Agradeció torpemente la amabilidad de la mujer y dijo que no, que sabía adonde iba. La mujer se alejó mientras se ponía unos auriculares.
Ella caminaba enérgica hacia el metro, pero algo había percibido en el encuentro anterior que no pudo resistir mirar atrás. No fue un acto consciente, simplemente le salió de dentro. El Contrafantasma estaba allí todavía, observando su marcha con cara de tonto, cuando vio que ella miraba de vuelta. No pudo reprimir responder esa mirada con un torpe gesto como de despedida, moviendo la cara y el brazo al mismo tiempo. Ella volvió a sonreír y un instante después paró en seco y dio media vuelta. Se dirigió hacia él con la misma energía que había salido de casa. El Contrafantasma se activó tratando de encontrar en su conciencia las palabras adecuadas para, al menos, no quedar como un necio en el momento en que ella llegara a su altura y se dirigiera a él. Pensó en hablar del calor que hacía, en inventarse que su tía soltera vivía en esa casa, pensó en que quizá el tema bueno era el mundial de fútbol, o el bigdata, o la sincronía de las relaciones acausales, – ¡mierda, me voy a quedar en blanco! -, gritó para dentro sin emitir sonido alguno. Se conectaron tantas cosas y tan desordenadas en tan breve espacio de tiempo, que empezó a sentir pánico. La veía acercarse y su corazón se aceleraba, evocaba las imágenes iniciales de ella caminando semi desnuda por el salón y sentía un calor insoportable, solo expresado a través del color de sus mejillas y un extremo temblor en las piernas.
Y llegó el momento, ella frente a él a escasos 60 centímetros, sonriendo ya sin las gafas de sol, dejando ver unos ojos color miel y una boca pintada de rojo a punto de articular la primera palabra. El Contrafantasma sintió una felicidad extrema, había aprendido que la felicidad tiene que ver con recibir lo inesperado y ese giro dramático que habían dado los acontecimientos, le llenaba de gozo. En ese momento era feliz.
– ¿No está la persona que buscas? – dijo sonriendo la mujer. – ¿te importa si llamo yo un momento a mi casa para decirle a mi novio que me tire las llaves, que me las he dejado?-.
El Contrafantasma palideció y reconoció que la felicidad no dura mucho, pero que existe.
Deja una respuesta