La palabra cultura viene del latín, de la unión de cultus, cultivo, con el sufijo -ura, que denota acción. Por tanto cultura es la acción de cultivar, la capacidad exclusivamente humana de ennoblecer la naturaleza. Y el viernes el Contrafantasma pasó el día en una magnífica muestra de esa cultura en la Vera (Cáceres), en casa de una pareja amiga que, tras veinte años trabajando una finca, la han convertido en un paraíso. Un paraíso que ellos disfrutan siempre que pueden y donde han comenzado a organizar lo que llaman «Cultiver«, jornadas festivas dedicados a cultivar el interior del ser humano, con el ambicioso objetivo de resolver problemas «imposibles». Se trata de reunir a gente amiga, afín e inquieta, invitar a un experto en el tema propuesto y dejar que fluya la conversaciòn.
El Contrafantasma contempló el fabuloso jardín nada más entrar. allí estaban los anfitriones dando la bienvenida y charlando animadamente con los invitados. Ninguno de ellos le resultó conocido, así que comenzó a presentarse, diciendo simplemente su nombre y repartiendo besos y apretones de manos con ellas y ellos. Inmediatamente se sintió bien en aquel lugar. Además de los invitados y los anfitriones, había una joven con una guitarra, tres o cuatro niños, un par de camareros, dos burros (madre e hija) y tres perros. El tema propuesta era «Votar», algo muy simple, pero que la calidad de los políticos han convertido en misión casi imposible. Y el invitado, un ex asesor que trabajó para los dos presidentes españoles de los 90, siendo él aún muy joven y que en 2001 se exilió a USA, para trabajar como profesor universitario e investigador, «harto de aguantar gilipolleces», según decía el flyer de la jornada.
A las 13 horas comenzó a sonar «Hymm to her«, de los Pretenders, interpretada por la joven de la guitarra, y poco a poco los participantes se sentaron. Sólo había cuatro sillas, de estas de director de cine, que habían llegado allí desde Kenia hacía 20 años. La idea era estar lo más en contacto posible con la naturaleza, para lo que se habían dispuesto mantas coloridas y almohadas gigantes sobre el pasto, además de sombreros de paja de todos los tamaños para evitar el sol. El Contrafantasma eligió uno de ala ancha, el único que le servía y en cuya etiqueta se podía leer «Mod – Indiana Jones«. Todo el mundo se descalzó y en el momento en que la música acabó, la dueña de la casa tomó la palabra para dar las gracias a los invitados por asistir y a su marido por continuar su aventura juntos veinticinco años después de haberse encontrado, por haber construido ese lugar y por sentirse tan bien de compartirlo con otros seres humanos. Mientras ella hablaba, otra mujer entornaba la puerta de entrada para cerrarla, tratando de pasar desapercibida. Su andar era delicado, llevaba las sandalias ya en la mano y traía su propia pamela, que ocultaba el rostro casi por completo. El pelo castaño caía por los hombros y en conjunto era una representación muy atractiva de lo femenino, pensó el Contrafantasma.
El invitado ex asesor de presidentes tomó la palabra y comenzó a disertar sobre lo lejos de la verdad que están los actuales líderes políticos, sobre lo difícil que es gestionar un mundo con tantísimo estímulo exterior, basado exclusivamente en lo material, y sobre la escasa honestidad de los seres humanos a la hora de comunicarse con las nuevas maneras no presenciales. Abogó por hacer una elección de representantes al estilo Tinder, este si, este no, basado solamente en las fotos y la descripción que cada uno quisiera poner en su perfil, – nos ahorraríamos mucho tiempo y dinero -, concluyó.
Mientras, el Contrafantasma seguía de cerca los movimientos de la mujer que había llegado tarde y se había sentado cerca del gurú, dándole la espalda. Había algo en ella que le resultaba muy familiar. La conversación seguía fluyendo, ya con muchos de los invitados participando, pero él no podía desviar su atención de aquella mujer, sentada con las piernas cruzadas y la espalda bien recta. Habría jurado que era Irma… Estaba deseando que acabara la charla para descubrir si estaba en lo cierto, lo que sucedió a las 14,30. Un gran aplauso sonó en el jardín, todo el mundo se levantó y comenzó a tocar de nuevo la mujer con la guitarra, esta vez cantando «Sweet child of mine« .
Se organizaron corrillos de invitados hablando animadamente sobre el tema del día. El Contrafantasma se encontró de frente con el ponente invitado y no pudo sino darle la enhorabuena por lo expuesto y disimular que había estado muy atento a sus palabras. En seguida se pudo zafar de él y dirigirse hacia la zona donde estaba la mujer. Le costó llegar, se habían formado cuatro o cinco corrillos y quedaba feo salir disparado sin compartir algún comentario con ellos. A medida que se dirigía hacia allí, hablaba y oteaba, sin resultado. Empezó a sentirse angustiado y ridículo. Lo primero por no verla y lo segundo, por tener tantas ganas de ver a una completa desconocida y no poder controlarlo. Recordó en ese momento la última vez que había estado con Irma, hacía ya más de seis meses. Aquel día caminaron por Madrid hasta la madrugada, durmieron juntos y se despertaron cerca de las tres de la tarde en el apartamento de ella.
Llegó hasta la entrada de la finca y abrió la puerta por si se había marchado y aún la podía encontrar camino del coche, pero tampoco. Regresó hacía el tumulto de invitados sin entender porqué ella no estaba y sobre todo, porqué le importaba tanto. Se preguntó si no sería una aparición, si aquella figura de mujer estaría solo en su mente.
De pronto sonó un fuerte aplauso, – ¿otro fuerte aplauso? -, pensó él, al tiempo que abría los ojos y veía como señora de unos setenta años le sonreía como diciendo, menuda siestita te has echado. El Contrafantasma se avergonzó y los colores le subieron a las mejillas. Se puso a aplaudir como el resto y miró hacia el lugar donde se había sentado la mujer de pelo castaño. No había nadie.
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