La vida tiene seis fases que duran aproximadamente 12 años cada una. Durante estos periodos se desarrolla el proceso de individuación. Este proceso es sencillo de definir y se resume en encontrar la felicidad, que es equivalente a encontrar el lugar de cada uno en el mundo.

Sencillo de definir pero difícil de transitar. Así que primero mejor consensuar el concepto de felicidad y una vez hecho esto, confiar en él. O sería más correcto decir confiar en ella, porque lleva el artículo «la» delante y esto no es casual. Mujeres y hombres deberíamos prestar atención a que la felicidad es femenina y pensar porqué, más en este momento histórico de la vuelta de lo femenino al lugar que le corresponde. Ese regreso de lo femenino es la vuelta de la felicidad para todos, hombres y mujeres.

La felicidad la conoce mucha gente, quizá toda la gente. La felicidad no se define, se experimenta. Experiencia es distinto a conocimiento, es algo que te cala en todas las capas. La experiencia de la felicidad sucede cuando recibes lo inesperado. Lo demás es simplemente satisfacción. Estar satisfecho está fenomenal, no me malinterpreten. Pero estar feliz es otra cosa.

Hoy en nuestras sociedades experimentamos muy pocas cosas que no esperamos y por eso casi nada nos hace felices (aunque seguro que hay mucha gente satisfecha). Y casi todo lo que nos hace felices, además, no tiene que ver con lo material.

Por el mismo motivo los niños experimentan más felicidad que los adultos. Todo es nuevo y como no poseen expectativas sobre ello, muchas cosas les sorprenden y les proporcionan experiencias felices. También los adolescentes las experimentan cuando descubren cosas como el amor (que por cierto no se puede medir, ni pesar).

Esto sucede en las dos primeras fases de la vida (de esas seis de las que hablaba al principio), y coincide con el final de la formación de cada individuo en sus capas exteriores (otro día explico esto). A partir de la tercera fase (24 -36) y en adelante, es el hombre interior el que toma el mando del desarrollo. Pero a medida que crecemos, conocemos (y tenemos) más cosas materiales, se complican estas experiencias de felicidad y se entorpece el proceso de individuación y el encuentro del lugar de cada uno en este mundo. A no ser que cultivemos lo interior, lo invisible, lo no material.

Y es que encontrar ese lugar de cada uno no es sencillo. Nos enseñan más a encajar en el lugar que «el mundo» nos propone, que a explorar en pos del nuestro propio. A los cinco meses de nacer nos dicen que nos adaptemos a que tu madre se largue a trabajar, con lo que eso supone para el bebé, para la madre y para el cosmos en general. Luego te dejan en una escuela donde la estandarización es la clave para el funcionamiento. Y esa estandarización de lo humano es el principio del fin del correcto proceso de individuación. Porque el circo se ha construido, en gran parte, sin las dos herramientas necesarias para ser felices y para encontrar nuestro lugar en el mundo: 1) el mapa completo donde nos movemos y 2) una brújula para guiarnos.

El mapa es poseer una imagen del mundo correcta. La imagen del mundo correcta es la imagen antropocéntrica, la que sitúa al ser humano en el centro.

Colocar al ser humano en el centro significa reconocer que somos lo más elevado del cosmos, más que los animales, que las plantas y que los minerales. Y también quiere decir situarlo entre la realidad que experimentamos con los sentidos y la realidad de nuestro mundo interior. Siendo ambas realidades fundamentales.

Vayamos por partes. Ser lo más elevado del cosmos nos otorga una responsabilidad enorme con el resto de niveles y con el planeta en su conjunto. No quiere esto decir que seamos más importantes que los demás animales, ni que las plantas y los minerales. Cada uno tiene sus funciones en la naturaleza y no podríamos existir los unos sin los otros. Pero sí significa que somos más responsables de cuidar todo, al haber sido dotados de una capacidad de hacer conexiones (inteligencia) complejas muy superior a la del resto de niveles y una conciencia del bien y del mal única. Es ahí donde cobran sentido las palabras de la Biblia donde se dice estamos hechos a imagen y semejanza de Dios. Y precisamente por ser nosotros divinos, tenemos mayor responsabilidad.

Y poner al humano en el centro de las realidades visibles y las invisibles, es el otro componente de esta visión antropocéntrica. La realidad que experimentamos con los sentidos es la que conocemos mejor y la que nos enseñan desde pequeños. Es la que viene con el programa por defecto, la dominante, la del paradigma de las ciencias naturales, la que considera que lo que Es, es aquello que podemos medir y pesar. Eso que la mayoría llama «La Realidad» a secas, y que otros llamamos «Mundo Exterior». En esa realidad domina la materia, el materialismo. Por eso comunismo y capitalismo no solucionan ninguno el orden mundial, ya que los dos parten del mismo paradigma incompleto, en el que sólo se contempla lo material. Pero de eso ya hablaremos en otro momento.

El mapa correcto y completo incluye el territorio interior. Lo interior también es muy conocido, tratamos con ello todo el tiempo. Hablamos de lo que pensamos (Conciencia), de lo que soñamos (Más Allá) y de Dios (Mundo Interior). Pero al tratar de encajarlo en el paradigma dominante materialista, o bien lo negamos (Dios no existe), o bien lo traducimos al lenguaje y los conceptos de «la ciencia» (los sueños no son más que actividad cerebral necesaria, pero sin un significado). Esa negación y esa traducción generan la mayoría de los conflictos personales (y enfermedades como consecuencia última), sociales  (desigualdad), científicos (crisis del método), políticos (democracia en sus estertores) y económicos (incapacidad para abastecer al planeta y destrucción del mismo).

No poseer este mapa completo es el primer obstáculo para alcanzar la felicidad, tanto individual como colectiva.

Y la otra herramienta es la brújula que tenemos todos, pero que a fuerza de no usarla, se atrofia y deja de orientarnos. La brújula es nuestro mundo interior, nuestro arquetipo, lo que de divino hay en cada uno y que tenemos la obligación de desarrollar. Debemos comprometernos a reconocer ese arquetipo, aspirar en función de él y actuar en beneficio nuestro y del colectivo. El arquetipo es el que nos inclina hacia unas cosas más que hacia otras, el que nos provee de dones, de talentos a desarrollar y de inteligencia para hacer las conexiones correctas. Esta brújula está siempre presente y se manifiesta en nuestras vidas de forma insistente, pero muchas veces no somos capaces de seguir sus indicaciones, en parte por la ausencia de una parte del mapa (como veíamos antes), en parte por el mal aprendizaje y la programación incorrecta que arrastramos de siempre.

Pero nuestra brújula es agradecida, en cuanto la usamos un poco se calibra sola y nos empuja a usarla más. Y nos coloca a nosotros en el lugar correcto, lo que provoca que lo que nos rodea también lo haga. Es mágico.

El mundo interior es  también fácil de reconocer, sólo hay que pararse un momento y comprobar. Y esto pasa tanto en lo grande como en lo pequeño, tanto dentro como fuera, tanto arriba como abajo. No necesita de estadísticas que nos lo confirmen, ni que coincida con las tendencias dominantes, ni que esté de moda, ni que tenga likes. Uno lo puede comprobar solito si tiene el mapa completo.

Así que completemos el mapa, activemos la brújula y ordenemos el mundo como Dios (que eres tu, y ella, y yo, y todos) manda. Y como consecuencia, experimentemos felicidad y encontremos nuestro lugar en el mundo.

El Contrafantasma.

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