Admiro la capacidad de los estadounidenses para inventar nombres y acrónimos de casi todo y convertirlos en conceptos sobre los que montar después un negocio.
Escuchaba esta semana en el podcast 10% Happier una entrevista con Pete Carroll, entrenador de los Seattle Seahawks de Fútbol Americano. Pete es tan conocido por sus éxitos deportivos, como por trabajar la psicología con sus equipos y hablaba en la entrevista del FOMO (Fear Of Missing Out), como uno de los grandes problemas de la sociedad actual y por tanto, también de sus jugadores.
El FOMO es la ansiedad que genera no estar presente en eventos del mundo exterior y por tanto perderte «lo bueno». No estar donde está lo divertido, la gente guay, los que molan, donde pasan las cosas. Y si no estás allí, además de perdértelo y tener ansiedad por ello, vas a perder popularidad, porque nadie quiere estar con otro que «no pertenece» y que además sufre de ansiedad. Y claro, este FOMO ha crecido mucho con lo digital, en especial con las redes sociales y el hecho de que en ellas todo el mundo es molón las 24 horas del día. Si no estás en las redes molando a full, no eres, punto. Y si no, escucha a tu hijo suplicar que le dejes abrirse una cuenta en Instagram, con la misma intensidad y dramatismo que tú pedías a tus padres llegar una hora más tarde a casa.
Pero el problema no son sólo las redes sociales, ni internet, ni la velocidad de la información, ni el peso de la imagen respecto de la esencia, ni tampoco la sobreexposición en esos escaparates tan poco fiables. El problema de fondo es la opinión pública, que lleva toda la vida con nosotros, que tiene un enorme poder y que nos condiciona el comportamiento, las relaciones y el desarrollo. Y sobre todo, que nos aleja de nosotros mismos.
Y es que entre tu y yo, la opinión pública es una reverenda mierda. La OP (que yo también puedo inventar acrónimos) está presente desde que nacemos, afecta a los que nos educan y a nosotros cuando nos toca educar. La OP ya empuja antes de venir al mundo, para que nazcas por cesárea y en un parto programado, es la que te dice que no llores cuando te duele, que no te alegres mucho por no molestar al de al lado, que no protestes cuando ves una injusticia, que no lo intentes porque es muy difícil que lo consigas, que las matemáticas son más importantes que el arte. Te dice que seas de este colegio, que estudies esto, que te juntes así con otra persona, que tengas hijos y que reproduzcas esos patrones siendo ya padre. Si todo va bien, la OP consigue gobernar tu mundo de manera invisible y además haciéndote creer que tomas las decisiones en libertad.
La opinión pública dice también que temblar es malo, porque se asocia al miedo, que también se rechaza por incómodo y difícil de gestionar. No tengas miedo, decimos a nuestros hijos. Pues bien, temblar no es malo, todo lo contrario.
En esta vida estamos hartos de escuchar que todo cambia, que la propia vida es cambio, transformación, lo dicen las canciones de Drexler, los poemas de Rilke y el I Ching, libro de sabiduría china. Este último también dice que en una vida donde todo es cambio, sólo podemos reconocer aquello que no lo es, aquello que es permanente. Y una de esas cosas, uno de esos patrones que se experimentan en lo grande y en lo pequeño, es el equilibrio entre los polos opuestos.
Si nos fijamos en lo más grande, el planeta, vemos que la tierra se mueve y lo hace debido a la presión de las fuerzas gravitatorias. Ese movimiento hace que las placas tectónicas se muevan y se generen temblores en la superficie. Nos gusten o no, provoquen daños o no, estos temblores son la materialización exterior de un hecho invisible y son el símbolo del movimiento de la tierra y por tanto de que está viva, en desarrollo, en evolución.
Pues en lo pequeño, en nosotros como individuos, pasa lo mismo. Temblamos porque estamos entre dos fuerzas que tiran, el bien y el mal, lo sagrado y lo profano, el cielo y la tierra, la curiosidad por lo nuevo y la conservación de lo que tenemos. Estas dualidades son las que nos hacen estar siempre en tensión y las que nos empujan a mantener el equilibrio. El temblor viene cuando está a punto de haber desarrollo, cuando nuestras placas tectónicas interiores se están colocando para lo siguiente. Temblar es estar en tensión, una tensión necesaria para el movimiento y el desarrollo. Todo lo que no está en movimiento es que no está vivo, así que apreciemos el temblor como uno de esos actos divinos de reconocimiento de la vida. Y los temblores muchas veces acaban con lo anterior, que puede que fuera algo que resultaba cómodo, que había servido como referencia durante tiempo, que estaba asentado. Por eso el temblor duele y asusta. Pero los temblores, al mismo tiempo impulsan, motivan, emocionan. Miedo a perder lo anterior y emoción por integrar lo siguiente son sólo símbolos del movimiento, de nuestra lucha por mantener el equilibrio entre los polos y seguir creciendo.
Yo tiemblo cuando escribo, tiemblo cuando soy sincero conmigo, temblaba en el calentamiento antes de un partido, esperando a esa chica en la parada del metro, recordando a mi madre en las tardes de verano, tiemblo trabajando con amigos, tiemblo de frío, tiemblo escuchando música, leyendo La Uruguaya de Pedro Mairal, tiemblo viendo crecer a mis hijas, tiemblo al reconocer patrones invisibles. Y estos temblores se que tiene un sólo significado, que estoy vivo.
Así que temblemos y pongamos a la Opinión Pública en su sitio. Esa mierda es muy potente y ahora está hiperconectada y omnipresente, motivo por el cual se hace mucho más difícil de identificar. El bombardeo arranca de muy pequeño, más o menos cuando uno empieza a tener autonomía de movimientos y no para hasta que te mueres. Y recordemos que la opinión pública somos los más cercanos, los padres, los hermanos, los amigos, los vecinos, los que te cruzas cuando caminas a la universidad, los que salen contigo. Internet es sólo un medio más para transmitirla.
No tratemos de evitar nuestros temblores, ni los de los que nos rodean. Cojamos su mano, nuestra mano y acompañemos ese movimiento transformador, que es el reflejo de que estamos vivos.
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