El Contrafantasma estaba escuchando a su amigo Lluc, al tiempo que vertía el café en el vaso con hielo y ojeaba el diario. No estaba esa mañana para mucha conversación profunda, pero viniendo de él, merecía la pena prestar atención. Además le notaba inquieto, cosa extraña en este catalán viajero que eligió vivir en el bajo Aragón, esa tierra que huele a sierra y a la que baña el sol del Mediterráneo sin llegar a mojarla, y donde la gente es amable, directa y orgullosa. Sin necesidad de banderas y sintiéndose también olvidados por muchos.
Vas a pensar que esto es una estupidez de cuarentón, yo al contarlo también me lo parece, pero no consigo dejar de pensar en ello, le dijo Lluc. Tengo una hija de 10 años que ha decidido no darme la mano en el camino desde el coche a la puerta del colegio. El primer día me dijo, muy seria, no soy yo Papá, es la edad. O debería decir la Edad, como nombre propio, con la entidad suficiente para tomar decisiones autónomas y doblegar la voluntad de una niña. Al día siguiente estuvo menos literaria, más científica, neurofisióloga casi y me dijo que era responsabilidad de su cerebro. Si has visto «InsideOut», la peli de Pixar, es lógico pensar que tu cerebro tiene la firmeza e independencia suficientes para cualquier cosa decidida desde su magnífico panel de control central. Pero no creo que sea eso, continuó Lluc, porque ella es inteligente y además me mira con pesar por no darme su mano, porque sabe que me pone triste. Yo en cambio sonrío con condescendencia y me hago el machito, aparentando como que no me importa. Y así se ha repetido esta situación todos los días desde el comienzo de curso. Yo alargando mi brazo para que me de la mano y ella rechazándola y en su lugar, rodeando mi cintura con su brazo, que eso si le parece bien. No rechaza el contacto, pero si la manera de hacerlo. Y llevo pensando en eso toda la semana. Tratando de entender porqué.
El Contrafantasma se había enganchado a la trama. Apuró el café y mordió un hielo dentro de su boca antes de emitir palabra alguna. Yo creo que es por internet. Bueno, por lo que internet está cambiando nuestras vidas, apuntó. Y en concreto con la adolescencia en la era de internet. Esa etapa de la vida que comienza después de los 12 años, es una fase decisiva del proceso de individuación, en la que los padres dejamos de ser el espejo donde se miran los hijos y comienzan a estructurar sus propias opiniones, a intuir su ideal, a definir qué cosas van con ellos y donde se sienten más realizados. Y también un momento donde son influenciados (para bien y para menos bien) por las opiniones, acciones y actitudes de sus iguales. Pues bien, si a esa etapa le añades el acceso libre a contenidos, la exuberante diversidad de estos, el escaso control sobre ello, la inmediatez en la comunicación, la sustitución del lenguaje escrito y sobre todo oral, por el de la imagen, lo accesorio del doble sentido en la comunicación, el menguante contacto físico con otras personas y cosas, y el desorden que el despelote hormonal ejerce en esos momentos, nos encontramos con un nuevo cocktail desconocido hasta la fecha y por tanto muy difícil de manejar. Te entiendo muy bien, finalizó.
Ya pero mi hija tiene aún 10 años, recién cumplidos.
Es cierto, internet todo lo ha cambiado. Y sobre todo, lo ha acelerado. Sin la red no habría ganado Obama, ni Trump, el mundo sería más contenido, y los contenidos publicados seîan muchos menos, habría más tiempo para reconocer y menos conocimiento para compartir. Tu insiste, sigue alargando tu mano. Llegará un día en que la eche de menos y vaya a por ella. Y querrá ir a cazar gamusinos contigo, aunque ya los vendan por internet.
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